TV| Hoy decir ‘Camiroaga’ duele
Por: Elisa Montesinos | 02.09.2020
Se cumplen 9 años de la partida de Felipe Camiroaga, uno de los comunicadores más queridos de la tele chilena. Un par de días después de ese 2 de septiembre del 2011, al confirmarse la caída del avión de la Fach –el inolvidable "Casa 212" que capotó cuando llegaba a la Isla de Juan Fernández, encontrando como último destino el mar– escribí una nota en mi Facebook.
Fue un momento triste para muchos, me incluyo, era como imposible de creer. Se sentía un dolor muy fuerte, como el que se siente con la partida de un familiar (al menos a mi me pasó).
Creo que su presencia nunca encontrará un reemplazo, su ausencia siempre nos recordará que hubo un tipo que estando en el poder, lo utilizó para algo más que comprarse casas, viajes, halcones y caballos.
Azul profundo, Felipe (4 de septiembre 2011)
Crecí viendo el programa juvenil Extra Jóvenes primero con Katherine Salosny y después con ‘El Guille’, Claudia Conserva, Marcelo Comparini, Pollo Valdivia... y Felipe.
Felipe en la niñez, Felipe en la juventud, Felipe en la adultez. En el living, en la pieza, en los diarios, en el boliche de la esquina, en las revistas, en la vida cotidiana.
Me acompañó durante los nueve meses de cesantía por los que acabo de pasar, donde por alguna razón medio inexplicable –o quizás por el carisma de sus presentadores– despertaba y me iba a TVN. Por inercia, por costumbre, no lo sé, simplemente es Buenos Días a Todos en la mañana y nada más.
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Lo vi el año pasado cuando entré con acreditación de prensa a la noche final de la Teletón en el Estadio Nacional. Estaba en el acceso de los artistas, esperaba la llegada de Faith No More, pero en ese tramo de tiempo llegó Don Francisco, que minutos más tarde sería bautizado como ‘Don Corleone’ por Mike Patton.
Un rato después llegó Felipe, quien enfrentó una masa de flashes de fotógrafos y preguntas de periodistas. Yo estaba a pocos metros, no me acerqué, esperaba a Mike Patton, aunque fue innegable sentir emoción al ver su figura estilizada, entera guapa y entero potente por donde se lo mirara. Andaba vestido con un traje, era un terno oscuro, me sorprendió lo alto que era y la calma con la que respondió al asedio periodístico.
Anoche no sentí fuerzas para aceptar que la noticia era cierta. Sentí una tristeza ensordecedora, quizás ridícula para algunos, pero la verdad es que siento este dolor en la piel, en el alma y también en mis ojos.
Felipe en el mar
Hoy decir ‘Camiroaga’ duele. Ver los recuentos con escenas divertidas y leer en la pantalla de la TV que ha muerto parece ser parte de una pesadilla, no parece real.
Aunque hayan decretado la muerte de todos los pasajeros del avión, mientras no lo encuentren en el mar, guardaré la esperanza de verlo aparecer con vida en tierra firme, como si las escenas de la serie Lost o El Náufrago pudieran experimentarse en la vida real.
Lo vimos crecer y crecimos también. Lo vimos llorar, lo vimos en cahuines con mujeres, lo vimos apuntado peyorativamente como homosexual. Nos conmovimos con la muerte de su mamá, con el incendio de su casa. Lo vimos raudo frente a programas de farándula.
Me hizo reír Felipe, con Washington y especialmente con Luciano Bello. Me cagué de la risa la verdad, él era muy divertido. Me gustaba su humor, creo que es lo que más me atraía de él. Claro, a él también le gustaba la comedia, recuerdo que imitó unos sketches de Mr Bean y que fue el primero que llevó a la tele a Felipe Avello. De hecho, por un programa de Camiroaga lo conocí.
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Felipe se reía con los titulares picantes de La Cuarta, se reía de sí mismo porque no sabía hablar inglés, le gustaba la vida de campo, los animales, apoyaba con convicción las causas que creía justas, como la de los pingüinos o las que intentan frenar la construcción de hidroeléctricas en zonas consideradas santuarios naturales. Todas esas causas también las apoyo.
Creo que no es casual que aún no hayan encontrado su cuerpo. Lo dijo incansablemente: su espiritualidad estaba conectada con la naturaleza. Tiene sentido que esté perdido, o más bien escondido en algún roquerío profundo, bailando entre medusas, algas y langostas, cabalgando ahora sobre caballitos de mar.