VOCES| Colombia y Chile: bajo el mismo yugo de una democracia autoritaria y violadora
Al día de hoy ya se cuentan 39 muertos, según las oenegés Instituto de Estudios por la Paz y Temblores, en manos de la ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) y fuerzas militares. Además, estas mismas organizaciones reportan cerca de mil detenciones arbitrarias y 12 casos de violencia sexual. No es casual que lo vivido por el pueblo colombiano tenga una correspondencia en Chile, en lo experimentado en el Estallido Social de octubre de 2019. No es casual que Iván Duque y Sebastián Piñera representen un sector político que usa la represión y la violación de los derechos humanos como mecanismos de control social. Y en esta columna, quisiera reflexionar en torno a la pregunta:
¿Qué importa más: la sociedad o el Estado?
Cuando el Estado y gobierno de turno reprimen el derecho legítimo a la protesta, los argumentos suelen relacionarse con el orden público, la seguridad de la misma población a la que se reprime. Es decir, excusas que esconden las motivaciones reales: la consolidación de un sistema socioeconómico y un status quo, así como la afirmación del poder político por sobre el poder soberano la población. Por ello, me importa criticar estos dos argumentos que se invocan en la represión del pueblo, para luego encarar la importancia del Estado por sobre la sociedad.
Primero, ¿qué orden público se cuida cuando se reprime?
Sin duda que el orden público es el orden de la economía, en el que los sujetos tienen que llegar a sus trabajos, producir y recibir sueldos de miseria, sueldos de hambre, configurando sectores territoriales que gozan de una riqueza que se aprecia en el entorno, mientras que otros sectores territoriales sufren de la pobreza. Así, podríamos apelar a la imagen de la rueda que gira en una jaula de un hámster, imagen que representa el orden público, es decir, aquella rueda que no puede parar de girar.
Otro argumento clásico en la represión del legítimo derecho a la protesta se encuentra el resguardo de la seguridad de la población. Resulta interesante considerar que la seguridad de una parte de la población que no se sabe dónde está en el momento de la protesta es más importante que la seguridad de quienes sí protestan. O dicho de otra forma: ¿por qué los manifestantes pacíficos se tienen que proteger de la policía y no de la primera línea?, ¿acaso esta primera línea encapuchada, con antiparras y mascarillas de gases ataca a los manifestantes?
Así de absurda suenan estas preguntas cuando se consideran las diversas violaciones a los derechos humanos realizadas por la policía y amparadas y justificadas por el Gobierno chileno, y hoy por el colombiano. No podemos olvidar tampoco.
¿Cuál es la verdadera razón por la que el Estado reprima, violente y asesine a su propio pueblo?
¿Será acaso que sin gobierno, sin democracia, no hay sociedad? ¿Será acaso que los políticos creen que son indispensables, que sin ellos no hay vida? ¿Será que defienden su negocio, su forma de no solo ganarse la vida, sino de enriquecerse?
A otro perro con ese hueso; si se piensa que los políticos son las personas que representan nuestros anhelos, nuestros miedos y nuestras esperanzas. Desde la perspectiva del marxismo y del anarquismo, los políticos en la política constituyen una clase con intereses particulares, lo que no necesariamente responden a las necesidades colectivas de la sociedad.
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Un interés particular de un político es detentar el poder constantemente; por ello, circulan en puestos de representación popular para perpetuarse y mantener un orden de cosas que permite y sostiene su existencia. Más que mal, hoy el partidismo político sobrevive solo gracias a una institucionalidad fracturada, luego de 30 años de funcionar al son del sistema económico social impuesto en dictadura, sin siquiera cuestionarse la complicidad en la creación de un Chile desigual, pobre y precarizado. El acuerdo por la paz fue otra forma más de mantener su negocio intacto: la democracia autoritaria.
Al considerar la democracia como un negocio y cómo un gobierno ha violado los derechos humanos de su población generalizadamente, la pregunta sobre qué es más importante: la sociedad o el Estado cae de cajón. Antes de responderla, vale agregar otras dos más: ¿puede existir la sociedad sin democracias autoritarias?
¿Puede el Estado democrático autoritario existir sin la sociedad?
Desde mi perspectiva no neutral, el aparato gubernamental no puede ser más importante que la sociedad, mucho menos la democracia. Las violaciones a los derechos humanos, amparadas y justificadas por los gobiernos democráticos actuales en Chile y en Colombia, dan cuenta de la necesidad del aparato gubernamental de imponer su existencia y justificar su importancia, pisando a la propia sociedad que dice defender y representar. El límite de las violaciones a los derechos humanos que realiza un Estado democrático no es la condena de cortes internacionales; el límite se encuentra en la eliminación total de la población, la matanza, el exterminio, lo que deja a un Estado sin sociedad, o porque está muerta o porque le da la espalda.
Para concluir, los ejemplos de sociedades organizadas sin un Estado democrático autoritario sobrepasan los dedos de las manos y de los pies para poder contarlos. Si usted cree que las únicas posibilidades ante la ausencia de un Estado democrático son las dictaduras y el caos, entonces no cabe duda que hay que mirar más allá o más acá.
Actualmente, en el territorio nacional, Temucuicui es un territorio autónomo; sin embargo, vive el asedio permanente del Estado. De hecho, las múltiples formas de organización social indígenas en nada se relacionan con un Estado democrático. Para que hablar del Estado fracturado en el Estallido Social chileno, en la que la sociabilidad humana surgió en el desarrollo de las diversas asambleas territoriales. El ser humano no necesita del aparato estatal para desarrollarse como ser humano en toda su potencialidad, ni menos de la democracia autoritaria cuando muestra su jaula.