CRÍTICA| Dignidad: A la caza de Paul Schäfer
-¿Dónde está Paul Schäfer?
Esa es la pregunta que hace el abogado Leo Ramírez –interpretado por el actor alemán-paraguayo Marcel Rodríguez– al llegar a arrestar al jerarca de Colonia Dignidad, pero este es escondido por sus secuaces.
-Es un pervertido que abusa de cuatro niños al día.
Así describe a Schäfer la detective encarnada por la actriz Antonia Zegers, la sagaz contraparte femenina de Leo.
Es 1997 y ambos deben trabajar juntos para encontrar al asesino.
Leo conoce bien Dignidad. Vivió ahí cuando niño a fines de los 70, junto a su hermano, una de las víctimas de Schäfer, trauma que el actor encargado de interpretar el personaje transmite de manera brillante en su siempre tenso y triste rostro. Al volver a Chile a fines de los 90 tras residir en Alemania, choca de frente con la impunidad y las redes de protección que siguen activas durante la posdictadura.
[Te puede interesar]: La Jauría: Esto no es ná lobito contra ovejita, esto es lobo contra leona
Los idílicos paisajes del sur de Chile y el imponente trabajo de fotografía de la serie se contraponen a los horrores que ocurrieron en ese enclave nazi protegido por la dictadura.
Dar voz a los sin voz, a las víctimas, en especial a los niños asesinados, violados, abusados sexualmente y torturados es un acto de justicia. Después de 1973, el lugar se convirtió en un centro de tortura y detención de perseguidos políticos. Son casos que deben ser contados una y otra vez para terminar con el negacionismo de derecha.
Ahí surgen las reflexiones de Hannah Arendt sobre el rol de la burocracia en la imposición del terror y la banalidad del mal. La negación es otra de las decisiones más cobardes del ser humano.
Filmada en la propia colonia, al interior de Parral, la recreación de época incluye los celulares, autos, vestuarios, el letrero característico de la secta en la entrada, y fotografías oficiales del presidente de la República chileno de fines de los 90 en oficinas públicas.
Colonia Dignidad no solo contó con la complicidad de la dictadura chilena y el gobierno alemán. Desde 1990 y durante los primeros gobiernos de la Transición, connotados exparlamentarios de derecha, hoy uno incluso ministro del gobierno, defendieron a Schäfer hasta el final. Mientras, la naciente democracia miraba hacia un lado, las violaciones a los derechos humanos eran más bien un problema y no se recibía en La Moneda a los familiares de detenidos desaparecidos. En el lenguaje de “en la medida de lo posible”, se hablaba del “tema” de los derechos humanos, como si fuera un ítem burocrático más.
El guion adopta un enfoque novedoso. Se incorpora el punto de vista del sobreviviente que se siente culpable por no haber hecho más por evitar los crímenes, la perspectiva del abogado, casi un policía o un detective más, que lleva a cabo la investigación como una causa personal.
Aunque las historias reales superan a la ficción, los espectadores conocerán a los habitantes de la secta y las torturas, experimentos y esclavitud que sufrieron.
Esta serie recrea una cicatriz imborrable de nuestra historia reciente, crímenes siniestros cometidos contra niños que nunca más deben ocurrir. Nunca más.
Cada escena alcanza para colocar a Dignidad entre las mejores series del año. El trasfondo es duro y cruel, pero la estética de policial nórdico resulta ideal para atraer al público millenial y que se enteren de quién fue Paul Schäfer, un monstruo como tantos otros del Chile dictatorial que lo ampararon y protegieron.