VOCES| Pedaleo: Para mí el oficio de librero cambió completamente con la pandemia
Lo mío ya dejó de ser esa conversación sobre libros y autores, tomar un título de la estantería y luego otro que haya que recomendar, comentar, decir, mira, lee este poema. Ahora es una red social donde respondo con plantillas pues casi siempre son las mismas preguntas. Esa conversación de librero y lector no se puede dar por chat. O sí, pero sería eterno y ese tiempo no lo tengo.
Mis disculpas. Por lo mismo se ha vuelto más difícil hacer circular los libros de poesía, que sí requieren de esa conversación. En las ciencias sociales, en la filosofía, incluso en la narrativa, los lectores vienen dateados, saben o intuyen lo que quieren. En este espacio de la virtualidad se pierde la apreciación de la estantería. Pues el libro que buscan está al lado de otro que no sospechaban que querían, que no estaban tan claros de querer, y aparece esa sorpresa de encontrar el libro preciso y que no sabían que existía. Es lo que ocurre cuando se va a la librería por un libro y terminas llevándote dos, tres o varios más.
El otro cambio rotundo fue volver a la librería a su idea prima de llevar libros en bicicleta a las casas de lxs lectorxs. Esta librería se llama Pedaleo en mi idea inicial de vender libros y repartirlos en bicicleta por las mañanas. Leer y escribir por las tardes. Pero hubo una pausa de un par de años en que no pude pedalear. Abrí las puertas de mi casa a quienes quisieran ver estos libros que no se encuentran en otra parte, hablar de poesía, compartir con poetas y editores de otros países, o como la describe un amigo, ser un lugar donde están esos libros para un público de libros raros y de escaso tiraje.
Al principio salir a pedalear era hacerlo como si Santiago fuera una ciudad de pocos habitantes. Me encontraba con apenas unos pocos que salían en trámites más bien cortos. Comida, farmacia, visitas de una casa a otra, con los espacios públicos apenas transitados, sin detenerse en plazas o en cada comercio con sus cortinas abajo. Un domingo por la mañana extendido a toda la semana. Debo reconocer que fue placentero pedalear por calles sin el peligro de los autos, tomar la pista entera sin una bocina detrás.
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Sin querer pude ver qué sector de la ciudad nos pedía más libros. Separo los pedidos según las comunas que cubre cada canillita. Santiago centro siempre es la torre más alta. Quizá se debe a la gentrificación, a las moles de edificios que abundan por aquí.
Ahora saco la cabeza por la ventana y cuento ocho torres que me quitan la vista del cielo y la luz de sol. Luego mi pedazo del mapa donde reparto: Providencia y Ñuñoa, que siempre le hacen collera a la comuna que lleva la delantera, aunque en suma no superan los pedidos a regiones. Talca gana en la ciudad con más pedidos. Puede ser una tontera, pero varias veces hemos conversado con los canillitas a qué se debe ese patrón de demanda. Si es a los recursos, al acceso al libro, a la necesidad lectora suplida por las bibliotecas cerradas. No hay números, solo estimaciones. Teorías no concluyentes del análisis de cuántos y qué tipo de libros piden nuestros lectores.
Estas modificaciones en el modo en que los lectores se relacionan con la librería y cómo desde este oficio de librero se puede dar respuesta no solo afectan a la Librería Pedaleo. Creo que el cambio acelerado por la pandemia hace que ya no se pueda volver a la normalidad anterior. Hay quienes se acostumbraron a comprar por una red social y esperar unos días a que el libro les llegue a su casa. Las librerías han pensado en cómo las pantallas pasan a ser sus vitrinas y que quizá ya no se trata de tener tiendas que dan a la calle. Por mi parte, una bicicleta y un teléfono donde tomar pedidos seguirán siendo mis herramientas de trabajo.