VOCES| Las verdaderas intenciones de Trump al endosarle a China los costos de la pandemia
En la historia de las guerras abundan los casos de grandes mentiras urdidas por sus gestores, para justificar la execrable decisión de arrastrar a sus pueblos al holocausto de la destrucción y la muerte. En agosto de 1939 los jerarcas nazis pusieron en marcha un montaje conocido como “La falsa bandera”, simulando un ataque polaco a la radio estación alemana de Gliwice en Silesia, para lo cual disfrazaron a los prisioneros polacos de soldados y los exhibieron como “atacantes” luego de asesinarlos. Con esta mentira, Hitler desató la invasión a Polonia, iniciando la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939, que costó más de 70 millones de vidas humanas.
En el presente siglo, el expresidente de Estados Unidos, George Bush, con la entusiasta colaboración del primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, y el entonces presidente del gobierno español, José María Aznar, mintieron al mundo afirmando que sus servicios de inteligencia habían reunido pruebas irrefutables sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, justificando con esa mentira la destrucción e invasión de ese país.
La guerra de Irak significó la pérdida de casi un millón de vidas humanas, la mayoría población civil inocente, y más de dos billones de dólares de daños y pérdidas económicas. Los artífices de tal engaño pretendieron incluso arrastrar a la ONU en su aventura, intentando que el Consejo de Seguridad autorizara el 2003 el envío de tropas a Irak. El intento fracasó por la oposición, entre otros países, de Chile, que votó en contra a pesar de las enormes presiones que ejerció el gobierno norteamericano amenazando con no ratificar el Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos, que se tramitaba entonces en el senado norteamericano.
En la actualidad todo el planeta está afectado por la aparición de la pandemia de COVID-19. El primer aviso sobre este virus fue dado por las autoridades chinas; el 31 de diciembre de 2019 informaron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a los gobiernos extranjeros que se había detectado este nuevo agente patógeno en la ciudad de Wuhan y que revestía la característica de ser altamente contagioso. En las siguientes semanas, las autoridades chinas fueron informando del desarrollo de sus investigaciones que permitieron identificar tempranamente la naturaleza de este nuevo virus, su composición, formas de contagio y transmisión.
China adoptó medidas extremas de aislamiento, paralizando su economía y sometiendo a una estricta cuarentena a su población; esfuerzo considerable al mantener en sus casas a 1.500 millones de personas, asegurándoles además el abastecimiento alimentario y la asistencia sanitaria. El país construyó hospitales, produjo millones de mascarillas, trajes de protección, anteojos, respiradores mecánicos y movilizó a miles de médicos, enfermeras, científicos y personal especializado, todo lo cual fue conocido en tiempo real por todo el mundo.
Varias semanas después ocurrió lo inevitable: el virus se propagó a Europa, especialmente a Italia, España, Reino Unido y Francia; luego llegó a Estados Unidos y al resto del mundo. Nadie puede afirmar responsablemente que este contagio fue sorpresivo o les encontró desprevenidos.
Algunos países siguieron el ejemplo chino, entre ellos Vietnam, Australia, Nueva Zelandia, Argentina y El Salvador; otros diseñaron sus propias estrategias y otros más decidieron no adoptar medidas, permitiendo el contagio masivo de su población como Inglaterra, Brasil y Estados Unidos. Fue en cada caso una decisión de sus respectivas autoridades.
Luego de varias semanas de que China anunciara que, como resultado de la aplicación de sus estrictas medidas, había logrado superar la crisis y empezaba a normalizar el funcionamiento de su economía y su vida social, los países cuyos gobernantes adoptaron malas decisiones exhiben altísimos índices de contagios y muertes por este virus; siendo Estados Unidos la nación que presenta los peores resultados, superando en fallecidos incluso a los que cayeron en la guerra de Vietnam. ¿Es este fracaso responsabilidad de China? ¿O es el resultado de la conducción errática y caótica protagonizada por un mandatario inepto que ha llegado a tal grado de estupidez de recomendar a sus ciudadanos ingerir desinfectantes para tratar la enfermedad, provocando la intoxicación de más de cien personas que siguieron su recomendación?
Desde hace varias semanas Donald Trump ha venido sosteniendo un discurso cada vez más agresivo en contra de China, urdiendo poco a poco una mentira deliberada, orientada a hacer creer que el virus COVID-19 y su propagación son responsabilidad de ese país. Sin ninguna evidencia científica y sin siquiera contar con el aval de organismos serios como la OMS (a la que restó el financiamiento estadounidense afectando el 13% de su presupuesto), viene afirmando que cuenta con la certeza que el COVID-19 es obra de China y que ese país ocultó información vital para haber prevenido la propagación del contagio.
Esto es una falsedad; no hay ninguna prueba que sustente tal mentira, incluso aún se investiga si el virus fue transportado a Wuhan por soldados norteamericanos que participaban en una misión conjunta en esa ciudad.
¿Qué busca Trump con esta mentira? La respuesta parece tan tenebrosa como lo es la propia personalidad de este sujeto que, tras el fracaso de la guerra comercial que desató durante 2018 y 2019 en contra de China, busca ahora desatar una nueva guerra fría, esta vez alineando al mundo occidental en contra de ese país asiático, intentando endosarle el gigantesco costo económico que la pandemia está causando.
Está más que claro que los efectos recesivos solo se podrán superar con una amplia y solidaria cooperación entre todas las naciones que deberá abarcar la economía, la salud, la movilidad humana e incluso la cooperación cultural. Solo un mundo más integrado, más coordinado y más cooperador permitirá superar esta crisis. Pero Trump pretende ir en contra del sentido de la civilización; por eso retiró a los Estados Unidos de los tratados de libre comercio; por eso boicotea a la OMS debilitando este órgano promotor de la salud del mundo, y por eso debilita toda instancia de cooperación y trabajo mutuo, promoviendo, por el contrario, el conflicto, la desconfianza y la confrontación.
Desatar una nueva guerra fría es la apuesta de este líder con rasgos psicopáticos que nos recuerda demasiado a ese otro que también usando una mentira desató el peor holocausto vivido en la historia reciente de la humanidad aquel 1 de septiembre de 1939.