¿Mes del capitalismo gay o conmemoración LGBTIQ+?

¿Mes del capitalismo gay o conmemoración LGBTIQ+?

Por: Rodrigo Mallea y Leonardo Jofré | 04.06.2020
Es urgente que las disidencias sexuales que nos plantamos en resistencia frente al modelo consumista del capitalismo gay pensemos en maneras de formarnos, recibirnos y celebrarnos desde un prisma político.

Todos los años en junio se celebra lo que conocemos como Orgullo Gay o Pride Parade. Específicamente, se rememora el 28 de junio de 1969, fecha en que se llevó a cabo la Revuelta de Stonewall, la histórica noche en que disidentes sexuales se rebelaron contra las policías de Nueva York a través de un contraataque a la persecución en su contra, los cotidianos actos de humillación pública y la acusación de que ser LGBT era ilegal. Es decir, una posición política contra la opresión, expresada en la rebelión contra las fuerzas de la seguridad y el orden. ¿Suena actual, no?

El éxito de esta manifestación fue de tal magnitud que continuó en los días, semanas y años siguientes, al nivel de constituir organizaciones y convocar a las primeras marchas públicas, en las que el desdén de las fuerzas policiales fue tanto que les dieron la espalda a les manifestantes, quienes no dudaron en exclamar y protestar por sus derechos y su completa liberación. A 51 años de este hito histórico, las formas de protesta se han diversificado, por lo que cabe preguntarnos: ¿celebramos los modos de acomodarnos en un sistema que reproduce desigualdades o conmemoramos nuestra historia para algún día acabar con las raíces del cis-hétero patriarcado?

La bandera del orgullo gay ha sido izada y flameada por las organizaciones hegemónicas de la diversidad sexual en Chile y en el mundo. Aquellas que centran como foco principal de su acción política la conquista de las mismas libertades y privilegios que tienen unos pocos, como el matrimonio y mayores opciones de consumo. Lo anterior no sólo es una fatal aspiración de imitar el dogma cis-heterosexual, sino de todas las otras regalías valoradas por el sistema, como el ser blanco, cis-género, padre de familia, entre muchas más. En definitiva, una lucha por compartir los privilegios y no por acabar con estos.

Esto ha implicado que, a diferencia de lo sucedido en Stonewall, el mes de junio se ha transformado en un carnaval sin contenido ni sentido. Las calles no se transforman en un espacio de protesta de las personas, sino en que la visibilidad es acaparada y aprovechada como plataforma de marketing de grandes marcas, que se acuerdan de la diversidad sexual una vez al año. El ejercicio de contratar a heterosexuales faranduleros/as para mostrar sus productos en colores con falsos discursos de inclusión e igualdad es nada más y nada menos que la versión empresarial del “pinkwashing” o lavado rosa, una estrategia de marketing que consiste en un lavado de imagen que genera una simpatía instrumental con la población LGBTIQ+ (Lesbiana, Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual, Travesti, Intersexual, Queer y otros) mientras esconde precariedad laboral y explotación de las fuerzas de trabajo, es decir, nuestras propias familias y vínculos. En vez de preguntarnos a cuántas personas trans, diversidad sexual y mujeres han empleado, el asunto es qué tan llamativo es el carro alegórico o qué tan rimbombante es la frase que usarán.

A partir de estas nociones es que se acuña el concepto de “capitalismo gay”, referido a cuando la organización y visibilidad de la población LGBTIQ+ se mide a partir o en función de la capacidad adquisitiva, de comprar o consumir, fuera de la lógica de la real emancipación, sino que en términos de oferta y demanda. Se genera entonces una confusión entre acciones publicitarias y compromiso social. Esta actitud de tolerancia hace que el mes del orgullo sea un suceso meramente comercial y no una búsqueda de transformaciones estructurales que terminen con la división sexo-genérica de trabajo LGBTIQ+ ni con la discriminación social cotidiana, bajo la idea de una libertad represiva; es decir, una libertad falsa y servicial. El apoderamiento del espacio público teñido de colores no resulta una verdadera performance de visibilización, pues se sujeta estrictamente a lo que el mercado quiere mostrar para sí y por sí.

El asunto no es estar orgulloses. El problema es que en Chile se rechaza y se excluye la diversidad en todo momento. El sistema educativo está vertebrado para pensar binariamente en color azul o rosa, si es hombre o mujer, y normar su identidad para toda la vida. El trabajo se caracteriza por ser informal o inexistente, y el sistema de salud alza barreras patologizantes e incómodas. Caminar tranquilo en la calle es un castigo determinado por la forma de vestir, de verse y de expresarse fuera de la norma, lo que se demuestra por las altas tasas de crímenes de odio, las palizas a LGBTIQ+ en plena luz del día, y que el acceso a una justicia efectiva sea marginal y costoso.

Es imposible no ligar la historia de Stonewall con lo que hoy ocurre en EE.UU. y el movimiento Black Lives Matters. No tenemos por qué hablar por elles: reconocernos como parte de una misma cadena de discriminación nos hace entendernos como partes de la misma exclusión histórica a las identidades no dominantes, y nuestra perspectiva interseccional no debe confundirse con suplantación. Sin embargo, es inevitable pensar que su lucha demuestra una continuidad con una insurrección que ha sido históricamente la forma de oponerse frente a lo dominante, frente a la violencia sistemática e institucional del Estado. Parecemos estar lejanos como movimiento disidente de aquel StoneWall, pero las luchas contra la opresión continúan bajo sus mismas coordenadas, marcando la continuidad de un camino de liberación.

Existe una urgencia inmediata en la politización de las identidades y sexualidades LGBTIQ+. No es una moda ni una fiesta. Es una realidad rechazada por la norma heterosexual y reproductiva. Es urgente que las disidencias sexuales que nos plantamos en resistencia frente al modelo consumista del capitalismo gay pensemos en maneras de formarnos, recibirnos y celebrarnos desde un prisma político. Desde un nivel de performance, celebración y formación innatamente políticos, inclusivas de personas recién empezando y (auto)descubriéndose, para que puedan ser parte bienvenida de forma equivalente de nuestra lucha, con suficientes herramientas para liberarse y sumarse a un movimiento cada vez más visible. Sin duda que el horizonte de las disidencias sexuales es conmemorar a personas LGBTIQ+ del pasado, presente y futuro.