La moda me incomoda

La moda me incomoda

Por: Esteban Celis Vilchez | 31.01.2021
Hay que estar desinfectados y asépticos, incluso evitando a personas meramente “funadas” por lo que sea que las redes sociales la hayan condenado. Está de moda definirse como un “independiente”, ajeno e incluso contrario a los partidos políticos y situado más allá de las izquierdas o las derechas (aunque eso signifique que sea imposible saber dónde se sitúa). Lo que está de moda es estar fuera del sistema y, mejor aún, contra él.

Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, es un superventas que está muy de moda, creo que con plena justicia. Es imposible resumir en una columna el contenido de un libro. En este caso, tras advertir la creciente polarización en el electorado norteamericano y la persistente forma en la que republicanos y demócratas se miran recíprocamente como enemigos en lugar de adversarios políticos, hay dos expresiones que cruzan todo el texto y definen las normas no escritas que han protegido durante más de un siglo y medio la democracia norteamericana: tolerancia y contención institucional.

La tolerancia implica ver al adversario político como tal y no como un enemigo al que hay que derrotar a través de todos los medios posibles, incluso los extra institucionales; la contención institucional, íntimamente relacionada con la tolerancia, se vincula con la sana renuencia a ejercer la plenitud de los poderes que la Constitución o las leyes otorgan a los distintos actores cuando ello puede erosionar la convivencia más allá de lo conveniente, conducir a una polarización evitable y, en definitiva, poner en peligro la democracia misma. La intolerancia y la “incontinencia” institucional son los factores que Levitsky y Ziblatt advierten como decisivos en una nueva etapa de la democracia estadounidense caracterizada por una fragilidad antes impensable.

¿Y cómo estamos en casa? La moda, lo realmente cool en política, es hablar golpeado, acusar a otros de poco patrióticos o antidemocráticos, rehusarse a sentarse en una mesa a conversar o incluso a aparecer en fotografías con quienes se juzgan como moralmente inferiores a causa de sus ideas o pasadas actuaciones. Hay que estar desinfectados y asépticos, incluso evitando a personas meramente “funadas” por lo que sea que las redes sociales la hayan condenado. Está completamente de moda definirse como un “independiente”, ajeno e incluso contrario a los partidos políticos y situado más allá de las izquierdas o las derechas (aunque eso signifique que sea en realidad imposible saber dónde se sitúa). Lo que está de moda es estar fuera del sistema y, mejor aún, contra él. Es muy bien visto sostener que nuestra democracia no es tal, que en realidad es una especie de dictadura económica. Este último tipo de afirmaciones requiere, por cierto, ser bastante joven y saber de Pinochet y sus brutalidades sólo por el relato de otros, para hablar con soltura de “dictadura” en el Chile actual.

Pero yo, a mis 55 años, no estoy a la moda. Creo que nuestra democracia, completamente imperfecta y urgentemente necesitada de profundización, es una democracia. Y creo que debemos cuidarla. Estoy muy de acuerdo con profundizarla por todos los medios posibles: iniciativas de ley a través de firmas ciudadanas; referéndums revocatorios; empoderamiento de otras organizaciones civiles fuera de los partidos políticos, etc. Pero tampoco creo en el puro asambleísmo ni en la supresión definitiva y absoluta de la representación como mecanismo institucional democrático en un país de más 17 millones de personas.

Tampoco estoy a la moda cuando cuestiono la actuación de los integrantes de los partidos políticos, pero no a los partidos políticos como instituciones propiamente tales, pues soy de los que creen que ellos son esenciales en cualquier democracia y que el multipartidismo es demostrativo de su existencia, así como el unipartidismo lo es de su ausencia. Y si me preguntan acerca de cuál es la crítica esencial que haría a los partidos políticos, en particular a los progresistas desde el centro a la izquierda, que son aquellos con los que me identificaría, sería esta: Chile necesita a esos partidos unidos por los principios fundamentales que comparten, en lugar de dispersos y atomizados por las diferencias accidentales que los separan. Critico que sean tantos y respondan a los egos de sus fundadores, en lugar de ser menos y responder a las desesperadas urgencias de los que ponen en ellos sus esperanzas de un Chile más justo y solidario.

No estoy de moda si digo que la única división absoluta e innegociable es entre demócratas y no demócratas. Tenemos que entender que hay una sola regla no negociable que debemos compartir todos: que decidiremos la forma de organizarnos como sociedad a través del voto de la mayoría y que esa mayoría y ese voto encontrarán siempre un límite infranqueable en el respeto a los derechos humanos y a la minoría. Al adversario político se lo derrota, pero no se lo elimina ni se lo humilla; la mayoría y quienes con ella vencen, deben prepararse para ser minoría y ser vencidos en una próxima vuelta. Pero todos, absolutamente todos, estamos de acuerdo en seguir participando en el juego bajo estas reglas.

Más todavía, frente a derechistas extremos y violentos, cercanos al fascismo, o izquierdistas extremos dispuestos a una violencia revolucionaria al estilo de Lenin o Stalin, todos los demócratas sinceros deberíamos estar dispuestos a unirnos y a votar por nuestros adversarios políticos si ello evita que acceda al poder alguno de estos extremistas de cualquier signo que pueda desmantelar la democracia. El ejemplo citado por Levitsky y Ziblatt acerca de lo ocurrido en 2016 en Austria es notable:  el principal partido de centroderecha (el Partido Popular Austríaco), frente a una segunda vuelta de la que resultó excluido, otorgó su decidido apoyo al candidato de izquierda del Partido Verde, Alexander Van der Bellen, impidiendo que accediera al poder el extremista de derecha Norbert Hofer. Eso es entender lo que está en juego.

Traduzcámoslo a Chile, para ver qué tan capaces seríamos de hacer algo semejante. Si la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, sorpresivamente debiera verificarse entre José Antonio Kast y Mario Desbordes, ¿serían el Partido Socialista o el Frente Amplio capaces de llamar a su electorado a votar por Desbordes en lugar de dejar todo a la deriva y correr el riesgo de un gobierno de extrema derecha que pudiera poner en peligro nuestra actual democracia? Evidentemente, este ejercicio podría replicarse haciendo la pregunta a Renovación Nacional en caso de que la segunda vuelta se efectuase entre un socialista moderado y un candidato antisistema de extrema izquierda. En suma, ¿podremos los demócratas cuidar todos juntos nuestra democracia para poder seguir debatiendo en el Parlamento nuestras diferencias y considerarnos adversarios y no enemigos?

Las democracias se construyen debatiendo y conversando; dejando de sentirse ofendido por quienes discrepan de nosotros; respetando las opiniones contrarias y evitando la tentación de creerse moralmente superior a causa de las propias creencias políticas. Esto no significa en caso alguno transar con principios fundamentales: el respeto absoluto de los derechos humanos y el respeto a la democracia como sistema de solución de controversias y organización política. Creo que la tolerancia y la continencia institucional serían dos estupendos factores para un trabajo eficiente de la Convención Constitucional; las ofensas, descalificaciones e intentos de suprimir al otro –aunque por ahora sólo sea ideológicamente– conducirán a un proceso constituyente caótico y eventualmente infructuoso. A mí, la moda a veces me incomoda.