Pandemia Social de Mercado

Pandemia Social de Mercado

Por: Natalie Rojas y Simón Rubiños | 14.08.2020
El afán de privilegiar la continuidad y funcionamiento del mercado hasta donde lo permitiera la salud de las personas y la velocidad de los contagios, convirtió a Sebastián Piñera en uno de los gobernantes que peor ha gestionado la crisis sanitaria.

La gestión y medidas respecto a la pandemia en Chile han sido confusas desde el inicio.

Confinamientos selectivos cual cuadro de Picasso, donde estar en una vereda significaba encierro y al cruzar a la otra no, errores en el manejo, consolidación y presentación de la información de cifras en general, donde se incluyeron muertos entre los recuperados porque “no contagian”, se suman a un conjunto de otras acciones que fomentaron la deslegitimación de las autoridades que debieran conducir y gestionar una crisis sanitaria en su capítulo chileno.

Cuando en marzo la OMS declaró al Covid-19 como pandemia, el foco de contagios se trasladó desde Asia a Europa, donde se vivió una propagación que hizo colapsar los sistemas sanitarios en España e Italia (los más afectados al comienzo del continente). Este hecho debió significar por sí mismo un aviso de lo que se venía, pudiendo el país haber sido incluso pionero en la región en cuanto a estrategias de contención de la enfermedad.

Luego de la declaración de alerta sanitaria en enero, se esperaba que el gobierno hubiera desarrollado políticas públicas coherentes que previnieran la masificación de contagios, estableciendo cordones sanitarios, residencias y cuarentenas, entre otras medidas, para quienes llegaran de los países señalados como focos de contagio. Del respeto y alineación del gobierno a esta directriz podría haber seguido un periodo de impaciencia, incertidumbre, cuarentenas y descontentos, pero que tendrían hoy a Chile lejos de los tristes puestos de vanguardia en contagios y fallecidos, como ha sido hasta el momento.

Sin embargo, como era de esperar, en línea con otros gobiernos de derecha a nivel mundial, el afán de privilegiar la continuidad y funcionamiento del mercado hasta donde lo permitiera la salud de las personas y la velocidad de los contagios, convirtió a Sebastián Piñera en uno de los gobernantes que peor ha gestionado la crisis sanitaria, en línea con el mal manejo de la crisis social, política y económica que arrastraba y sigue acarreando como se pudo observar recientemente con la senda derrota parlamentaria con la aprobación del retiro del 10% de los ahorros pensionales.

A la soberbia del anterior ministro de Salud, quien en noviembre de 2019 se jactaba de tener uno de los mejores sistemas de salud del mundo, siguieron una serie de medidas febles y erráticas, como por ejemplo el toque de queda por las noches y otras que fomentaron la incertidumbre en la sociedad, llegando a desatarse protestas producto de la ineficiencia y la insuficiente ayuda social de parte del Estado.

Más allá de la crítica específica a la gestión de Piñera, no es un descubrimiento trascendental señalar que han sido gobiernos de derecha quienes han sido los más reticentes a los confinamientos producto de la predilección por la continuidad del mercado por sobre la salud de las personas, siendo que hasta ahora las cuarentenas han sido la única herramienta eficaz para controlar parcialmente la curva de contagios.

A nivel global se observa cómo son los movimientos de derecha quienes llevan la voz cantante contra los confinamientos he incluso han fomentado el bloqueo de políticas sociales en ayuda de quienes han sido duramente golpeados por la crisis. Así, vemos en España a VOX y al Partido Popular pujando por el fin de los confinamientos, flexibilizado el uso de las mascarillas e incluso promoviendo manifestaciones en los barrios acomodados de las principales ciudades en contra dichas medidas. En Brasil, vemos a Bolsonaro, tres veces contagiado de Covid, señalando, con otras palabras, que si debe morir gente de ser necesario, así va a ser. En Colombia, Iván Duque movilizó recursos departamentales para asegurar a los bancos y luego convocó a un día sin IVA, aglomerando gente para comprar televisores con descuento con el argumento que la economía debía reflotar; en Uruguay, Lacalle Pou utiliza la pandemia para reestructurar el país; mientras que en Argentina Macri fomenta las protestas contra el confinamiento; en Bolivia, Añez, en vez de tomar medidas, llama a rezar para salvarse y así siguen situaciones en otros países.

Podemos convenir que la pandemia no reconoce ideologías, pero son los gobiernos, con sus baterías ideológicas, quienes deben gestionar y velar por el bienestar de sus gobernados. La predilección del mercado sobre lo social, alienó a determinados gobernantes de la población, llegando a entregar ayudas espurias y actuando erráticamente con las poblaciones, a diferencia de cómo han sido los hechos en favor de la industria y el mercado.

En este contexto, en su afán por desprestigiar la idea del retiro del 10% de los fondos pensionales en Chile, la derecha jaló todos los hilos posibles, llamó al miedo, buscó denostar la medida etiquetándola peyorativamente como populismo, cuando ésta en efecto lo era pues cuida el interés del pueblo, entre otras argucias que, mágicamente luego de su aprobación, dieron paso a diagnósticos que señalan que la posibilidad de retiro puede contener la caída del PIB y significar ingresos fiscales que no estaban proyectados. Esta ceguera analítica y proyectiva es evidencia de cómo se torna la práctica gubernamental en una contención utilidades y beneficios para asegurar un ordenamiento político-económico, plantando la reticencia de la derecha como negativa ideológica de hacerse cargo de los problemas sociales en contravención de la base constitucional de “asegurar el bienestar de la ciudadanía”.

Entonces, ¿qué defienden? Y en proyección con estas estrategias contradictorias, ¿cómo esperan salir de una crisis que no tiene precedentes ni curas hasta el momento? Sin dudas, ya no saben cómo hacerle frente a la coyuntura del país. Hacen malabares, se contradicen, se amenazan, extorsionan y dividen, cuya evidencia –porque probablemente antes también lo hicieron– se convierte en un hecho inédito de un grupo político que, a pesar de sus deferencias y roces internos, acostumbraba a actuar en bloque para aprovechar los resquicios de la constitución vigente y así imponerse en los espacios de toma de decisiones.

Con la evidencia sobre la mesa, el gobierno chileno mueve sus piezas para establecer una defensa más dura del modelo, convocando a los patrones actuales del fundo ideológico que representan. Se observa con esto el desenvolvimiento de estrategias de quien se está ahogando; ante el agotamiento de los discursos, es de esperar que comiencen a endurecer la construcción de subjetividades, ya que tienen claro que el discurso descendente y conservador que tanto tiempo promovieron se está agotando o bien ya está agotado.

El resentimiento y el envejecimiento de las ideas políticas de derecha ya no convocan como se vendieron durante tanto tiempo desde los partidos tradicionales. Se ha develado cómo su interés y finalidades en el poder se encaminan más hacia la defensa acérrima del capital económico que históricamente ha tenido la derecha política, sumado a su obstinación ideológica de defender el modelo mientras vemos cómo se desmorona lentamente.

La estrategia del gobierno durante la pandemia, y durante toda la administración, ha sido sumamente errática, dentro del marco de las estrategias erráticas de la derecha regional y global. Sus errores actuales permitieron desarrollar una pandemia paralela, una pandemia social de mercado producto del interés económico sobre lo social, poniendo la vida de la gente como si fuéramos carbón para alimentar el motor del PIB. Las medidas desarrolladas por gran parte de personeros de derecha durante las últimas semanas parecen indicar que el Covid-19 ha sido un agravio más para que ese porcentaje de la población que aún no había despertado en octubre sienta descontento rabia e impotencia frente al actuar del gobierno de Piñera.