White Lines, lo nuevo del creador de La casa de papel: Líneas que no llevan a ningún lado
Álex Pina es un hombre que sabe de fracasos y no ha tenido miedo en hablar de ellos. De hecho, han sido la base de su ascendente carrera como showrunner, lo que lo ha convertido en una especie de rey Midas de las series de TV en su natal España y el mundo. Su currículum no es menor y su talento para generar productos exitosos está a la vista; es el cerebro (junto a su esposa, la productora Esther Martínez Lobato) de algunos grandes éxitos de la TV española de los últimos años, entre ellos, Los hombres de Paco, Los Serrano, El barco y, más recientemente, Vis a vis, El embarcadero y la aclamada La casa de papel, que lo catapultó a la fama mundial al convertirse en el producto de habla no inglesa más visto en Netflix.
Luego de años de constante y concienzudo trabajo, Pina dio el lógico paso siguiente: la coproducción internacional y se alió con Left Bank Pictures (Reino Unido) para realizar White Lines, su primer producto en habla inglesa. La serie parte con una propuesta muy potente y seductora: Una sorpresiva lluvia en Almería (España) provoca desprendimientos de tierra que descubren el cadáver de Axel Walker (Tom Rhys Harries), joven inglés desparecido hace 20 años. Su hermana menor, Zoe (Laura Haddock), viaja para reconocer el cuerpo y decide visitar Ibiza –donde Axel se había radicado para vivir como DJ en la época dorada de la música electrónica–, con el fin de investigar quiénes son los responsables de su muerte y, de paso, resolver todos los traumas y conflictos que provocó en su vida la partida y posterior desaparición de su hermano.
El problema de la narrativa de White Lines, es que justamente sus líneas se van diluyendo y desapareciendo en el camino. La atractiva propuesta inicial deriva hacia los conflictos internos de Zoe y cómo trata de resolverlos; un personaje principal bastante débil que parece haberse saltado 20 años de vida sin ninguna experiencia de por medio, como si hubiese estado encerrada en un burbuja formada por terapias constantes, un padre indolente y un matrimonio que parece ni siquiera ser relevante para ella.
La superficial investigación que Zoe lleva a cabo, la hace conocer e involucrarse con los personajes que pudieron tener alguna participación en la muerte de Axel: la poderosa familia Calafat, que ha levantado un imperio de locales de diversión en los que el tráfico de drogas no está ausente (siguiendo la lógica del estereotipo desenfrenado de Ibiza) y que está a punto de comenzar a construir un casino; Boxer, el jefe de seguridad de los Calafat (interpretado eficientemente por el actor portugués Nuno Lopes); y los amigos de Axel que se radicaron en Ibiza, cada uno de ellos viviendo sus propios dramas después de terminado el lisérgico sueño de vivir 24 horas de fiesta en uno de los destinos turísticos de juega más famosos del mundo, en un paradigma archiconocido que se refuerza constantemente.
Como es costumbre en varios de los productos de Pina, hay una serie de secuencias en racconto que no logran aportar mucho a la trama, todas ellas emplazadas hace 20 años, cuando Zoe es una adolescente y Axel inicia una especie de viaje iniciático hacia Ibiza; esto, porque los diálogos en el presente aportan demasiada información, lo que va haciendo que estas secuencias se tornen generalmente inútiles.
Las historias secundarias, si bien tienen una presentación interesante en los primeros capítulos, casi no se sostienen por sí mismas al estar demasiado apartadas de la propuesta central. La familia Calafat se proyecta como una potente fuerza en los primeros capítulos, pero poco a poco, a excepción del patriarca Andreu (un notable Pedro Casablanc), se van desarmando en tramas mínimas e intrascendentes que ocupan minutos sin mucha justificación. Los mismo ocurre con Anna (Angela Griffin) y Marcus (Daniel Mays), cuya historia se sostiene básicamente por los momentos de humor que aporta Marcus. Ni hablar de las cuotas de sexo y el tráfico y consumo de drogas, elementos que más parecen un apéndice escrito en el margen de los guiones para tratar de enganchar a cierto público más arriesgado que como un elemento concreto que insufle vida al arco narrativo de los personajes.
Visualmente, hay un guiño muy bien logrado a la estética de inicios del 2000, en raccontos sobrecargados de colores vivaces que logran convertir a Ibiza en ese paraíso de la fiesta eterna que todos imaginamos. Por ahí algunos planos parecen sacados de spots para promover el turismo en España, pero más allá de eso no hay una propuesta novedosa o al menos propia y singular que logre dar personalidad estética a White Lines, a diferencia de lo que ocurre con otros productos de Pina, como Vis a vis y La casa de papel (de la cual debo reconocer que no soy fan), lo que también contribuye a perder la atención en lo que ocurre en la pantalla.
Cuando roles secundarios y sus historias, como sucede con Marcus, Boxer o Andreu, se hacen más atractivos e interesantes para el espectador por sobre lo que debiera ser la columna vertebral narrativa y el personaje principal, es que te das cuenta que algo no funciona en la nueva propuesta de Pina. Una historia sugerente e intensa que se va desvaneciendo en el camino. La notable secuencia de la línea blanca de cocaína en el pasto del jardín de Marcus no es más que un momento brillante en medio de una trama que se complica más de los necesario o, en otros momentos, se simplifica hasta hacerse intrascendente, perdiendo peso y rumbo mientras los capítulos se van empantanando hasta casi llegar al aburrimiento. Solo parecen salvarse algunas secuencias medianamente sorpresivas, cómicas o tensas en las que intervienen algunos de los notables personajes secundarios. Sin ánimo de “espoilear” menciono como ejemplo el enfrentamiento de Boxer con unos traficantes rumanos.
Es así como White Lines se suma al largo listado de series que pasan sin pena ni gloria por nuestro zapping diario en los videoclubes virtuales en la intimidad de nuestras casas.