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Nunca había pescado la frase “paren el mundo, que me quiero bajar”. Ahora quiero que esto pare un ratico, perrito, zorrón. Pienso en eso cuando salgo de mi casa y me monto arriba del Uber. En nuestro estacionamiento del condominio ya no está mi Hyundai 1998. Ayer lo vinimos a buscar con el team del movie apenas salimos de la reunión. Fue amor a primera vista para el director de arte y la guionista gringa. De inmediato se lo llevaron a Machasa para transformarlo en algo parecido al DeLorean, ese clásico que ninguno de estos giles ubica. Qué fuerte. De puro urgido, le pregunté a Siri si Terminator existía como hit de la cultura pop, si el mundo aún disfrutaba de Akira de Katsuhiro Otomo. Si había un Studio Ghibli y tal vez lo más reciente, si es que Marvel Studios y Star Wars era de Disney. El chofer, un moreno de Haití, me mira aterrado por el espejo retrovisor. Lo entiendo. Yo también hubiera sentido lo mismo. Pregunté por Los Venegas, por Nolan, Lynch, Fincher, Villeneuve, Coppola (padre e hija), Scorsese, Guillermo del Toro, Cuarón y Iñárritu y Hitchcock… y seguían todos sanos y salvos. Pregunté por algunos directores chilenos y me dio gusto saber que ya no harían más daño en esta línea de continuidad.
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Pregunté por Donnie Darko de Richard Kelly, en caso de poder robar alguna idea sobre los viajes en el tiempo. Lamentablemente, es una cantera de la que no puedo echar mano: sigue existiendo. Pregunté por Tarantino y cuec, naca la pirinaca. No era parte de los vivos, o por lo menos de los vivos como yo los conocía en mi continuidad. Por eso nadie conocía a Eric Stoltz, cuyo revival en Pulp Fiction como el dealer de Vincent Vega, es decir, John Travolta, lo había puesto en la palestra de mi generación. Una pena. Me cuestioné si me sabía de memoria suficientes diálogos y escenas de Perros de la calle, como para rehacer el guion y ganarme un dinero extra en un copypasteo que nadie llegaría a cachar jamás.
Googleé entonces las palabras claves: “Piñera preso Punta Peuco”. Me moría de ganas por saber si había ocurrido en verdad su encarcelamiento, o si había sido una ilusoria golondrina haciéndome sentir tan feliz como en verano. Y efectivamente, seguía siendo una realidad en esta realidad. Wikipedia decía que Alejandro Guillier había ganado las elecciones presidenciales de Chile en el año 2017, tras una apretada segunda vuelta. 51.2 % frente a un 48.8%. Como Sebastián Piñera no había soportado la derrota, financió a grupos guerrilleros contratados por su primo, Andrés Chadwick, en una feria colombiana de terroristas un mes después.
El 19 de octubre de 2018, sin explicación aparente y en medio de un pacífico proceso constituyente (que buscaba eliminar la Constitución de Pinochet) encumbrado por el presidente Guillier y con un inédito y enorme apoyo ciudadano, una serie de ataques afectaron al Metro de Santiago de manera simultánea. Periódicos de circulación nacional, extrañamente, tenían a los pocos minutos en sus páginas online las pruebas para demostrar la responsabilidad de las guerrillas FARC en complicidad con subversivos mapuche de La Araucanía. Sin embargo, en las tensas horas que siguieron a los atentados, un discreto general de Carabineros llamado Mario Rozas, se entregó a la PDI para confesar un complot entre la policía y grupos de extrema derecha financiados por Piñera, para desestabilizar al país y culpar a la extrema izquierda.
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Meses después se filtró que Rozas, ese mismo día de los atentados, traicionó a Piñera y al llamado complot del grupo Penta (los mayores financistas eran de ese grupo económico) debido a una abultada diferencia en millones de dólares en la que sería su tajada de la torta. Sin esa cifra en sus cuentas de paraísos fiscales, le resultaba imposible cumplir con los compromisos operacionales de sus tratos con la lucrativa industria chilena del narcotráfico. Los narcos habían cercado a la familia de Rozas, y frente a la presión, habría aceptado la oferta de la fiscalía chilena, siguiendo el camino del presidente de la ANFP, Sergio Jadue, el cual también cerró un trato con el FBI para ser parte del Programa de Protección a Testigos a cambio de información clave para desbaratar la relación narcopolítica en países del Cono Sur, incluyendo Chile. En un plazo inferior a dos años, se demostró la responsabilidad civil y penal del empresario y excandidato presidencial Sebastián Patraña, y en octubre de 2019 fue juzgado y encarcelado a diez años y un día de prisión efectiva en Punta Peuco por sedición y traición a la patria. Y no solo eso.
Durante el 2020 se destapó el “Piñera Gate”, en donde se establecieron triangulaciones entre la AFP Hábitat, que invertía los fondos de pensiones en la administradora general de fondos Moneda Asset Management, controlada por el mismo Piraña y que invertiría en Inmobiliaria La Construcción (ILC), empresa controladora de Hábitat, lo cual se encontraba prohibido por la ley según los artículos 45 bis y 47 bis del DL-3500, señalando que “los recursos de fondos de pensiones no podrán ser invertidos, directa o indirectamente en acciones de Administradoras de Fondos de Pensiones”. Moneda Asset, BTG Pactual Chile (el banco de inversiones más grande de Chile) y Altis SA (administradora general de fondos) recibieron 1170 millones de dólares de Bancard Inversiones Ltda., controlada también por Piñera, y había transferido cerca de 96 millones de dólares a Bancard Internacional Investment, una de las firmas de sus hijos con domicilio en las Islas Vírgenes Británicas. Un enredo de mierda en el que finalmente se demostró que Piñiñento, su hijo y su hermano se fundieron con más plata que la cresta de todos los chilenos. Lo cual le sumó cinco años y un día a Sebastardo, terminó con Sebastardo júnior también en la cárcel y Pepe Piñera arrancado a la isla de Singapur, que no tiene tratado de extradición con Chile.