Punitaqui: La esperanza del retorno a la agricultura familiar
María Inés Araya Araya vive en el centro de Punitaqui, a unas cuadras del edificio de la Municipalidad. A sus 71 años mantiene una vida activa; es parte de cuatro organizaciones sociales de la comuna: la Mesa Comunal de la Mujer, la Unión Comunal de Adulto Mayor, el Consejo de Organizaciones de la Sociedad Civil (COSOC), y es presidenta del Club de Adulto Mayor Esperanza de Punitaqui.
La mayor parte de su vida la ha desarrollado en esta zona, conocida por sus molinos, construidos en madera, que con el pasar de los años se fueron deteriorando. Hoy las norias que alguna vez funcionaron junto a estos “gigantes” están secas y, con ello, cesó la producción familiar de la pequeña agricultura.
La dirigente social relata que en un período vivió en la capital, Santiago, cuando estuvo casada. Sin embargo, en 1996 regresó al territorio.
“Mis hijos estaban grandes cuando volví. En aquella época me vine con mi hija menor que tenía 9 años. Nunca me acostumbré a Santiago”, afirma.
La punitaquina nos recibe en el living de su hogar. Al interior del domicilio, en una pequeña mesa, hay dispuestos unos recipientes con aceitunas y frutos secos de la zona.
Retrato de María Inés Araya, habitante de Punitaqui / Fotografía: Sebastián Palma.
“En la parte alta de Punitaqui -en el camino de ingreso a la comuna desde Ovalle-, habían puros parronales y plantaciones de paltos a gran escala. Entre la sequía y las heladas, muchos de estos cultivos murieron; quedan pocos”, rememora, sentada en un antiguo sillón café.
Precisa que estas plantaciones aportaban con un gran porcentaje de empleos en el sector y que debido a la falta de agua, finalizaron muchos trabajos de temporadas en la agricultura.
Durante su historia el sistema productivo de Punitaqui se centró en la minería, agricultura y ganadería caprina. De hecho, desde antes del siglo XVI la zona ya era conocida por sus actividades agromineras.
Las sequías golpearon a estos sectores a lo que se sumó la pérdida de suelo, como consecuencia de procesos erosivos.
La comuna es la más perjudicada por la erosión de sus suelos a nivel regional. Un 94,8% de su territorio es afectado por esta situación, según el “Programa de Acción Nacional de lucha contra la desertificación, la degradación de las tierras y la sequía”, PANCD-Chile, 2016-2030.
“Punitaqui desde hace unos 50 o 60 años ya era seco y eso ocurrió por la crianza de cabras. Aquí la costumbre es dejar a los animales libres en los cerros (…). La cabra saca el pasto de raíz y con la pezuña endurece el suelo, de tal forma que es imposible que, cuando llueve, se filtre al agua. Creo que ha sido uno de los males y causantes de la sequía”, dice María Inés.
Animales de crianza en la zona rural de Punitaqui / Fotografía: Sebastián Palma.
Explica también que en la caso de la minería, la mayoría de los puestos de trabajo en ese rubro son ocupados por hombres, con la excepción de las mujeres que estudian carreras como Prevención de Riesgo o Geología, quienes pueden emplearse en ese sector.
Sin embargo -apunta- el grueso de las plazas de trabajo para mujeres se centran en la agricultura. La falta de agua también ha repercutido en la empleabilidad para ellas.
Estos cambios que afectan a la comuna, a su juicio, ocasionan que el campo esté poblado mayoritariamente por adultos mayores. “Los jóvenes se han ido todos, porque no tienen posibilidad de trabajo”, afirma.
María Inés nos menciona su preocupación respecto de la disminución de los huertos familiares y otras tradiciones como la trilla, proceso en el que separa el grano de la paja luego de la cosecha.
“Aquí había tierras de secano con plantaciones de trigo, por ejemplo. En esa época caía la primera lluvia y la gente sembraba el trigo. Después venía la segunda y prácticamente se regaba solo; en diciembre se cosechaba. Eso ya no se da hace años y se terminó con la tradición de la trilla”, lamenta.
En la misma línea, acusa que la disminución de estos huertos se debe a que las norias se secaron.
La escasez hídrica en Punitaqui tiene otros impactos. Muchas familias de sectores rurales se abastecen de agua potable a través de camiones aljibe. En la comuna un total de 4.055 personas reciben este servicio, que se traduce en la distribución de 50 litros de agua al día por integrante del grupo familiar.
“Antes cada persona tenía su noria y regaba su huerto. También se secaron, por lo tanto, ya no hay huertos familiares”, dice María Inés.
Añade que, también “hay personas inescrupulosas que aquí, en pleno centro de Punitaqui, han hecho pozos profundos para vender agua”.
De hecho, comenta que a dos integrantes del Club de Adulto Mayor al que pertenece, se les secó su noria. “Al vecino se le ocurrió hacer un pozo profundo y les secó la noria. Esas cosas no se ven, no se tocan. Las autoridades no intervienen en eso, lo encuentro muy injusto”, enfatiza.
Actualmente, uno de los hijos de la dirigente social vive en la antigua casa de la familia. Ahí tenían un pozo profundo, construido por ellos. Sin embargo, María Inés comenta que éste también se secó, al igual que otro que pertenecía a la comunidad.
“Hemos intentando reactivarlo, porque yo me meto en cuanta organización hay, aportando, empujando y hablando con las autoridades. Pero definitivamente no tiene agua”, afirma.
La esperanza de María Inés es que las autoridades apoyen a las familias para echar a andar las norias nuevamente y así, retornar a la forma de vida de antaño, vinculada a los huertos familiares.
*Este articulo forma parte del proyecto transmedia “Desterrados del agua: migrantes del cambio climático en Chile” que puedes revisar acá.
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