Decrecer, desdigitalizar — quince tesis
Las desbrozadoras no han reemplazado a las guadañas porque sean mejores: su uso viene impuesto por nuestra actitud hacia la tecnología. Ni el uso de cada una ni el resultado tienen nada que ver aquí. Se trata de una cuestión religiosa, de fe en la complejidad. El mito del progreso manifestado en forma de herramienta.
—Paul Kingsnorth
Una inteligencia incapaz de revisar y transformar sus pautas de comportamiento, ¿puede llamarse inteligencia? La finalidad última de nuestras orgullosas prótesis tecnológicas, ¿consistirá en calcular el momento exacto de la destrucción de nuestra especie?”
—Alba E. Nivas
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He dicho más de una vez que cada vez que sentenciamos que cierto desarrollo humano (deseable o detestable) es irreversible, nos equivocamos. Ya se trate de derechos humanos o de tecnología punta, nos equivocamos. Así, por ejemplo, Santiago Alba Rico, igual que los propagandistas de las compañías telefónicas, parece convencido de que la digitalización es irreversible: “De este nuevo paradigma postletrado e incorpóreo no se puede ya escapar, salvo cataclismo nuclear”.
Pero desde hace tiempo, voces muy autorizadas han argumentado la implausibilidad de un futuro con internet (seguramente la más inimaginable de las pesadillas para esta sociedad que ha equiparado la digitalización con el progreso y la ha convertido en un credo tecnólatra): así, por ejemplo, Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes en su monumental estudio En la espiral de la energía. El ingeniero de telecomunicaciones Félix Moreno ha actualizado esta previsión, analizando la fragilidad sistémica de las sociedades hipertecnológicas.
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Vale la pena dar unas vueltas a este asunto tremendo, y tan difícil de plantear: ¿cómo pudo alguien pensar que la digitalización de nuestras sociedades era de entrada una buena idea? Una de las razones principales para dar una respuesta negativa es la enorme fragilidad sistémica que ha generado. Ni la digitalización extrema ni el “internet de las cosas” serán viables en un contexto de descenso energético; sabemos que se tendrían que multiplicar los grandes data centers y su consumo energético asociado, y que la extracción masiva de minerales y metales topará con límites.
Ya hemos experimentado la irresponsabilidad con que nuestras sociedades se han acostumbrado a la rápida obsolescencia de máquinas tan complejas y valiosas como los smartphones (se suele recordar, con razón, que los viajes espaciales de los años sesenta y setenta se apoyaban en mucha menos potencia de cálculo). Ahora, el 5G (si se expande según los planes previstos; enseguida volveré sobre ello) va a incrementar el extractivismo y a generar un torrente de residuos electrónicos sin precedentes, al causar la súbita obsolescencia de millones de aparatos electrónicos.
El mundo digital no es para nada “limpio”: la industria emplea grandes cantidades de energía y materiales y genera cantidades ingentes de desechos. Ya hoy, más del 4% de los GEI (gases de efecto invernadero) los generan estas tecnologías “limpias”. Como muestran los investigadores de The Shift Project, nuestros teléfonos, ordenadores, servidores, routers y televisores inteligentes están calentando más el planeta que toda la aviación civil junta –y con un crecimiento rapidísimo (el consumo energético del sector está creciendo a un inaudito ritmo del 9% anual).
Un informe de 2017 elaborado por Huawei Technologies afirma que incluso la previsión más optimista apunta a que en 2025 las TIC consumirán unos 2.800 teravatios-hora (TWh), aproximadamente el 9% del consumo de energía en todo el mundo. Otro artículo publicado en la revista Nature en 2018 prevé que las cifras de consumo de datos serán más alarmantes y constituirán aproximadamente el 21% del consumo mundial de energía en 2030. Y, por otra parte, indica el profesor Antonio Aretxabala, la cobertura actual de 4G, con 5G, necesitaría hasta diez veces más energía.
Para descarbonizar necesitamos desdigitalizar y descomputadorizar, argumenta Ben Tarnoff en un artículo muy sólido. Recuerda Luis González Reyes algunas obviedades: estudios del Banco Mundial y del proyecto europeo MEDEAS muestran “cómo no hay recursos en el planeta para un despliegue masivo de las renovables hipertecnológicas. Así que… apostemos por renovables realmente renovables sabiendo que nos permiten sociedades menos complejas. Este importante resultado de MEDEAS muestra que los requerimientos de varios elementos para una electricidad 100% renovable superan ampliamente las reservas de, al menos, cinco de ellos”: galio, plata, estaño, indio y telurio. También Antonio Aretxabala ha tratado estas cuestiones de forma harto solvente. “Ecológico”, en el discurso dominante, va de la mano de los adjetivos “digital” e “innovador”: pero esto es un error.
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La digitalización acelera el capitalismo, y con ello contribuye a hacer cada vez más probable el colapso ecosocial. Aquí hay que recordar una importante idea sobre la que Ernest Garcia insiste desde hace años: la insostenibilidad de las sociedades industriales –y su tendencia al colapso– está relacionada estrechamente con las dinámicas de aceleración continua (y la interconexión excesiva).
Ay, “suponer que los seres humanos son capaces de aprender por anticipación” (como plantea Ernest) induce a cierta melancolía… Es cierto, somos mamíferos un poco diferentes de los otros, no sólo porque fabriquemos cemento y desechos radiactivos, sino porque potencialmente somos capaces de cierta (mínima) racionalidad. Podemos prever situaciones de muertes masivas por hambruna, digamos, y tratar de evitarlas. Pero en la práctica, a comienzos del siglo XXI, esa posible racionalidad colectiva brilla por su ausencia… Es la cuestión de la Gran Ameba, tal y como la desarrolla por ejemplo Nate Hagens.
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Acelere usted el ritmo de las vivencias humanas y la vida social hasta que la abdicación en la IA (Inteligencia Artificial) parezca algo razonable… Pues la aceleración vacía. Vacía el mundo, vacía al sujeto, nos vacía. Finalmente, para las hueras cáscaras en que nos vamos convirtiendo, refugiarse en el cibermundo acaba pareciendo un alivio…
La digitalización está intensificando la alienación humana. La “industria de la atención” incrementa la manipulación de las personas hasta extremos hace poco inconcebibles. En El enemigo conoce el sistema, Marta Peirano escribe: “La indignación es la heroína de las redes sociales. Genera dopamina porque nos convence de que somos buenas personas”. Y en una entrevista sobre su libro aclara: “El motor de la red social es el ego. Nada refuerza el ego como proyectar una razón moral incontestable.”
Las llamadas “redes sociales”, explica esta periodista especializada en tecnologías digitales, están deliberadamente diseñadas para generar loops de dopamina que no nos satisfacen nunca, de manera que se maximice el tiempo de interacción. “Compiten con nuestros amigos, nuestros hijos, nuestro trabajo, nuestras horas de ocio y de descanso. Sustituyen lo que nos da placer por algo que sólo imita los mecanismos del placer…” Pero más allá de un límite, como señala Jaime Vindel glosando a Iván Illich, “la aceleración tecnológica únicamente genera alienación”.
“El reto de las telecomunicaciones es conectarlo todo”, nos dicen los ingenieros. Pero ese todo se reduce a máquinas y seres humanos en espacios virtuales, y en realidad es la conexión entre máquinas la que prevalece, con eliminación progresiva de los seres humanos (por la vía de “maquinizar” sus interacciones con las máquinas y entre sí). Al mismo tiempo, perdemos la conexión con la biosfera y los demás seres vivos –y también la conexión profunda con nosotros mismos. Hablan de una “realidad aumentada” merced a la virtualización de la experiencia; pero lo que de hecho vamos teniendo es una humanidad disminuida, menoscabada. ¿La interconexión digital puede convertirse en el vínculo social básico? No, la humanidad haría bien en no prestarse a ese desastroso experimento.
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El capitalismo digital no busca satisfacer preferencias, sino generarlas, e influir decisivamente sobre los comportamientos. Se pone en marcha una manipulación personalizada que en última instancia condiciona la formación y expresión de nuestras preferencias sin que seamos del todo conscientes de lo que está sucediendo. Shoshana Zuboff cita un documento filtrado de Facebook de 2018, según el cual el sistema de inteligencia artificial de la autodenominada red social produce más de seis millones de predicciones por segundo a partir de los datos personales de los usuarios, predicciones que luego se mercantilizan para anticipar y orientar las decisiones de tales usuarios.
Ejercer la libertad humana nunca fue asunto fácil, pero el mundo emergente de megadatos y economía de plataformas busca ponerla básicamente fuera de juego. No existieron en el pasado tecnologías de manipulación y propaganda de esta magnitud. Hoy, con la digitalización, el internet distribuido y la inteligencia artificial se está desplegando a velocidad de vértigo un sistema de condicionamiento y control que deja chiquito todo lo que hemos conocido en el pasado. Nunca, en los doscientos mil años de historia de la especie, estuvo la libertad humana tan amenazada.
La digitalización nos conduce a un “capitalismo de la vigilancia” cuyas posibilidades de control social hacen palidecer todo aquello con que pudieron contar los totalitarismos de antaño. Manuel Sacristán, en 1979, se refería a “la perspectiva de tiranía integral que abren el Estado atómico o la ingeniería genética”: la digitalización complica esa perspectiva en órdenes de magnitud. Sobre el “precipicio de la vigilancia masiva de nuestros móviles Android sin conocimiento del usuario”, una nueva investigación pone los pelos de punta.
Las bases de datos de reconocimiento facial, con todo su potencial de tiranía, avanzan a todo gas en todas partes. En EEUU, “Amazon ha llegado a acuerdos con doscientos departamentos de policía para crear bases de datos faciales con los vídeos que toman las cámaras de seguridad caseras. Y esto es sólo lo que sabemos. Cabe sospechar que lo más gordo se esté cocinando en las oscuras alcantarillas de Langley, Virginia [sede de la CIA], a las que ni podremos soñar con tener acceso, al menos hasta que estalle un cara-leaks de los gordos”.
En China, nos informa Patricia Esteban, ya se está experimentando con tecnología que intenta medir la atención de los y las escolares en clase. Se dibuja un horizonte de tiranía que dejará el mundo de Orwell en 1984 a la altura de un juego infantil. Y hacia allá avanzan nuestras sociedades entonando himnos de alabanza a la revolución digital…
¿Cabe hablar de libertad en serio en una sociedad de la mercancía donde se nos dice que “el consumidor quiere que le encaminen sigilosamente hacia la creación de sus necesidades de compra”? ¿Seguirá teniendo sentido la pregunta por la libertad en el degradado mundo de “posdemocracia”, creciente autoritarismo, fake news y “hechos alternativos”, técnicas comerciales aplicadas a la “gobernanza”, publicidad basada en la neurociencia, explosiones de dopamina teledirigidas y máquinas propagandísticas automatizadas, concebidas como armas de guerra a partir de los avances en inteligencia artificial –en ese degradado mundo que es cada vez más el nuestro?
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Rosa Montero recoge (de Nuria Oliver, de la Real Academia de Ingeniería y una autoridad mundial en inteligencia artificial) algunos ejemplos de cómo que las multitareas, como por ejemplo “chatear o navegar por internet mientras se ve la televisión o se escucha música”, están entonteciéndonos por la vía de destruir nuestra capacidad de atención. Nos estamos convirtiendo en la civilización de la memoria de pez, denuncia el ensayista francés Bruno Pattino, con una capacidad de atención reducida a nueve segundos. La lectura en medios digitales nos lleva sistemáticamente a peor y más superficial comprensión que la lectura en papel. La búsqueda en internet fomenta la ilusión de conocimiento: nos induce a creer que sabemos más de lo que sabemos. Volcarnos en internet merma nuestras capacidades reflexivas, nos vuelve superficiales.
La digitalización sabotea nuestras posibilidades de autoconstrucción ética. Si la atención es la principal palanca para las posibilidades éticas del ser humano (el filósofo Malebranche la llamaba “la oración natural del alma”), y las pantallas móviles con internet son “armas de distracción masiva” concebidas para entretenernos y despistarnos… bueno, la conclusión no resulta difícil de extraer.
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La digitalización está obrando contra la democracia. Y no se habla aquí de perspectivas futuras, sino del pasado reciente y de lo que está sucediendo ahora mismo. No olvidemos los sucesos en torno a Cambridge Analytica y la elección de Trump como presidente estadounidense en 2016: la compañía Cambridge Analytica, que ponía la Inteligencia Artificial al servicio de diversas iniciativas de ultraderecha, envió información sesgada a 87 millones de estadounidenses para influir en su voto en las últimas elecciones en EE UU –y probablemente eso decidió la presidencia de Trump. Tampoco la victoria de Bolsonaro en Brasil se entiende sin mirar hacia los smartphones: inversores anónimos pagaron a agencias para diseminar a través de Whatsapp contenidos negativos sobre los contrincantes de Bolsonaro en la campaña electoral.
En España, en la antesala de las elecciones del 10 de noviembre de 2019 supimos de la existencia de una campaña en Facebook montada de forma opaca por personas vinculadas al Partido Popular y destinada a provocar que los votantes de izquierda no acudiesen a las urnas. Varios millones de usuarios de la red social estuvieron expuestos a esta publicidad política sin que supieran quién estaba de verdad detrás de esta iniciativa.
La propaganda moderna, asevera Enric González, se da un festín con nosotros. En efecto, hoy se crean gigantescas bases de datos con perfiles de los ciudadanos y ciudadanas elaborados a partir de la información personal vertida en la Red –tanto la que nosotros mismos hacemos pública como la que se extrae sin que seamos siquiera conscientes de ello en las plataformas que usamos y las aplicaciones que hemos descargado en nuestros dispositivos–, lo cual permite a ciertos agentes políticos dirigir a los distintos grupos de individuos información personalizada para moldear su visión del mundo a su conveniencia. De esta forma la propaganda política, como sostiene Yuval Noah Harari, adquiere una eficacia sin precedentes.
“El siglo XX se ha caracterizado por tres desarrollos de gran importancia política: el crecimiento de la democracia, el crecimiento del poder corporativo y el crecimiento de la propaganda corporativa como medio para proteger al poder corporativo de la democracia”, escribió Alex Carey. Si nos importa algo la democracia, hoy no se trata tanto de luchar por la libertad de expresión como por mantenernos libres de propaganda. Pero internet está dominado por un modelo económico basado en la extracción de datos para la manipulación de personas con el fin de vendernos objetos, servicios, experiencias, candidatos políticos… Y está en manos de cada vez menos empresas que pelean entre ellas a muerte por dominar ese mercado.
China está aumentando su capacidad de espiar a sus aproximadamente 1.400 millones de súbditos a niveles nuevos y perturbadores, proporcionando al mundo un plan de cómo cabe construir un Estado totalitario digital –y muchos otros Estados siguen el gigantesco experimento con interés. El comentario del heroico whistleblower Edward Snowden resulta del todo pertinente: “En ausencia de una reforma radical, así será el mundo entero dentro de diez años. Recuerden: en los Estados Unidos tanto el Partido Republicano como el Demócrata defienden los programas de vigilancia masiva. La ‘ventaja’ de China en esto no es tecnológica, sino que no existe una fuerte oposición civil para frenar el descenso a la pesadilla”.
Es también Snowden quien ha advertido: “Los ciudadanos y ciudadanas se alzarían indignados si el Gobierno ordenara que cada persona llevase un dispositivo de rastreo que revelase su ubicación e identidad las 24 horas del día. Sin embargo, en la última década nos hemos visto sujetos a tal sistema, app tras app en el smartphone…
En la primavera de 2020, las cuarentenas y confinamientos por la pandemia de covid-19 se han convertido en algunos países en la herramienta legal para sofocar protestas sociales y las aplicaciones de vigilancia sanitaria en la herramienta técnica para controlar movimientos de sospechosos, advierte Marta Peirano. En EEUU, tras el asesinato policial de George Floyd el 25 de mayo y la sublevación que siguió en Minneapolis y otras ciudades, parece que ya están usando estas apps de rastreo de contactos para controlar las manifestaciones.
La variante específicamente educativa de la distopía digital en ciernes anuncia vigilancia biométrica en los exámenes online de escolares y universitarios/as… Que los espíritus del cibermundo nos asistan.
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O entrar desnudos y esposados al panóptico digital, o quedar al margen de la vida social… ¿Internet como gran espacio de libertad? Más acertada parece la prevención de Enrique Alonso: “La Red, al menos como ha llegado a nuestros días, no es el producto de una sociedad deseosa de alcanzar la igualdad y el fomento de la participación ciudadana: si responde a algo es al giro neoliberal experimentado durante las dos últimas décadas del siglo XX”.
La Red, en la configuración que ha adquirido (vale decir, el internet privatizado oligopólico realmente existente) lejos de ser un medio emancipatorio, fomenta “una cultura de la distracción y la dependencia. Esto no significa negar los beneficios de un sistema universal y eficiente de intercambio de información: se trata, antes bien, de negar la mitología que envuelve dicho sistema”.
A partir de la extracción de datos, se ponen en práctica estrategias de publicidad comercial y propaganda política personalizadas. En palabras de Santiago Álvarez Cantalapiedra, en el capitalismo digital “no es suficiente con identificar preferencias, resulta más provechoso moldearlas si se dispone de la capacidad para hacerlo”.
Una entrevista sobre estas cuestiones con la defensora de los derechos civiles Renata Ávila (quien formó parte del equipo defensor de la líder indígena Rigoberta Menchú en su Guatemala natal, y años después trabajó con Baltasar Garzón en la defensa de Julian Assange) no tiene desperdicio. Ella cree que apenas queda nada de internet como herramienta de libertad del 15-M o Occupy Wall Street.
¿Qué ha ocurrido en el decenio último? “En 2010 la mayoría aún entrábamos en internet desde un PC y usando un navegador que nos daba acceso a infinidad de sitios web. Fue la época dorada de Wikipedia y los blogueros. Surgió un periodismo ciudadano potente que denunció la corrupción. Pero en la última década los teléfonos móviles con acceso a internet han acabado con esto.
Conectarse mediante apps en vez de con navegadores web reduce la apertura, limita infinitamente la variedad de nuestra dieta informativa y nos hace mucho más pasivos. El consumo se vuelve más adictivo, mucho más intrusivo y, lo más peligroso, hiperpersonalizado. Las apps hacen que aunque vivamos en el mismo país, la misma ciudad y hasta la misma casa, se nos muestren universos distintos”.
¿Se puede hablar aún de democracia en estas condiciones? Las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), sigue explicando Ávila, tienen hoy un descomunal poder político. Por primera vez en la historia tienen una capacidad global de alterar, maximizar o silenciar cuestiones de la esfera pública. Estas megaempresas no se van a limitar a sacar todos los datos que puedan y ganar todo el dinero posible. Tienen ambiciones políticas y quieren moldear el mundo. “La tecnología es hoy política y eso es algo que no podemos obviar. Los imperios de antes dominaban territorios, los nuevos dominan mentes.”
El catedrático de sociología Antonio Izquierdo Escribano advierte: “La informatización de la sociedad nos aísla, nos deshumaniza y, contra la apariencia, acrece la desigualdad social. La enorme concentración de poder que rige el capitalismo digital fortalece la burocracia, succiona la democracia y desintegra la comunidad humana. Es necesario, tras el confinamiento [por la covid-19], rediseñar un puerta a puerta vecinal. Embuzonando la información de proximidad y tejiendo redes de cercanía cargadas de sensaciones y sentidos…”
Los oligopolios digitales socavan la democracia tanto desde arriba (con esas inauditas asimetrías de conocimiento y poder) como desde abajo (socavando las opciones de autonomía humana). Amigos, compañeras, yo también simpatizo con la ética hacker, ¡pero no estamos en 1990 ni en 2000 ni en 2010! No son tiempos de internet como fuerza democratizadora, sino del despliegue del capitalismo de vigilancia. Control algorítmico es otra noción clave. (Genocidio climático sería igualmente otra, enseguida veremos por qué.)
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La digitalización conduce a un futuro distópico, sí o sí. Supongamos que triunfa –en sus propios términos. Como ha señalado alguna vez Adrián Almazán desde posiciones libertarias anti-industriales, “el capitalismo industrial ha creado un entramado tecnológico del que depende y que le es consustancial. Su objetivo es construir el mundo cerrado del control total, la utopía cibernética que permita por fin racionalizar todo comportamiento social”.
Pero desde posiciones liberales mainstream la cosa no se ve de manera muy diferente: así, el político del Partido Popular José María Lassalle alerta sobre cómo “avanzamos hacia una concentración de poder inédita en la historia. Una acumulación de energía decisoria que no necesita la violencia y la fuerza para imponerse, ni tampoco un relato de legitimidad para justificar su uso. Estamos ante un monopolio indiscutible de poder basado en una estructura de sistemas algorítmicos que instaura una administración matematizada del mundo.
Hablamos de un fenómeno potencialmente totalitario que es la consecuencia del colapso de nuestra civilización democrática y liberal, así como del desbordamiento de nuestra subjetividad corpórea. Se basa esencialmente en una mutación antropológica que está alterando la identidad cognitiva y existencial de los seres humanos. La digitalización masiva de la experiencia humana, tanto a escala individual como colectiva, comienza a revestir el aspecto de una catástrofe progresiva, evolutiva, que alcanza la Tierra entera”.
Desde la unidimensionalidad capitalista que denunciaba Herbert Marcuse en los años 1950, pasando por el “pensamiento único” neoliberal hostigado por los movimientos altermundialistas en el cambio de siglo, hasta la reducción algorítmica que impulsa el capitalismo digital: lo que advertimos son etapas de empobrecimiento, reducción y devastación antropológica.
Pero ese triunfo de la digitalización en sus propios términos (como una realidad incluyente) en realidad es imposible, si atendemos a las constricciones ecológico-sociales que venimos señalando. La escasez de minerales (para energías renovables, infraestructura robótica e Internet de las Cosas), como ha señalado Emilio Santiago Muíño, “es un cuello de botella insuperable para que la IV Revolución Industrial pueda universalizarse. Sus avances serán parciales, y directamente proporcionales al privilegio geopolítico que actores imperiales del sistema-mundo pueda imponer a costa del resto”.
La retórica de la inevitabilidad de la tecnociencia resulta omnipresente: “si la ciencia nos da la oportunidad de mejorar nuestros cuerpos y mentes, es iluso pensar que eso puede frenarse”; “la robotización es irremediable”; “la casa conectada y este asunto del internet de las cosas pronto serán una realidad sin vuelta atrás”… Todo este determinismo tecnológico brota turgente hojeando apenas durante tres minutos el número 20 de la revista Retina, un prontuario de propaganda del mundo digital que regala PRISA junto con el diario El País. Se les olvida añadir un pequeño detalle: si los wet dreams del tecnocapitalismo se materializan, será sólo para una pequeña parte de la humanidad, los sobrevivientes en un mundo infernal. Antes, muy posiblemente, diecinueve de cada veinte seres humanos habremos sido eliminados.
9’5 –excurso sobre genocidio climático
Vaya cenizo –valiente catastrofismo –cómo exageras, macho… Ya oigo las protestas. Bueno, amigos y amigas, infórmense un poco sobre lo que significará vivir en el planeta Tierra durante el Siglo de la Gran Prueba. El BAU (Business As Usual, con todos esos avances del capitalismo digital) nos lleva al exterminio de la gran mayoría de la humanidad, si no a su extinción total –y no a largo plazo. Basta con asumir de verdad la situación en lo que respecta a la crisis climática para darse cuenta de esto.
En efecto, hoy el BAU (usemos este acrónimo por no decir: el tanatocapitalismo que nos gobierna) dirige al planeta Tierra hacia 4°C de calentamiento, si nos basamos en los compromisos de reducción de emisiones de GEI contraídos hasta ahora. Los compromisos de París suponen una senda de calentamiento de alrededor de 3’3°C, según los expertos; pero eso no incluye algunas retroalimentaciones del ciclo del carbono que ya se están activando (por ejemplo, deshielo del permafrost ártico, desforestación del Amazonas, otras mermas en la capacidad natural biosférica de almacenar carbono) que empujarían ese calentamiento hacia los 5°C. “Entonces, decir que estamos actualmente en un camino de 4°C es correcto”. Se podrían superar los 4-5ºC incluso en fechas tan tempranas como 2050, si las cosas van realmente mal. Ahora bien, destacados climatólogos han conjeturado que eso puede suponer el exterminio del 95% de la humanidad.
En fin… Como señalaba en una entrevista Bruno Latour, “si uno estudia seriamente cuál será la trayectoria del planeta en los próximos treinta años, la certeza del desastre es de tal magnitud que resulta comprensible que algunos se nieguen a creerla. Es como si te dicen que tienes cáncer, o bien te sometes a un tratamiento y luchas, o bien no te lo crees y te vas de vacaciones al Caribe para aprovechar el tiempo que te queda.”
Paradoja: el rotundo rechazo (denegador) a considerar en serio la muy plausible hipótesis del colapso ecosocial como destino de las sociedades industriales ha ido volviendo cada vez más probable ese colapso, desde hace medio siglo.
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El siguiente salto en la digitalización se llama 5G. Pero, como advierte Marta Peirano, la infraestructura 5G es una necesidad creada para la explotación de datos. “No creo que su objetivo sea servir al bien común sino tener un control absoluto y mucho más granular de todo lo que pasa en el espacio en el que opera. Es una red de vigilancia mucho más densa y rápida. Nos venden que con el 5G habrá coches autónomos, operaciones quirúrgicas a distancia… cuando en realidad tienes problemas comprando un medicamento en una región que no es la tuya. ¿Qué realidad nos están vendiendo? En realidad nos están engañando a todos, el 5G es una farsa, es una gran trampa para espiarnos.”
Ahora bien, si para oponerse al despliegue de 5G basta con razones ecológicas y sociopolíticas (que son de peso), ¿por qué meterse entonces a debatir los más dudosos efectos sobre la salud? Creo que hay dos motivos para hacerlo. El primero: hay muchas personas dañadas (mujeres sobre todo) por enfermedades de sensibilización del sistema nervioso central (como la Sensibilidad Química Múltiple o la fibromialgia) y hay evidencia que apunta por un lado a la conexión de estas enfermedades entre sí, y por otra parte a la etiología en algunas formas de contaminación. Sabemos que, en el pasado, sectores más sensibles de la población (niños y niñas a veces) han servido (para su mal) como “sistemas de alerta temprana” de otras formas de contaminación, y por eso tenemos hoy motivos para la preocupación.
Entre esas enfermedades de sensibilización del sistema nervioso central, la electrohipersensibilidad como posible enfermedad resulta mucho más controvertida. Ahora bien, los niveles de exposición de la gente a radiaciones electromagnéticas aumentarán enormemente con el despliegue del 5G, y esto es problemático. “El Defensor del Pueblo ha dado la razón a la Plataforma ciudadana STOP 5G Segovia que denunció falta de control detectado en el Plan Nacional 5G y en el proyecto piloto 5G que se lleva a cabo en esta ciudad. En su informe, el Defensor del Pueblo concluye que existen irregularidades en el despliegue del Plan 5G y en los Proyectos Piloto 5G. Recoge que no se ha realizado evaluación ambiental, no se ha creado el Comité Interministerial sobre Radiofrecuencias y Salud, no hay un seguimiento de los efectos para la salud y no se ha atendido a las personas electrosensibles”.
En mi opinión, hay evidencia científica suficiente sobre efectos biológicos de diversas formas de radiación no ionizante, sobre seres humanos y otros seres vivos (insectos por ejemplo). ORSAA (Oceania Radiofrequency Scientific Advisory Association) ha organizado una enorme base de datos de investigación científica (revisada por pares) sobre los efectos biológicos de los CEM: https://www.orsaa.org/ . Si se elige hacer caso omiso de ese cuerpo de evidencia, tiraríamos por la borda décadas de elaboración sobre el principio de precaución… y ése sería uno de los efectos más perniciosos de este debate (el segundo motivo para no obviar los posibles efectos sobre la salud). Pues eso va mucho más allá de este debate concreto, afecta al ideario ecologista en su conjunto y más allá (a los diversos idearios de emancipación social).
No perdamos de vista que las empresas de telecomunicaciones y las GAFAM están aplicando en este caso la estrategia de las empresas del tabaco, generalizada luego con éxito –desde el amianto al glifosato. Lo cual promociona un tipo de ciencia cuestionable (¿qué niveles de evidencia exigimos cuando están en juego bienes y valores básicos para la sociedad?) y desactiva el principio de precaución.
Pues éste no sólo es un debate sobre racionalidad y buena ciencia: lo que está detrás de la cerrada defensa del 5G son intereses empresariales poderosísimos (cuestionar al sector de las telecomunicaciones: ¡hasta ahí podíamos llegar!) y la creencia en el Progreso (más abajo volveré sobre ello). La discusión de por qué introducir el 5G –ha sugerido Antonio Turiel– es lo más parecido en el ámbito de las telecomunicaciones a la construcción de los moais de la isla de Pascua, es decir, el canto del cisne justo antes del colapso.
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“Una noción reveladora es la de sonambulismo tecnológico. (…) Caminamos dormidos voluntariamente a través del proceso de reconstrucción de las condiciones de la existencia humana [por la tecnología]”. Además de esa noción de sonambulismo tecnológico, otra idea clave es la de tecnologías atrincheradas. El mejor argumento con que parecen contar ciertas tecnologías para seguir entre nosotros es que sus promotores usaron eficazmente la técnica comercial del pie en la puerta (cuando no la patada para echar la puerta abajo): ya se han desplegado como hecho consumado, y ahora resulta extremadamente difícil pensar en su erradicación.
Ay, aquel viejo lema de los estudios CTS: No Innovation Without Representation, ninguna innovación sin representación democrática.
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Aunque se ha dicho muchas veces, hay que repetirlo de nuevo: algo como internet no puede comprenderse bajo el paradigma de la herramienta neutral, que puede usarse bien o mal. Es un entorno técnico con la potencialidad de reconfigurar la entera vida humana (e incorpora valores e intereses que están lejos de ser socialmente deseables). Esto lo reconocen paladinamente los evangelistas de Silicon Valley: “La informática ya no tiene que ver con los ordenadores, se trata de nuestra forma de vida” (Nicholas Negroponte en su best-seller de 1995 Ser digital).
Allende las técnicas sencillas, el modo de utilizar cualquier tecnología viene en gran medida determinado por la estructura de la propia tecnología: como ha subrayado Neil Postman, “sus funciones se derivan de su forma”. Como explica por ejemplo Antonio Diéguez, la tecnología no es solo el conjunto de las herramientas, de los medios, de los instrumentos, de las máquinas, sino también el entramado social, industrial, económico, político y cultural que la hace posible. “Éste se encuentra lejos de ser axiológicamente neutral. Incluso si nos ceñimos a los objetos tecnológicos, el filósofo de la tecnología Langdon Winner explicó ya hace años que los artefactos tienen política. Es decir, encarnan valores políticos y sociales.” Y Morozov: “No hay empoderamiento digital sin empoderamiento político, y este último sólo se puede alcanzar concibiendo la Red no como un medio o una herramienta, sino como un conjunto de infraestructuras para facilitar la vida, el trabajo y la cooperación”.
Detrás de los algoritmos y las redes informáticas hay intereses humanos. En demasiados casos, por lo que vamos sabiendo, los algoritmos en realidad sirven más bien para disfrazar decisiones de dominación tomadas por ciertos poderes bajo el pretexto de una Inteligencia Artificial neutra… Advertía ya hace decenios Neil Postman que “es de esperar que los burócratas abracen una tecnología [digital] que ayuda a crear la ilusión de que las decisiones no están bajo su control.
Gracias a su aparente inteligencia e imparcialidad, un ordenador tiene una tendencia casi mágica a desviar la atención de las personas que desempeñan funciones burocráticas y dirigirla hacia el propio ordenador, como si fuera la verdadera fuente de autoridad. Un burócrata armado de un ordenador es el legislador no reconocido de nuestro tiempo, y una carga terrible que soportar. Quizá si Adolf Eichmann hubiera podido decir que no había sido él, sino un montón de ordenadores, lo que había conducido a los judíos a los crematorios, puede que nunca se le hubiera hecho responder de sus actos”.
No ser capaces de reconocer las vías por las que decisiones (oligopólicas) sobre la tecnología moldean nuestras vidas es renunciar a cualquier posibilidad de pensamiento crítico.
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Primero mentir y a continuación proclamar que es demasiado tarde, pues el despliegue tecnológico ya ha tenido lugar; y recubrirlo todo con el discurso de la inevitabilidad (“no se puede parar el progreso”). Así se afirma la “libertad para innovar” del capitalismo, como vimos en los conflictos sobre cultivos y alimentos transgénicos y nos recuerda Isabelle Stengers.
Así también en el caso de la digitalización y el 5G. Tecnologías que nadie ha deseado –megacorporaciones capitalistas crean la demanda, y luego se van imponiendo las innovaciones con un creciente totalitarismo blando–, que no se someten a evaluación seria –la carrera concurrencial las lanza al mercado antes de que lo haga un competidor– y que entrañan riesgos enormes para algunos de los bienes que más valoramos. Y todo ello para qué?
Se nos prometen grandes avances del tipo: con el 5G “la latencia o tiempo de respuesta se reducirá hasta 5 milisegundos, lo que permitirá una mejora notable en los videojuegos online”.Además, “bajarse una película de un GB desde un PC con conexión de fibra óptica tarda medio minuto; con el 5G, se podrá hacer en menos de un segundo”.
Cambiemos de cosmovisión, nos decían los sabios. Sí, maestro, pero eso ¿cómo se hace? (Porque el cambio de cosmovisión que de hecho está teniendo lugar –hacia el “dataísmo” y la adoración de los algoritmos informáticos– va exactamente en sentido contrario a lo que necesitaríamos: Silicon Valley, en cierta forma, es la culminación orgiástica del dualismo platónico y cartesiano…)
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¿Qué rumbo están siguiendo nuestras sociedades? Numerosos análisis, a partir del clásico informe The Limits to Growth en 1972, indican que la pauta básica es extralimitación seguida de colapso. Si hay al menos una pequeña probabilidad de colapso ecosocial (y no digamos si éste se muestra como altamente probable o casi inevitable), “digitalizar a toda marcha” es una conducta profundamente irracional.
Poner la memoria, los saberes de gestión y los medios organizativos de nuestras sociedades en manos de un oligopolio privado transnacional (GAFAM), y fiarlo todo a la conservación de un aparato técnico insostenible que fallará más pronto que tarde, es lo contrario de una conducta prudente.
Cuando el abastecimiento de agua potable, la provisión de servicios médicos o el correcto funcionamiento de las centrales nucleares depende de una red tecnológica de porvenir más que incierto, nuestras sociedades están haciendo las cosas de forma pésima: la “altura de caída” es ya enorme ¡y nos dedicamos a aumentarla aún más! En la terrible primavera de 2020, ya la pandemia coronavírica ha abierto a mucha gente los ojos sobre la fragilidad intrínseca de sociedades que han dejado hacer a sus anchas a los taumaturgos del neoliberalismo y la tecnociencia.
Hace años que sostengo, junto a la necesidad de políticas ecosociales de asunción de límites (lo cual, en nuestra situación de extralimitación ecológica, implica decrecimiento), que precisamos una ética de la imperfección (capítulo 8 de mi libro Gente que no quiere viajar a Marte). El término que ha acabado imponiéndose para designar esa dirección de cambio es resiliencia, y digitalizar casi todo nos vuelve menos resilientes ante los difíciles escenarios que tenemos a la vuelta de la esquina.
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Hemos visto exactamente las mismas pautas de ataque a las posiciones de defensa humana, social y ecológica en el debate sobre el tabaco, el amianto, el cambio climático y los plaguicidas. Ahora bien, la hostilidad con que son recibidas las críticas de la digitalización no se debe sólo al poderío económico-político de las empresas implicadas y a las enormes inversiones en juego: hay algo más.
En efecto, el despliegue de la crisis civilizatoria y la ralentización del crecimiento capitalista, a lo largo de los decenios últimos, ha privado de fundamento a las promesas de bienestar con que el sistema lograba legitimarse. Cada vez resulta más evidente a los ojos de más gente que el rey está desnudo, y que resulta del todo ilusorio creer en que cada generación vivirá en el futuro mejor que la anterior.
Así, poco más que la hipertrofia de las tecnologías digitales consigue apuntalar hoy, mal que bien, el Mito del Progreso: si esto también falla, la legitimación del capitalismo está más comprometida que nunca. Y por eso cualquier crítica de la digitalización recibe un verdadero chorreo de burlas y descalificaciones gratuitas, que en muchas ocasiones bastan para desanimar al hereje a quien se busca estigmatizar como retrógrado luddita.
Coda final
Titular de prensa: “La UE camina hacia el horizonte verde y digital tras la policrisis”. Pero, si fuese auténticamente verde, ya hemos visto que no podría ser demasiado digital… “Verde, digital y sostenible” van siempre juntos en el discurso de la cultura dominante, pero esto es un contrasentido. Así seguimos enganchados en nuestra mortal Lebenslüge. Si fuese verdad que los procesos masivos de digitalización, automatización y robotización son imparables, estamos perdidos. Porque tienen un pequeño defecto colateral: devastan la biosfera y así destruyen las bases de la vida humana en el planeta Tierra.
Un rimbombante editorial de El País comienza con la frase: “Sin digitalización no hay vida”. Esa “vida” de la digitalización (una vida virtual y tiranizada para los supervivientes de un genocidio inconmensurable en un planeta devastado) ¿vale la pena de ser vivida? Ésa es una pregunta muy de fondo para nuestras sociedades.
Contra las expectativas generalizadas, nuestro futuro no va a ser demasiado digital, por el rápido avance del colapso ecosocial en que nos encontramos; y creo que además no debería serlo, si tuviésemos algún tipo de control democrático (o mínimamente racional, siquiera) sobre los procesos en curso, por las razones previamente expuestas (y también las que desarrollamos en ese artículo/ manifiesto “La necesidad de luchar contra un mundo ‘virtual’. Contra la doctrina del shock digital”, ya mencionado).
Creo que, de manera general, la digitalización (que funciona como aceleradora del capitalismo) no permite avanzar hacia un mundo sostenible, sino más bien lo contrario. Hay que entenderla como una trampa del progreso. Si como sociedad (y como universidad) fuésemos capaces de un mínimo de racionalidad colectiva, emprenderíamos un proceso de des-digitalización selectivo pero rápido. En un mundo que sufre la emergencia climática y se sitúa en una trayectoria de colapso ecológico-social, lo que precisamos no es acelerar más, sino precisamente lo contrario: ralentizar, relocalizar, contraer el metabolismo social, reconectar con la naturaleza y construir un nuevo sentido de la vida que no se base en el consumo de mercancías.
Decía Antonio Gramsci que la historia enseña, pero es una maestra sin alumnos. La anticipación basada en el mejor conocimiento disponible lo tiene todavía peor. Ay, amigos y amigas… Ya en 1937 George Orwell podía escribir: “ya ahora es evidente que el proceso de mecanización está fuera de control”. Si hay seres humanos en el siglo XXII (nada menos seguro), se preguntarán: ¿cómo pudieron hacerlo? No nos perdonarán el mundo infernal que les habremos legado. Y ¿qué cabría decir en nuestro descargo?
“Se tardaba medio minuto en bajar una película de internet, ¿quién podía esperar tanto?”
Cercedilla y Peguerinos, verano de 2020
Este artículo fue publicado originalmente en la revista 15-15-15 y re-publicado bajo licencia Creative Commons - BY - SA. Puedes leer el artículo original en el siguiente link".