De toallas higiénicas a mascarillas: El aporte solidario de costureras voluntarias al combate de la pandemia
“Necesito ayuda… Estoy buscando gente que tenga máquina de coser y que esté dispuesta a ayudar… No tengo plata para ofrecer, pero ofrezco sentirse útil en la pandemia. Le pido a las textileras que difundan”. María Patricia Romero, Icha –como la conoce todo el mundo–, tecleó el mensaje oportuno en el momento y el canal oportunos. Fue un día de principios de abril, cuando el coronavirus ya amenazaba con causar estragos, tal y como estaba sucediendo en otras partes. ¿Su propósito? Reclutar un grupo de personas dispuestas a confeccionar miles de mascarillas para entregar a los establecimientos de salud pública. “Yo consigo los materiales y les envío los moldes e instrucciones”, escribió en su nota. En solo cuatro horas, más de 150 voluntarios y voluntarias habían respondido el llamado.
Icha tiene 34 años, es bioquímica y se dedica a la investigación en el sector textil. Con la llegada del coronavirus a Chile y las primeras alarmas por falta de equipos de protección personal para los sanitarios, decidió aplicar sus conocimientos y habilidades para contribuir en el que había sido uno de los puntos más débiles del combate contra la pandemia en muchos países. Empezó pensando en fabricar filtros y acabó creando un colectivo de una cincuentena de mujeres que hasta hoy ha cosido más de 7.000 mascarillas para 35 hospitales y centros de atención primaria del todo el país. Colectivo de Costureras A Toda Máquina (CCATM) se llamaron, “para dar a entender –con el nombre– que estamos en un contexto de urgencia y que todas trabajamos hacia el mismo lado”, recalca Icha.
Entre dos o tres mujeres se encargaron de mapear la ubicación de todas las participantes, identificarlas y registrarlas una a una. Crearon un grupo de WhatsApp –”Donación Mascarillas”– que, junto con el correo electrónico, se convirtió en el principal medio de comunicación entre ellas. Icha se había comprometido a hacer llegar las telas a las voluntarias, pero no era una tarea fácil, considerando que había gente de distintas comunas y las restricciones de movimiento. “La primera vez pasé siete horas dando vueltas por Santiago para repartir los materiales y conocerlas a todas, pero me di cuenta que trabajar así sería imposible”, recuerda Icha. Entonces optó por instalar centros de acopio en distintos espacios de la ciudad. Allí se mandan los materiales para que las mujeres los puedan recoger cerca de sus casas y, retornar una vez terminada la confección.
[caption id="attachment_381225" align="alignnone" width="1024"] A Toda Máquina / Foto: cedida[/caption]
1.000 toallas higiénicas para la toma Dignidad
Gloria Cepeda tiene 68 años y es voluntaria de A Toda Máquina. La semana pasada recibió un correo del equipo coordinador del colectivo, pero esta vez, la invitación no era para confeccionar mascarillas. El mensaje convidaba a pensar en “una realidad escondida, de la cual no se habla” y que “puede convertirse en un problema” para muchas mujeres. Se refería a la falta de insumos higiénicos en plena crisis sanitaria y proponía producir 1.000 toallas higiénicas reutilizables de tela para “cubrir las demandas de mujeres de escasos recursos en tiempos de pandemia”. Y cerraba: “Tenemos el oficio a nuestro favor y nos hemos convertido en una gran fuerza productiva y un gran aporte a la comunidad”.
Como le ocurrió con el llamado a coser mascarillas, Gloria no lo pensó. Respondió el correo y se comprometió a coser 20 toallas higiénicas de tela que se destinarán a casi 400 vecinas de toma Dignidad de La Florida. Detrás de la iniciativa está el Movimiento Salud en Resistencia (MSR), nacido al calor del estallido social y fuertemente articulado en los territorios. La colaboración estrecha entre el MSR y A Toda Máquina ha hecho posible el reparto muchos establecimientos de salud de miles de mascarillas “de alta calidad”, testeadas y ahora pendientes de evaluación en laboratorio. Ahora ambas organizaciones optaron por fortalecer la cooperación mutua hasta el punto que el MSR confió en las cosedoras para suplir una necesidad básica no resuelta de las mujeres de la toma. “La salud femenina para nosotras es una de las prioridades y a menudo se olvida. La ayuda al gobierno se ha centrado en la alimentación, pero no se ha tenido en cuenta la necesidad de productos de higiene femenina para la menstruación”, explica Paola Mejía, integrante de la comisión de género del MSR. “Las mujeres que están en las tomas y que han perdido sus fuentes de ingresos no tienen cómo costear este gasto que de por sí es muy alto”, añade.
Eileen Schätzke es profesora de costura y de arte, es parte de CCATM y ha sido la encargada de diseñar el modelo de toallas higiénicas. “Hice pruebas con cuatro moldes distintos hasta encontrar el que me convenció”, cuenta. Cada toalla tiene tres capas de tela: una impermeable y otras dos absorbentes de franela. Para ella, que las usa desde hace cinco años, lo más destacable de estas compresas es que no generan basura porque son reutilizables y tampoco contaminan el cuerpo con sustancias químicas. En el canal de Youtube de la organización están disponibles todos los tutoriales para que cualquiera pueda aprender a elaborarlas.
Gloria siguió al pie de la letra las instrucciones: marcar la tela, cortarla, coserla y volver a colocar las unidades en la misma bolsa en la que recibió el material. Su destreza le permitió optimizar la tela y terminó aportando 24 unidades a la cifra total. “Además de entregar los implementos para contener la menstruación, estas toallas evitan que se agrande el problema de microbasurales que hay en la zona porque no generan más basura”, señala Leslie Maxwell –Yuyo, como la llaman todas–, vecina de La Florida y parte del MSR. La activista apunta que la toma Dignidad, surgida tras el estallido social e instalada en un terreno no habitable de la quebrada de Macul, enfrenta la pandemia en unas condiciones sanitarias “muy adversas”: sin agua potable, con algunos estanques y camiones aljibes que pasan a repartirla cada cierto tiempo. “Las 600 familias que viven ahí no tienen acceso a redes de salud o consultorios porque en su mayoría proceden de Peñalolén y zonas aledañas, de las cuales han quedado aisladas por la cuarentena”, indica Yuyo.
"La gratitud es la base de esta empresa"
“Es un trabajo que me llena el alma, me da mucha satisfacción y todo funciona como reloj”, comenta Gloria. Para ella, las horas sentada frente a la máquina de coser son una forma de colaborar con la salud pública, un sector con el que se siente especialmente ligada, primero como trabajadora de la administración del rubro y luego por la enfermedad terminal que contrajo su marido y que estrechó –aún más– su relación con el sistema sanitario.
Para Marta Martín, ambientóloga de 34 años, la motivación de participar pasa por ser proactiva ante la emergencia: “Creo que es lo que hay que hacer, que no es momento de quejarse y si hay un problema y nosotras podemos resolverlo, hay que hacerlo”, asevera. “Se habla de los ventiladores, pero ni siquiera hay stock de mascarillas para la gente de los centros de salud”, critica. La joven, quien se compró una máquina de coser “para probar”, aprovechó esta experiencia para mejorar su técnica, con la ayuda de los tutoriales que detallan “con peras y manzanas” todo el proceso de elaboración para quienes “no sabemos tanto de costura”, dice.
[caption id="attachment_381228" align="alignnone" width="1024"] A Toda Máquina / Foto: cedida[/caption]
Patricia Ogaz, profesora de educación física de 33 años, se encarga de la logística. Fue una de las responsables de diseñar el reparto y recogida de materiales y también es quien recibe de primera mano los agradecimientos de los funcionarios y funcionarias de salud que desempaquetan las mascarillas. Ahora también estará a cargo de gestionar la entrega de las toallas higiénicas. Cuenta que siempre se preocupa de pedir fotos a los sanitarios porque “es la única manera de poder retribuir el trabajo a las costureras”. Ella las difunde por el chat y ahí se produce el feedback necesario que mantiene vivo todo el engranaje: “Es el momento más reconfortante para las costureras porque perciben la gratitud [de los funcionarios], que es la base de esta ‘empresa’”, sostiene Patricia.
Una nueva cooperativa
Si bien son unas 50 mujeres las que hoy participan activamente del proyecto, A Toda Máquina está formado por más de 120 participantes. Muchas han quedado al margen, en esta ocasión, porque las limitaciones de traslado y movimiento impuestas en la cuarentena han impedido el alcance a todos los territorios. “Contamos con ellas para el futuro”, asegura Icha. De hecho, la semilla del colectivo ha ido creciendo durante los meses de cuarentena hasta el punto que sus creadoras apuestan por dar un paso más y aprovechar las posibilidades que entrega la autogestión para mejorar las condiciones laborales de muchas mujeres que viven de la costura y que hoy trabajan totalmente desprotegidas y precarizadas.
Aunque no existen estadísticas al respecto, se estima que unas 500 mil mujeres se dedican al trabajo textil en domicilio. Hay distintos perfiles de modistas, pero como publicó una investigación de la Fundación Sol hace un tiempo, están totalmente invisibilizadas en un sector marcado por el trabajo irregular que les impide acceder a sus derechos laborales y las condena a vivir en una permanente incertidumbre económica. La Cooperativa de Costureras A Toda Máquina busca poner fin a esta realidad. “La mayoría de integrantes del colectivo no vivimos de la costura, tenemos otras profesiones y coser es nuestro hobby, pero queremos crear una cooperativa que dé trabajo a las costureras profesionales, que se ganan la vida con la máquina", explica. Su objetivo final pasa por satisfacer la demanda de empresas que necesitan insumos de calidad, como mascarillas, y a la vez ofrecer un trabajo digno a las trabajadoras textiles”, indica Icha.
[caption id="attachment_381226" align="alignnone" width="1024"] A Toda Máquina / Foto: cedida[/caption]
Una de las responsables de levantar la cooperativa es Beatriz O’Brien, socióloga especializada en consumo de indumentaria. Para ella, la idea “tiene todo el sentido” porque permitiría cortar intermediarios y "dar trabajo directo a las costureras, cubrirles la salud y la pensión”, precisa. “El impacto social sería muy fuerte”, añade. En su trabajo exploratorio detectó que, si bien las mujeres del colectivo proceden de comunas como Providencia, Las Condes o Ñuñoa, las trabajadoras del textil se ubican en los barrios populares. “Se nos ocurrió que la cooperativa podría articular esos dos santiagos: el que reúne a las costureras profesionales de la zona Santiago Sur o Santiago Poniente y el de las voluntarias del sector Oriente”, relata Beatriz. Junto con la Confederación Nacional de Trabajadores Textiles (Contextil), Beatriz ha levantado un catastro de 60 mujeres, procedentes en su mayoría de La Pintana, una de las comunas de la RM más afectadas por el desempleo y cuya Municipalidad ha prestado apoyo a la iniciativa, deseosas de empezar a trabajar juntas y bajo una lógica cooperativista. Mientras esperan el final de la pandemia, unas cosen toallas, mascarillas o lo que convenga y, otras aguardan el momento en que todas las piezas encajarán y el proyecto funcionará de pleno a toda máquina, haciendo honor a su nombre.