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La unión para una victoria rotunda

La unión para una victoria rotunda

Por: Francisca Valencia | 03.11.2020
Atrevámonos a renovar la política sin dejar de creer en ella. El logro del Apruebo no fue gracias a los partidos de siempre, sino a un movimiento nacional descentralizado que no permitió que ningún colectivo se adjudicara exclusivamente la lucha, porque ésta pertenecía a todas y todos. Los partidos deben comprender su nuevo rol: la izquierda tiene que reconciliarse con sus electores.

Muchos anhelábamos e imaginábamos el momento en que se anunciaría el “Gana el Apruebo junto con la Convención Constitucional”. La euforia debía ser la primera sensación, seguida de saltos de alegría y una rotunda sensación de victoria.

Finalmente, el hito sorprendería a muchos ya que, si bien teníamos una alegría desbordante, abundaba una sensación de suspenso, de shock. Nos mirábamos entre compañeras y compañeros todos atónitos, no sabíamos cómo responder más que con una sonrisa grande y una felicitación. La plaza parecía un escenario distópico, muchos gritos y euforia, acompañados de grupos de gente que sólo contemplaban, respirando el momento de celebración, absortos en la muchedumbre.

Esta sensación de suspenso, se tradujo más tarde en un ¿y ahora qué? En lo personal, me cuestioné profundamente por qué no sentía la alegría vigorizante que predecía, por qué no me había permitido la efusividad extrema. Y después de un par de días lo comprendí: faltaba. Aún faltaba. Esta no era una victoria definitiva, era sólo el comienzo del fin de la Constitución de Pinochet. El futuro jamás había sido tan incierto, y estaba en manos de todas y todos poder dilucidar un camino concreto y representativo hacia un plebiscito de salida que nos pueda traer la certeza de una nueva Constitución.

La izquierda chilena tiene que comprender que ahora viene el real desafío, y cómo se atenderá esa tremenda responsabilidad es la clave. Este es sólo el inicio, es la puerta de entrada de un proceso mucho más largo, aún más agotador, aún más complejo. Las dinámicas actuales de la clase política dejan mucho que desear. Cometen la audacia de –pasivamente– de no lograr consensos en temas fundamentales y urgentes, y –activamente– dedicarse a discusiones de ego por redes sociales o canales públicos, que sólo provocan daño y son una burla a la práctica institucional seria. 

La fragmentación dentro de esta política convencional es real. Nuestros representantes no logran ponerse de acuerdo y esto es algo que hemos visto incrementarse desde el estallido social, momento en el que más requeríamos de unidad desde las esferas de poder. Es esta división, adversidad entre debidos aliados, la mayor amenaza para cantar una victoria; más aún que la propia derecha, más que ese 20% que votó rechazo. Es esta división la que nos jugará en contra al momento de reunir los  2/3  de votos que requieren los acuerdos de la nueva constitución.

El desafío de la izquierda hoy es hacer un proyecto conjunto. Así como el pueblo se unió, corresponde que la izquierda institucional esté a la altura. Basta ya de las pequeñeces, las diferencias quisquillosas, la lucha de egos, que sólo desvían la verdadera problemática que enfrenta nuestro país, arrastrada desde hace ya muchos años: una fuerza estatal que ha funcionado desde y para quienes ostentan el poder político y económico. Que prefirió respaldar a las instituciones antes que a quienes han sido víctimas de ellas. Que no supo articular un país en medio de una crisis sanitaria, donde se evitó a toda costa cerrar las fronteras desde un inicio por miedo a las pérdidas económicas. Una fuerza estatal que en la práctica se inmiscuye en la noción de gobierno, nefasto error permitido por nuestra Constitución de un presidencialismo duro, legado de una dictadura que caló hondo en nuestra sociedad.

La desconfianza de la gente es latente y evidente, la falta de representatividad responde a esto. Necesitamos que los partidos ya existentes le den paso a nuevas caras, a nuevos liderazgos, a nuevas voces que puedan representar efectivamente lo que ocurre en los territorios, que sepan de lo que hablan porque estuvieron ahí, “donde las papas queman”.

Necesitamos reformar las nociones de política convencional. Lo anterior no significa excluir a posibles representantes expertos o académicos, por el contrario. El pueblo escogió la Convención Constitucional: eligir popularmente a quienes decidan inscribirse para el cargo. El desafío es, entonces, propiciar e instar candidaturas pluralistas, de todos los diferentes espacios que componen nuestra nación: pueblos indígenas, sectores rurales que representan discusiones de territorio o de uso de aguas, expertas(os) en derecho, representantes de ONGs, de fundaciones, académicoas(os), deportistas, lideresas feministas, comunidad LGBTIQ+, dirigentes de juntas vecinales, asociaciones animalistas, gremios de trabajadores, educadores y educadoras; los necesitamos a todos y a todas.

No cometamos el error de llenar la Convención Constitucional de abogados, pero tampoco creamos que cualquier rostro público tiene la fuerza suficiente. Llevemos a las y los líderes. Es menester que no sólo instauremos un discurso coherente entre toda la izquierda con representantes que saben de lo que hablan, que aporten diferentes grados de experticia y voces territoriales, sino que se elabore un plan de acción, concreto, que obligue a dejar de lado los problemas banales interpolíticos, para abrir sus espacios a las nuevas figuras, a nuevos discursos y, en definitiva, que reconozca que la izquierda debe unirse en pos de un objetivo común: una nueva Constitución que pueda hacerse cargo de nuestro nuevo Chile, una Constitución que deje de mercantilizar con los derechos sociales, una Constitución feminista, que conciba familias homoparentales, que integre la ESI como un derecho fundamental. En fin.

Necesitamos pluralismo, para no volver a cometer los errores del pasado. Pero este pluralismo sólo tendrá sentido si se logra aunar fuerzas dentro del sector trazando un programa común que permita la apertura. Y con “sector”, no me refiero a alianzas ya existentes, como el Frente Amplio, Convergencia Progresista, los “ex Concerta”, entre otros. Debemos entender a toda la izquierda institucionalizada como una sola, que debe servir como instrumento de acceso y oportunidades para este nuevo pueblo articulado, el del estallido, este nuevo colectivo político que reúne a tantos sin identificarse necesariamente con un color: todas y todos los que aprobaron este 25 de octubre porque creen en un cambio para nuestro país: los apruebistas.

Atrevámonos a renovar la política sin dejar de creer en ella. El logro del Apruebo no fue gracias a los partidos de siempre, sino a un movimiento nacional descentralizado que no permitió que ningún colectivo se adjudicara exclusivamente la lucha, porque ésta pertenecía a todas y todos. Los partidos deben comprender su nuevo rol: la izquierda tiene que reconciliarse con sus electores.

Este domingo no fue una victoria rotunda pues abrió una puerta de posibilidades por las cuales adquirimos una responsabilidad tremenda. Chile ya cambió. La izquierda y los partidos políticos deben estar a la altura de ello; a la altura de las expectativas de nuestra gente. Sólo así la victoria del 25 será rotunda.