Bernardino Becerra: La historia del hombre sordo baleado por Carabineros en Padre Hurtado
“Hubo momentos en que solo quería morir. Me dolía el cuerpo, las heridas estaban abiertas y no sanaban. Me dejaron con sicólogo porque quedé mal, despertaba gritando en la noche y tenía pesadillas, veía todo mal. El taller que tenía lo tuve que cerrar porque me lo pidieron ya que no podía pagarlo; quedé sin trabajo. La relación con mi polola empezó a deteriorarse, dejé de ser el mismo con ella. Me obligaban a ir con la fiscal, con la psicóloga, en fin… colapsé y no quería saber nada… hasta mediados de septiembre, casi un año después”.
La noche del 21 de octubre de 2019, Bernardino Becerra ignoraba el toque de queda que regía desde hace dos noches. Conducía a dejar a un amigo cuando se cruzó con Carabineros en Los Silos, una de las avenidas principales de Padre Hurtado. En un hecho confuso que sigue en investigación, Bernardino recibió alrededor de 30 perdigones entre su estómago y su brazo izquierdo. Los oficiales declararon que nunca vieron la cruz de malta que portaba el auto, que indicaba que Bernardino era sordo. Una sordera que no le impide hablar con fluidez: “No siguieron ningún protocolo. (...) Llegó uno por delante, se ubicó a menos de un metro y disparó hacia adentro del auto”, señaló.
La ruta de una tragedia
Esa noche Bernardino, o “Peque” como le dicen sus amigos, cerró su taller alrededor de las 20.30 y se dirigió donde un amigo publicista. Al lugar llegó Freddy, su amigo colombiano, a quien le llamaba la atención lo que estaba ocurriendo, y le manifestó su deseo de ir a ver la protesta que ocurría alrededor. Ninguno lo acompañó y salió caminando solo. Luego de 30 minutos, Bernardino se preocupó y fue a buscarlo: “Iba caminando y mi amigo, que estaba escondido en unos matorrales, me tomó del brazo y me tiró para que me escondiera. Como yo no escucho, no me percaté que estaban disparando. Le pregunté qué pasaba. ‘Los militares’, me respondió” y luego volvieron a la casa.
Era tarde, Bernardino dice que se ofreció a llevar en auto a Freddy a su hogar, y cuando iban derecho por Los Silos, esquivando pastelones, neumáticos y otros residuos de la protesta, se cruzaron por primera vez con Carabineros.
El primer disparo fue hacia su parabrisas, desde unos cien metros. “Me bajé para gritarles y seguían disparando al auto. No escuchaba nada. Llegó Freddy a buscarme y me dijo que nos fuéramos. Subimos al auto y comenzó a darle una crisis de pánico. “¡Peque, los militares!” gritaba. “Calmado”, le decía yo.
Fuera de sí, Freddy comenzó a pasar la palanca de cambio hacia adelante y atrás sin parar. Bernardino dice que intentaba manejar y salir de ahí, mientras seguían recibiendo disparos al vehículo. “Lo único que hacía era tomarme la mano y decirme asustado que venían los militares, no sabía en verdad si eran militares o carabineros, sólo se guiaba por el uniforme”, recuerda.
Bernardino cuenta que le faltaba una solera por esquivar, cuando sintió el impacto del zorrillo en el costado de su auto. Perdió el control del volante y chocó con una reja. Freddy abrió la puerta y corrió, y Bernardino se quedó. Cámaras de seguridad de la calle Los Silos han sido fundamentales para la reconstrucción de escena y buscar culpables.
Según el testimonio de Becerra, el oficial se echó hacia atrás, cargó nuevamente el rifle y le volvió a disparar, esta vez al brazo que tenía apoyado en el marco de la ventana. “Me dolía mucho, sentí que me metían un fierro caliente. Mis tendones y músculos se movían, vi todo eso. Era una perforación muy profunda”.
“¡Mi brazo, mi brazo…!” gritaba”. Dice que al ver que el carabinero nuevamente se preparaba para disparar, logró poner en reversa el auto y salir, manejando con una mano y con la otra colgando. Mientras seguían disparando, siguió derecho hasta la casa de su polola, Paola Peña. “Hasta ahí seguía consciente. Sentía cómo me iba desmayando de a poco, pero seguía despierto. Quería abrir el portón. Buscaba las llaves con la mano buena, y apoyándome en el auto llegué a la reja y traté de abrir…”
El silencioso abismo de Bernardino
“Salió mi cuñado y junto con un vecino trataron de tirarme al auto, pero como estaba tan destrozado el brazo y mi estómago, no encontraban la forma de hacerlo. No sé cómo lo lograron y partieron al hospital. Se me había parado el corazón. Llegué muerto y los enfermeros me pusieron corriente hasta que reaccioné”.
Bernardino nunca ha estado con frecuencia en hospitales, el hecho de pasar un mes internado influyó en su personalidad y sobre todo en su relación con sus seres queridos. Paola, su novia, al tener que trabajar y cumplir turnos le cedió la tutoría a la prima de Bernardino, Pamela Miranda, de ahí en adelante se convirtió en la compañera fiel en la recuperación de su primo. “Todo ese mes fue bien difícil para todos, para la familia de ella, para la mía, sobre todo para la de él. Cuando entraba al hospital tenía que tomar fuerzas”.
Pamela se enteró de lo que le había sucedido a su primo a eso de las tres de la mañana. Dice que al mediodía llegó a instalarse al Hospital San Juan de Dios. “Ahí comenzó todo el proceso: todos los días acompañándolo y durmiendo con él”. Ella es técnico en trabajo social y no sólo se encargó de acompañarlo, asearlo y alimentarlo, sino que ha acompañado a Bernardino en todo tipo de trámites legales, incluso lo ayudó con inscribirse a Fonasa, ya que no tenía previsión. Estuvo con él durante la hospitalización, y también acompañándolo a la Fiscalía y donde la psicóloga.
Llevaba 22 días con la herida de su brazo abierta, temía que se infectara y se lo cortaran. El hospital no contaba con cirujano plástico, y no le daban soluciones. “Cósame el brazo porque quiero irme para la casa y que comience a recuperarse”, le dijo Bernardino al doctor que le operó el estómago, un cirujano de tórax. “Puedo cometer un error”, le respondió, “yo le firmo un papel y asumo que usted no era cirujano plástico”, sentenció Bernardino. Las súplicas tuvieron frutos y junto a otro doctor, tampoco cirujano plástico, lo operaron.
Para el “Peque” las cicatrices son lo de menos, lo que le interesaba era que su brazo funcionara y poder volver a subirse a su moto. “ Cuando salí del hospital el doctor me dijo que esperara dos años para subirme a una moto, porque el brazo no tenía fuerzas. Cuando salí lo tenía como esas personas que les da trombosis. Andaba con el pie a rastras y el brazo colgando”.
La nueva realidad de Bernardino no fue fácil de sostener, además de sus problemas económicos y psicológicos debido al estrés postraumático, también influyó en la relación amorosa que tenía con Paola, “comencé a ser de otra forma con ella y no me di cuenta hasta que me lo dijo y estuvimos separados por la misma razón”, recuerda.
Bernardino vio todo cuesta arriba, no quería ver a nadie en Padre Hurtado, no tenía su taller para trabajar, también empezó la cuarentena. “Uno siempre dice que la plata no hace la felicidad, pero si hay lucas está todo bien, pero cuando no, estás frito”. El temperamento de Bernardino había cambiado, así que con Paola prefirieron darse un tiempo para ver si funcionaba o no.
Dejó de ir a Padre Hurtado, comuna donde ha crecido y se fue a Isla de Maipo con su madre. Le causaba horror visitar el lugar donde ocurrió todo. “Estaba más enojón, quería aislarme y estar solo. Hubo un momento hasta donde exploté con la Ita (Pamela), ¿te acuerdas?”, le pregunta. Mientras que Pamela asiente.
“Físicamente me siento mucho mejor que como estaba. Estoy consciente -porque el doctor lo dijo- que los dolores estarán por mucho tiempo, quizás siempre”, dice Bernardino al mirar sus cicatrices. En su cuerpo quedan alrededor de 8 perdigones, algunos de goma y otros de metal. Por el momento los doctores no sugieren que se los saque, salvo que los de su brazo se corran, porque si se acercan a su corazón puede ser peligroso.
Todos por el “Peque”
Pese a que en aquellos días no había locomoción, la Ita, como cariñosamente le dice Bernardino a su prima, se las ingeniaba y estaba puntual en el hospital. Afuera se respiraba el olor a bomba lacrimógena y se vivía el estallido social. Al interior, intentaba calmar a su primo: “Primo, está todo ok ya, no hay nada afuera”, le decía. Se preocupó de siempre mantener en alto el ánimo de Bernardino. “Hicimos un grupo de Whatsapp llamado ´Todos por el “Peque” con amigos y conocidos, donde les mandaba fotos y los mantenía al tanto de su estado”, comenta.
Pamela recuerda que el día de halloween fue una fecha especial. Cuenta que tiene disfraces para arrendar, y se le ocurrió la idea de ir de sorpresa con algunos familiares y cercanos a ver a Bernardino. “Llevamos una bolsa con dulces y fuimos habitación por habitación repartiendo dulces. Sirvió mucho para alegrar a los pacientes. Se reían harto, fue bien distinto ese día”, recuerda.
Junto con las iniciativas de Pamela para subir el ánimo de su primo y acelerar el proceso de recuperación, Bernardino recuerda que el doctor le recomendó afeitar su barba para que sanaran sus heridas. “Según el médico la barba absorbe mucha energía. Con 14 kilos menos, más la sangre y masa muscular perdida, me iba a demorar mucho. Me pidió que me afeitara para que el cuerpo usara esa energía y no la de la barba”.
Con su brazo izquierdo funcionando, pelo corto y barba rebajada, Bernardino, paulatinamente, ha puesto en marcha el proceso de reconstruir todo lo que era antes del incidente. Lo primero es recuperar su relación con Paola después de casi un año. “Dios quiera que funcione porque yo la quiero mucho. Tenemos un hijo al que también quiero, y por ningún motivo quiero estar separado de ellos. Quiero superarme y salir adelante, sí o sí, pero esto me va a marcar siempre. Hemos pasado altos y bajos, pero como lo decía: no te voy a soltar de la mano”, dice Bernardino mirando a Paola.
A pesar de que Paola no pudo acompañarlo todos los días de forma presencial en el hospital, Bernardino dice que siempre estuvo ahí para él. “Puede haber estado muy enojada, pero siempre estaba”, afirma. También estuvieron presente sus dos hijos, Javiera y Maxi, que si bien no son hijos de Bernardino con parentesco sanguíneo, lo quieren como un padre. El “Peque” cuenta que sólo hace un par de semanas le pidió por favor que le relatara lo que sucedió desde que llegó ensangrentado a la puerta de su casa.
“Yo lo voy a apoyar pero depende de cómo fluya la relación, porque todo esto no es de un día para otro, sino que viene a retomar muchas cosas que se perdieron en tema de relación. Pero respecto al taller y las motos, los dos somos de ese mundo así que hay feeling sí o sí”, dice Paola, quien también comparte la pasión por el mundo de las tuercas. Ahora tienen planes de salir de ruta juntos, cada uno con su moto. “Antes yo era de un club diferente. Eran rivales”, comenta Paola entre risas.
“Quiero retomar todo lo que es salir en motos, ir a compartir a Noviciado, hacer lo que hacíamos: comidas, ir en diciembre a llevar regalos al Hospital San Juan de Dios”, comenta Bernardino. Con la ayuda de Pamela Bernardino hizo el retiro del 10% de las AFP y dice que ha puesto en marcha algunos planes: terminar de arreglar su auto que quedó destruido la noche en que lo balearon y recuperar su taller, principalmente. “A pesar de ser sordo soy el único de por aquí que hace cierto tipo de soldaduras, así que siempre me llaman. Les digo que vayan a tal parte, pero ellos dicen que no, quieren que les suelde el “Peque”, comenta Bernardino.
A casi un año del suceso, Bernardino y sus cercanos buscan justicia. Pamela enfatiza en que hará todo lo que haya que hacer porque su primo y su familia lo han pasado muy mal. La investigación retomó su curso hace poco luego de un receso por la pandemia, a cargo de Paola Salcedo, de la Fiscalía de Talagante. “¿Por qué el carabinero no siguió un protocolo? Si cometió un error tiene que asumirlo, no creo que lo haya hecho porque él quería, recibió órdenes. Él intentó matarme. De alguna forma él y quien lo mandó tienen que pagar”, concluye.
* Esta crónica fue realizada por alumnos de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado y forma parte de Proyecto AMA, Archivo de Memoria Audiovisual.