VOCES| Buddy Richard y Flor Motuda y... : Tu cariño se me va

VOCES| Buddy Richard y Flor Motuda y... : Tu cariño se me va

Por: Elisa Montesinos | 01.02.2021
Admirable Buddy Richard, así en inglés como Danny Chilean, los Red Juniors, Alan y sus bates, los Blue Splendors, Pat Henry... La Nueva Ola. Ahora querían ponerle su nombre a una calle del pueblo: “Paseo Buddy Richard”, por su trayectoria artística; es decir, su vida pública. Sin embargo, la vida privada correspondía a Ricardo Toro Lavín, acusado de ejercer violencia intrafamiliar: “intra”, privada, puertas adentro. Pero, siendo la violencia de género un tema social, la víctima entiende –en este caso– que Buddy Richard no merecería que una calle o paseo lleve ese nombre. 
  Si me vas a abandonar, piénsalo bien / Si me vas a dejar / yo solo espero que tú / no te vayas a equivocar / Y si no me quieres más, / piénsalo bien si me vas a dejar…
 Buddy Richard


Crecí en días de radio del siglo pasado cuando La Nueva Ola era realmente nueva. “Son rumores” se llamaba la columna de chismes faranduleros y un programa radial de María Pilar Larraín, directora de la revista Ritmo, la recordada publicación juvenil creada por el periodista y dibujante Alberto Vivanco. Él hacía el Gato Yo-Yo -a go-gó- que dibujé en mi bolsón de colegio.

Recuerdo cuando escuché en directo, con la oreja pegada a la radio, el recital de Buddy Richard en el cine Astor. Decían que era un concierto de gala. Estaba terminando el año 1969. Se grabó en vivo: Buddy Richard en el Astor, que incluye doce canciones, entre ellas Cielo, Balada de la tristeza y una en que el cantor le pide a un pintor de iglesias: “aunque la virgen sea blanca, píntame angelitos negros”. (Hace poco, mirando el Cristo negro de Violeta Parra me acordé de esa canción). Fue un hito ese recital y una alegría escucharlo en directo. Por supuesto, cantó Dulcemente y Despídete con un beso. Admirable Buddy Richard, así en inglés como Danny Chilean, los Red Juniors, Alan y sus bates, los Blue Splendors, Pat Henry... La Nueva Ola. La revista contaba que era de Graneros y ahora querían ponerle su nombre a una calle del pueblo: “Paseo Buddy Richard”, por su trayectoria artística; es decir, su vida pública.

Sin embargo, la vida privada correspondía a Ricardo Toro Lavín; como la personalidad secreta de los superhéroes. Su nombre artístico es Buddy Richard. No obstante, cuando la persona deviene personaje la vida deja de ser tan privada. Corrientemente con la anuencia del personaje-persona, que permite fotografías y cuenta asuntos de la vida personal. Los rumores hablaban de los romances de los artistas. Del pololeo de Buddy Richard con Rita Góngora, una cantante de jazz, de cierto glamour, belleza y elegancia. “La suerte del feo”, se decía con malicia. La prensa habló del matrimonio. Y de la farándula se pasó a la crónica roja que informa que Ricardo Toro está acusado de ejercer violencia intrafamiliar: “intra”, privada, puertas adentro. Pero, siendo la violencia de género un tema social, la víctima entiende –en este caso– que Buddy Richard no merecería que una calle o paseo lleve ese nombre. 

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El rumor, ya denuncia, es información pública, que hace inevitable enterarse de cuestiones que están fuera de la “vida pública” y de la obra. Por algo, hay personas que prefieren conocer solamente las obras y –para no frustarse– no a sus autores. En la noticia se entrecruzan “virtudes públicas y vicios privados”.

Me gustaría ver como se trató la noticia en su momento, pero hoy –en buena hora– lo que fue farándula y sensacionalismo es un tema político. Lo que pudo interpretarse como una falta de ética periodística, en el sentido de que la información no respetaba la dignidad y la vida privada de las personas, hoy día se hace necesario por razones de interés público la divulgación de ese acto privado. Ya no debería ser vergonzante para la víctima de un abuso el conocimiento de su caso. Respeta más su dignidad acoger y sumarse a la denuncia que callarla. Ya no es chisme denunciar un abuso: puede ser una forma de sororidad. La revelación del abuso debería ser vergonzante para el victimario. Al menos una sanción social. Nuestra sociedad no acepta más abusos. Personalmente, tiendo a creerle a las víctimas y respeto esa memoria en la que los maltratos no prescriben. Si antes no se pudo denunciar, nunca es tarde para desmentir el olvido ni para dignificarse ni para dejar de ser cómplices pasivos. Si en algún momento fue hasta prestigioso ser un macho golpeador, hoy ya no lo es ni debe ser un comportamiento modelable para las nuevas generaciones.

El cambio cultural es un proceso, no es hipodérmico, inmediato, pero el convencimiento en nuestra sociedad sobre el respeto a la diversidad y la preferencia por una convivencia democrática ha tenido un avance evidente: hay que entender los cambios culturales. Crecientemente ya no es aceptable la violencia de género –ni otras discriminaciones–, aunque la cometa una persona que en el ámbito público tenga un prestigio bien ganado. Y una cosa no debe desmentir la otra. Las revelaciones –originadas en fuentes considerables– conflictúa en el fuero interno a quienes han –hemos– sentido o sienten admiración por un/a personaje cuestionado en su integridad personal desde la ética y la política. ¡Qué lío para los y las seguidoras que tienen –tenemos– sentimientos encontrados! Contradictoriamente, el repudio y la admiración se mezclan penosamente cuando la vida privada de un personaje público –del ícono adquirido– decepciona a quienes le admiran por su obra en el arte, la política, la ciencia, el espectáculo, la academia, el trabajo cotidiano. En el desengaño y desconcierto hay gratitud y desilusión, impulsos por salvar y por condenar a ese “embutido de ángel y bestia” que podemos ser, como autoironizó Nicanor Parra. 

El caso de Buddy Richard-Ricardo Toro Lavín no es único

Está inserto en un cambio cultural mundial que descarta las prácticas patriarcales del siglo pasado. Estamos en eso y –principalmente a la gente mayor- se nos mueve el piso. Es el momento de las denuncias, a veces en diferido porque el momento cultural y político otorga la escucha y el espacio que no existió en su momento. Cambió la situación de lectura. A veces, también, con injustas atribuciones de voluntades o intenciones que pueden instalar –en funas, linchamientos virtuales o denuncias apresuradas– un estigma irreparable adquirido en la atmósfera convulsionada de la justa reivindicación de género contra la impunidad, lucha feminista que no corresponde banalizar (si no es ahora, ¿cuándo?).

Quedan las preguntas, complejas, que sin moralina deben considerar las (a)simetrías de poder –la fama a veces inclina esa balanza– y separar los méritos y deméritos que las memorias e intersubjetividades –los afectos– buscan conservar u omitir. A nivel internacional los artistas y líderes de opinión, los personajes públicos, son la punta del iceberg que le dan visibilidad con caracteres de escándalo a una violencia privada y extendida: a un escándalo antiguo e invisible, aceptado y naturalizado socialmente. La admiración por el quehacer público del personaje-artista provoca la sorpresa y a veces la negación ante los comportamientos abusivos revelados.

A nivel local y de estos días, sabemos por la prensa de las denuncias de abuso sexual contra Tito Fernández, de quien he canturreado muchas veces –casi bailando con mi esposa– “déjame bailar contigo la alegría linda del último vals”; y a Florcita Motuda, con quien compartí un viaje alucinante en años de dictadura y del vals del No (“pobrecito mortal si quieres ver menos televisión descubrirás…”). En fin, como espectadores de “lo público” no estamos exentos de sentir pudor o de tener un juicio cuando conocemos un aspecto de lo privado que rechazamos o nos da, literalmente, vergüenza ajena. Tal vez una calle debería llevar el nombre de personas famosas y, para que la memoria sea completa, la placa debería decir el mérito y el demérito del personaje para que no se olviden sus facetas contradictorias. Así, en la plaza pública despertar con todas todas las preguntas a la vista.