Anonimato y memoria: el Patio 29
Septiembre hay para todos los gustos (y disgustos). Es el inicio de la primavera, el mes “patrio” (harina de otro costal la crítica a la patria impuesta) y el mes aniversario del golpe de Estado. Para algunas/os, septiembre es tricolor. Para otras/os, septiembre es negro.
Septiembre nos convoca y tiene tantos colores como emociones, algunas de ellas fechables: hay quienes son del 11, otras/os del 18, y otras/os del 29, que no es fecha sino un lugar, un patio de tierra, común: una fosa. Clandestina.
El Patio 29 fue desde el año 1953 una fosa común, que luego la dictadura (1973-1990) utilizó clandestinamente para ocultar los cuerpos (e identidades) de ejecutados y detenidos desparecidos.
El actual Monumento Histórico (desde 2006), si bien no está abandonado, se enfrenta a la problemática del olvido. O viceversa: sin estar olvidado se enfrenta al problema del abandono. Aquella ex fosa común ubicada en el Cementerio General, de no ser por la solidaria y coordinada acción de recuperación y limpieza llevada a cabo los primeros sábados de cada mes, estaría tan disonante como el resto de las fosas comunes (e inclusive patios de tierra) del Cementerio General.
Disonante con la monumentalidad de los mausoleos, que hicieron del cementerio un patrimonio arquitectónico antes que patrimonio de la memoria. No es de extrañar que el destino de los pobres sea un nicho de cemento o de tierra, y que la maleza, sin querer serlo, se convierta en la mejor aliada del abandono institucional.
La dimensión de las fosas comunes nos hace pensar en los expulsados del sistema, en los primeros NN que dentro del imaginario social son los habitantes por antonomasia de una fosa común: los así llamados indigentes, pacientes siquiátricos y los, famosos sin serlo, cuerpos no reclamados, desechados. Son Los Nadies de Galeano, que cuestan menos que la bala que los mata.
Hay, si se quiere, un correlato entre la vida, la muerte, la desaparición forzada y aquellos cuerpos destinados a permanecer anónimos en una fosa común. Y cementerios como el General, en tanto ciudades de los muertos (necrópolis), se encargan de prepararnos durante el camino con inmensas construcciones para los muertos, hasta llegar sin mucho asombro a los confines de tierra.
No es casual que a los desaparecidos de la dictadura los haya recibido, en este espacio de la muerte que es el Patio 29, todo este mundo de gente valiosa cuya muerte es tan política como las otras, sólo que tal vez más marginales y anónimos, pues sus primeros habitantes habían sido ya arrebatados de su identidad. Despojo originario que marca así la esencia de una fosa común: la condena del olvido.
El Patio 29, como fosa común, era el patio de los desechables, de los no reclamados, de los NN. Y la dictadura ocupó ese discurso para hacer desaparecer los cuerpos, utilizando un espacio que, antes de ser sometido a una política de desaparición forzada, condenaba al olvido a sus primeros habitantes anonimizados.
Todo esto es septiembre. Este viernes es 11, el siguiente ya es 18. Es el mes del tiempo. Su espacio, un patio, dónde los cuerpos e identidades permanecen hijas/hijos del despojo, arrebatados una y otra vez de su descanso eterno. Tiempo, espacio y color: donde la batalla por la memoria, lucha incansable, dignificará sus muertes.