VOCES| Difícil que subsista el negocio del libro cuando los lectores se están quedando sin trabajo
La pandemia provocada por el coronavirus y el manejo y las decisiones del gobierno de turno del empresario neoliberal Sebastián Piñera, han develado nuevamente cómo en Chile no hay un sistema económico, sanitario, laboral y cultural que proteja a la población, pues su construcción depende del dinero, de oferta y demanda, de consumo, de explotación y precarización laboral. Así, se prefiere hablar de bienestar económico y no de bienestar socioambiental. Conocemos de sobra el estado del campo cultural y, en el caso que me importa, del ecosistema del libro y las soluciones del Estado a través de fondos concursables, lo que mantiene la lógica de la competencia, pues, lo sabemos, el dinero no alcanza para todos, ¿los militares tendrán el mismo dilema?
Sabemos de la concentración territorial de las librerías; la mayoría, sean de cadena, sean independientes y de otras escenas alternativas, se encuentran en sectores que han estado en cuarentena desde el principio: Santiago Centro, Providencia, Las Condes, Ñuñoa. Además, el cierre de los malls también ha afectado el negocio de las cadenas como Antártica y Feria Chilena del Libro.
El caso de las editoriales independientes no es positivo, su estado depende de, al menos, tres variables: primero, si la editorial ha ganado fondos estatales en la última convocatoria, es decir, que estén siendo ejecutados este año; segundo, si la editorial mantiene a sus trabajadores o solo alcanza a mantener en movimiento y crecimiento el catálogo; y si los y las editoras tienen o no una fuente de ingreso distinta al ingreso del proyecto editorial. No es objetivo de esta columna dar cuenta de cada caso, sin embargo es evidente que las editoriales no están continuando su programación; incluso, la venta online no ha sido una fuente de ingreso equiparable a la que se logra con la venta presencial. Debido a lo anterior, iniciativas creativas han comenzado a aparecer: por ejemplo, la editorial Montacerdos vende su catálogo en una botillería, esperemos que la sed por el alcohol o el azúcar sea equiparable a la sed por la lectura. También es referente la Librería Pedaleo y su sindicato número uno de canillitas anarquistas que recorren la ciudad en bicicleta distribuyendo libros.
Si este país no posee una infraestructura y un sistema sanitario para el cuidado de sus habitantes, menos tendrá un sistema que garantice el acceso de sus habitantes a la producción cultural del país, incluyendo los libros. Otro debate es si el libro es un bien esencial, incluso en tiempos de pandemia. En el caso que me convoca, las editoriales independientes han tenido que poner en marcha la venta online, así las circunstancias han actualizado a muchos y muchas editoras; sin embargo, el despacho sigue siendo una limitante si el envío es a otra región, pues se encarece el valor final que debe pagar la persona que compra. Más aún, difícil que subsista el negocio del libro cuando los lectores se están quedando sin trabajo.
Esta situación devela no solo la desigualdad económica de la población chilena, lo que atenta directamente contra las posibilidades de acceso al objeto libro, sino que también nos enrostra, como gremio editorial, cómo hemos perdido el foco: hemos estado preocupados por el bolsillo propio del ego, seducido vía Fondos del Libro y, así, una parte de una generación de editoriales independientes se ha permitido construir su fantasía de éxito con el dinero de todos para vivir vendiéndonos lo que le hemos financiado; junto con lo anterior, la internacionalización del libro chileno era una ficción más para el bolsillo del ego, con esa estrategia también hemos sido seducidos, lo que ha permitido que miráramos para otro lado y olvidáramos que nuestros y nuestras lectoras están en este territorio y que falta mucho para que el acceso al libro sea una realidad nacional.
Entonces, no puedo evitar preguntarme ¿seguirá el Estado a subvencionando la aparición continua de proyectos editoriales independientes?, ¿seguirá siendo el papel del Estado la preocupación por inyectar dinero en una industria para mostrar una estadística en una industria carente de una estructura de base que permita su consumo?, ¿será el rol y la actitud del gremio editorial y de sus organizaciones la búsqueda de un salvataje similar al que desea Latam?, ¿o el estallido realmente nos habrá despertado?, ¿seguiremos con las pequeñeces del bolsillo del ego o nos dignaremos a cambiar las reglas del juego?
Después de la pandemia y del estallido social, anhelo y abogo por el uso racional de los recursos del Estado en materia de libros, por una nueva política nacional del libro y la lectura, la cual permita crear una institución paraestatal, autónoma, nacional, con metodología participativa en la toma de decisiones, compuesta por la totalidad del gremio editorial, que se encargue de, entre muchas acciones necesarias para reparar el ecosistema del libro, gestionar la creación y administración de un sistema de librerías comunales, con un sistema de distribución nacional. Además, que se encargue de organizar, en conjunto con los territorios y sus actores individuales y grupales, una feria del libro nacional itinerante. Y que gestione los recursos para ediciones de proyectos editoriales particulares y para la asistencia del gremio editorial a ferias internacionales. Así mismo, es necesario contar con un Museo de la imprenta, la tipografía y el libro, institución que desarrolle la investigación bibliográfica. Una nueva política nacional del libro que afecte las desigualdades estructurales del ecosistema del libro será mucho mejor que replicar el capitalismo cultural a pequeña escala.