Discursos vacíos y utilización de personas LGBTI en la política
Durante el último tiempo ha surgido lamentablemente con fuerza dentro de las esferas políticas, el uso de los discursos feministas y disidentes sexuales con objetivos claramente electorales y de posicionamiento mediático. Lo anterior, proviene principalmente de personas que carecen de representación, trabajo en esta materia e interés de incorporarlas en aspectos concretos. Recordemos el ridículo que hicieron a nivel nacional los precandidatos presidenciales del PPD en televisión abierta. Un fenómeno similar se ha dado en el ámbito de la inclusión laboral y el denominado capitalismo rosa.
Una de las principales consecuencias de estas prácticas es la utilización y la invisibilización de personas con trabajo concreto en estas materias en las esferas políticas. De esta manera, la lucha histórica por la representación se ve diluida por discursos vacíos sin entender la importancia de las vivencias y como éstas permean las construcciones políticas y las demandas en materia de derechos.
Un ejemplo paradigmático lo constituyó en su momento la comisión mixta de la Ley de Identidad de Género, la cual tuvo apoyo de parlamentarios, ninguno representante en el ámbito de la población trans, y por lo mismo tuvo como consecuencia una negociación nefasta y la derogación de aspectos claves. Otro ejemplo reciente lo constituye el discurso y reciente columna del candidato a gobernador por la Región Metropolitana, Pablo Maltés.
Actualmente, a nivel político las personas LGBTIQ prácticamente no existimos y en un contexto de crímenes de odio y situaciones de discriminación constantes, la necesidad de representación directa se hace evidente. La consecuencia directa de esta realidad es una ausencia completa de políticas públicas y leyes que velen por la defensa y derechos de las personas LGBTI de manera integral. En este sentido, los discursos vacíos se traducen en un menosprecio, invisibilización hacia personas LGBTIQ que termina reflejando el mismo odio, violencia y discriminación que dicen querer erradicar. Ante esto, queda en evidencia que tomar una bandera de lucha ajena, por mera instrumentalización, sigue perpetuando la misma problemática de exclusión.
El cuestionamiento hacia estas personas y sus discursos trasciende sus identidades y orientaciones, y a lo que se apunta es a la utilización de vivencias como parte de un discurso político vacío que jamás ha generado trabajo concreto en la erradicación de las desigualdades y violencias en esta materia. De esta forma, lo queer, kuir para algunos, se convierte en una consigna más sin interés real en trabajar con las personas que sí hemos sido parte de las luchas, del reconocimiento de las demandas y que podemos representarnos directamente en los espacios políticos. ¿Dónde estaban estas personas que enarbolan nuestras banderas cuando nos violentaban, discriminaban y mataban?