Axel Kaiser, Quijote del neoliberalismo chileno
La conquista de América, hecho que inaugura la modernidad colonial, dio inicio a una serie de segregaciones étnicas, raciales y de género que se alojan en el corazón de la modernidad y que son la condición material que permitió el desarrollo del capitalismo. No se entiende el desarrollo industrial de Inglaterra sin la esclavitud de las colonias, que extraía a muy bajo costo las materias primas requeridas para la producción industrial. El reconocimiento de los derechos del hombre y la abolición de la esclavitud, que fueron consecuencia de la revolución francesa y que se replicaron en todas las revoluciones de independencia del mundo colonial, produjo un incesante debate y lucha por la ampliación de estos derechos que se extienden hasta el día de hoy.
La discusión por una jornada laboral, un salario y una jubilación que permitan el desarrollo de una vida digna, el derecho de los pueblos a emigrar en busca de mejores condiciones de existencia, el derecho de las mujeres a no ser violadas y asesinadas producto de una cultura patriarcal que naturaliza su coerción en múltiples ámbitos de la vida, el derecho a vivir en un territorio que no sea depredado por la industria transnacional, entre muchas otras demandas, ilustran la vigencia de las luchas que han establecido los movimientos sociales desde hace décadas y que producto de varios factores se han agudizado en el último tiempo. Sin embargo, siguen existiendo barreras a estas demandas, como el racismo que se incuba en grupos sociales que promueven la jerarquía racial, aun cuando no existen pruebas científicas que la justifiquen y quienes discriminan muchas veces no son grupos privilegiados en dicha jerarquía.
En su reciente libro La Neoinquisición (El Mercurio, 2020), Axel Kaiser propone que fue el liberalismo el que acabó con la esclavitud y amplió los derechos de las mujeres, dándoles la oportunidad de votar, estudiar y trabajar. Según él, cualquier desigualdad en nuestras sociedades no se debe a la estructura interna del capitalismo, sino a circunstancias externas a él. Si hay desfavorecidos por el sistema, ellos son los únicos responsables de su condición. Esta versión de la historia oculta bajo la alfombra siglos de explotación y discriminación ejercidos por la esclavitud, el patriarcado y le otorga al liberalismo un mérito inexistente al considerarlo como la única forma de liberación para aquellos que son oprimidos por él.
Para Kaiser, toda unión de grupos humanos en torno a un interés común, fuera del Estado y los partidos políticos, responde a una pulsión gregaria que puede conceptualizarse como una política de identidad. El concepto de movimiento social, complejo a nivel teórico, pero más o menos claro en cuanto a su referencia, no existe en su discurso. Estos grupos feministas o antirracistas que enarbolan demandas sociales son ideologías que levantan un muro entre la identidad tribal y los otros. Los códigos del grupo son incuestionables, como el tabú, y su dogmatismo totalitario es, según el autor, heredero del nazismo. Nada puede ser discutido racionalmente con ellos, pues se escudan con la superioridad moral que les confiere la cultura de la victimización, haciéndolos inmunes a la crítica.
En un arranque provinciano de señor feudal, Montaigne señalaba que no se hubiera sentido igual de cómodo si en un remoto lugar de las Indias se le hubiera prohibido el ingreso. Kaiser, con una sensibilidad análoga, teme que sus dichos puedan herir la sensibilidad de una persona que viva en China. Tampoco puede poner un pie en la calle sin matar a una hormiga que gatillará la ira de los animalistas y destruirán su carrera profesional. Kaiser sostiene que mientras los animalistas, veganos, antirracistas y feministas se han tomado el marco de discusión pública, en donde ningún argumento puede ser contrastado sin ofender la extrema sensibilidad de estos grupos, el diálogo racional ha sido sepultado por el dogma oscurantista. El mundo estaría sucumbiendo a una nueva inquisición expectante a quien transgreda lo políticamente correcto para lincharlo en las redes sociales.
El apoyo que hicieron Katy Perry y Lady Gaga a la candidatura de Hillary Clinton es para nuestro autor una muestra significativa de la politización extrema en la que ha caído la cultura occidental. A este fenómeno hay que agregar la incorporación de valores antirracistas en series de televisión e inclusivos desde un punto de vista sexual en la industria de la animación, degradando considerablemente los valores liberales, pues hasta el mercado ha sido tomado por la moral de lo políticamente correcto. A Kaiser, queda claro, no le preocupa el Ku Klux Klan ni los movimientos neonazis, que no debieran ser tolerados; le escandaliza la forma en que escriben algunos estudiantes de UCLA –con lenguaje inclusivo– y la sugerencia que realizó un docente de Yale para asistir a una fiesta de Halloween –con tal de resguardar la sana convivencia. Estas críticas revelan que no es la tolerancia que tanto predica aquello que defiende. Mientras los grandes capitalistas del mundo occidental como Jeff Bezos o Bill Gates son proclives a respaldar demandas por un mundo más inclusivo, Kaiser ve en ellos la degeneración de la economía.
La intolerancia se complementa con su limitada comprensión de los autores posmodernos que ofrecen el fundamento teórico a estas demandas. A Lyotard no lo entiende. A Derrida lo noquea en el primer round al proponer deconstruir la deconstrucción. Las críticas a Foucault se centran en su homosexualidad, la que describe en detalle, evidenciando una obsesión que sólo puede nacer de una represión traumática, que explicaría su rechazo irracional a ella.
Es de difícil lectura un libro que expone una tesis tan débil e irrelevante en el campo de las ciencias sociales, respaldada con una amalgama de anécdotas y sofismas, que carece de espesor teórico y se encuentra plagado de interpretaciones torcidas. Parafraseando a Montaigne, se podría decir que “es un libro de mala fe”. Esta deficiencia constituye a su vez su mayor fortaleza, pues toda crítica seria está condenada a atravesar esta cortina de humo dejando el humo intacto. Así como el Quijote partió a recorrer La Mancha para realizar el noble ideal caballeresco, Axel Kaiser construye un mundo de alucinaciones que aspira a liquidar, pero que poca relación dice con la realidad de los movimientos sociales. Un Quijote de la propiedad privada y el libre mercado es un engendro sombrío que carece de la gracia y el encanto de su versión original.
Sancho Panza, el fiel escudero, portador del sentido común y la sabiduría popular, es el campesino simple y crédulo que sigue fielmente a su amo. ¿Quién es el Sancho que sigue a Kaiser? Los racistas que azuzados por el patrón de fundo lincharon a los comuneros mapuches que mantenían en tomas los municipios de Ercilla y Traiguén, entre otros, demandando que el Estado respete convenios internacionales. Las fuerzas de orden que han ejecutado extrajudicialmente a líderes sociales, encubriéndolos como suicidios. Las policías que violan derechos humanos de manera sistemática y el general Mario Rozas que homenajeó a Rodolfo Stange, integrante de la Junta Militar, intentando rebautizar con su nombre a la Academia de Ciencias Policíales. Los camioneros que boicotean la democracia y montan atentados para demandar garantías legales. Las autoridades y políticos que alaban al peor genocida de nuestra historia, arquetipo universal de la traición infame y del robo sin escrúpulos. Toda esta calaña fascista son los sanchos que siguen a este Quijote, que no entienden nada de lo que dice, excepto su mensaje de intolerancia y resentimiento que se esconde tras su liberalismo de poca monta.
Así como el Quijote no pudo reconocer un molino de viento, pues no existían en los libros de caballería, y vio en cambio a un gigante, Axel Kaiser, el hidalgo soldado del neoliberalismo chileno, que lucha contra los monstruos de la Unión Soviética, Cuba, las feministas y los movimientos sociales, chocará también contra la realidad el 25 de octubre cuando la ciudadanía apruebe el cambio constitucional. A diferencia de la novela, nadie se reirá de su caída, pues el rencor de la oligarquía criolla es el combustible que alimenta la criminalidad de su fascismo.