Piñera y el huracán
De seguro la noche del domingo 16 de mayo, luego de ver el desastroso resultado obtenido en las cuatro papeletas de la elección, muchos militantes de derecha se lamentaban por no haber hecho caso al clamor del estallido social: la renuncia de Piñera a la Presidencia de la República. Es muy probable que, sin Piñera en La Moneda, otra hubiese sido la energía que inundara a las elecciones. No es necesario ser analista profesional para saber que mucho de lo que se votó (triunfo de los independientes y de la alianza FA-PC) y no votó (56% de abstención) el fin de semana pasado tuvo que ver con el castigo a un gobierno cuya aprobación marca escuálidos 9 puntos. Es más, para los viejos ideólogos derechistas, haber apoyado el retorno de Piñera a La Moneda debe ser considerado un error imperdonable, pues viene bien recordar que, hasta el año 2017, este conglomerado político figuraba en una posición cómoda en el Parlamento y los municipios, desde donde apuntaban con el eficiente dedo de la anticorrupción al entonces moribundo segundo gobierno de Bachelet (DC y Partido Comunista incluidos). Pero el exacerbado deseo de reconocimiento de Piñera pudo más que cualquier ejercicio intelectual (si es que alguna vez lo hubo) de ese sector, para entender (y alertar) lo peligroso de administrar el poder político en medio de la feroz tormenta mundial desatada por el proyecto de la globalización. Fue así como la derecha chilena se encontró con un apabullante triunfo en la segunda vuelta presidencial del año 2017, un hito que, mirado desde el presente, aparece como el ojo de un huracán que avanzaba junto a los escombros de instituciones, religiones y tradiciones.
En ese momento de triunfo, la derecha y sus amigos hablaban y escribían sobre el Chile que votaba por sus ideas: ese proyecto de país que dejaba atrás la retroexcavadora de la Nueva Mayoría y los fumadores de opio constituyentes, para optar por la tecnocracia como forma de administrar lo público y el modo meritocrático para definir a los ciudadanos entre ganadores y perdedores (factores que según Michael Sandel originan el desplome de los partidos políticos). Llegaba nuevamente un empresario a dirigir el país y en medio de una tormenta que ya había causado estragos en USA con la elección de Trump y en el Reino Unido con el triunfo del Brexit. La fe tecnocrática en los mercados preparó el camino para la llegada de un descontento que se ramificó, cual algoritmo transnacional, por todo el planeta. A ese malestar del ciudadano que no recibe los beneficios de la hiperconexión global apuntaron los liderazgos del empresario Trump y el periodista Boris Johnson, junto a una agenda de gobierno que promovía el cierre de fronteras. En los discursos de ambos líderes abundaban las burlas y menosprecios a los pergaminos académicos de los militantes de los partidos de izquierda y socialdemócratas, a quienes trataban de intelectuales, liberales y aburguesados que no eran capaces de sintonizar con la gente común. Donald y Boris (al igual que Bolsonaro) lograron, desde su relato anti élite, sintonizar con el malestar de la cultura hipermoderna. Por el contrario, Piñera arremetió con más elite, instalando en sus gabinetes a gente del barrio alto que carecía de sintonía con el país real y de cuyas bocas salieron las cuñas más torpes de la historia republicana (levántese más temprano a tomar el metro, aproveche las fluctuaciones del IPC y compre flores, la gente va a hacer vida social a los consultorios). El resultado está a la vista: en menos de dos años desaparece la Constitución del 80, se desbarata el sistema de AFP y el Partido Comunista emerge con la primera opción para ocupar el sillón presidencial. Para un militante de derecha, ni la peor pesadilla, o la más ridícula de las bromas, pudo haber dibujado un escenario como este.
He aquí el resultado de una derecha que, instalada con bombos y petacas (Libertad y Desarrollo) en el palacio presidencial, no fue capaz de leer el clima cultural que se avecinaba. Por el contrario, luego del histórico triunfo electoral de 2017, padeció de algo que parecía territorio exclusivo de las izquierdas: trastorno de realidad. De seguro en ese tiempo, muchos chilenos votaron por la derecha aspirando a perfeccionar la igualdad de oportunidades, en un contexto donde los partidos políticos que gobernaban junto a Bachelet pasaron a simbolizar lo contrario al ideal meritocrático. Piñera no fue capaz de revertir esta percepción, pues gobernó con unos pocos amigotes, no tuvo el coraje de ir contra los empresarios que se coludían, ni el coraje para consolidar el proceso constituyente iniciado por Bachelet y no estuvo disponible para generar una reforma al sistema de pensiones. Fue así que pretendió iniciar un vuelo en su helicóptero, con toda la derecha en la tripulación y la Concertación como polizón, en medio de un huracán de proporciones. Así es como les fue.
La lección de Piñera y el huracán podría escribirse como un manual de la política del siglo XXI, pues contiene elementos que deberían tomar en consideración quienes aspiren a gobernar de aquí en adelante. La primera página de este manual debería partir con una advertencia al lector: hay veces en que ganar pudiera ser la peor de tus derrotas.