Cuando vuelva el tiempo de los besos: el día de un plebiscito que no fue
Las y los que decidimos votar para elaborar una nueva constitución, nos habríamos levantado temprano, habríamos preparado un café y habríamos partido en busca de nuestra mesa de sufragio. Habríamos esperado nuestro turno carné en mano. Habríamos recibido una papeleta y un lápiz.
Ya en la urna, habríamos cruzado con una línea vertical la opción Apruebo, luego, la de Convención Constitucional. Habríamos salido del recinto de votación sonriendo. Habríamos esperado a los amigos en casa y los habríamos recibido con un abrazo apretado, un beso y cervezas para pasar las horas de incertidumbre que acompañan los escrutinios. Nos habríamos colgado a las redes sociales y a la televisión para seguir los cómputos de votos por comunas, por distritos, por regiones. Había costado años y vidas llegar a ese momento. Tuvimos que salir a la calle, articularnos en colectivos, hacer frente a brutales actos de represión y violencia. El nuevo pacto social debía reflejar las voluntades de un Chile despierto, honrar a los muertos, y a los cientos de ojos perdidos. Esa nueva constitución prometía sacarnos pronto del vicioso juego al que hemos estado sometidos desde 1980, cuando el enlace entre la constitución pinochetista y el experimento neoliberal selló con un SÍ la forma de relacionarnos con el poder que nos encadena hasta ahora.
Hoy día podría haber sido un día feliz. Pero una partícula invisible, amasijo de proteínas, lípidos y ADN llegó por sorpresa a contaminarnos y un miedo visceral dejó suspendidas nuestras esperanzas.
Los cómputos que nos informan hoy no reflejan escrutinios. Hablan de tristes pérdidas en un dialecto que hemos tenido que aprender a la fuerza en estos últimos meses: positivos por COVID-19, PCR, incidencia de enfermedad, índice de recuperados y fallecidos. Hoy, el vocero de turno del Ministerio de Salud informa cifras que se incrementan con los días, pero que, se supone, debieran darnos cierta seguridad de control frente al contexto de pandemia mundial. Las estratosféricas cifras de muertos en Estados Unidos marcan la pauta, la tragedia española, la italiana, la inglesa van siendo controladas. La realidad latinoamericana es desoladora. La desgracia va venciendo en Ecuador, Brasil, Perú y Bolivia acompañada de crisis políticas y miseria. Los cataclismos sacan a la luz las silenciosas catástrofes crónicas de las víctimas de siempre.
Era impensable que una pandemia pudiera devolver terreno perdido al gobierno de Piñera. Meses atrás otras estadísticas evidenciaban su derrota, con menos porcentaje de aprobación que el de la batería de un celular a punto de descargarse. The man of the hour hoy es Jaime Mañalic, el nuevo panzer. Su temple y prepotencia de patrón de fundo ha servido de escudo a Piñera. Se da el lujo de ningunear a colegas, científicos y periodistas que le enrostran sus groseras contradicciones. Fue expulsado del Colegio Médico por faltas a la ética; acusado de falsear listas de espera y desviar fondos desde la salud pública a la privada, y no le entran balas. En sus manos desinfectadas descansan hoy nuestra salud y nuestras vidas.
El día del plebiscito que no fue circularon por redes sociales votaciones simbólicas. Pequeños grupos de manifestantes se aventuraron a una Plaza de la Dignidad remozada, respetando la distancia física, premunidos de máscaras y pancartas, resaltando la fecha y exigiendo la renuncia de Mañalic. Asépticos y todo, fueron dispersados rápidamente por las fuerzas de orden.
Se supone que para poder sobrevivir debemos adaptarnos darwinianamente a la nueva normalidad. Una normalidad que nada tiene de nueva porque solo significa encontrar maneras creativas de volver a lo mismo. La misma precarización del trabajo, el mismo endeudamiento, el mismo irrespeto por la dignidad y la vida. Pareciera ser más aceptable morir asfixiados en un catre de campaña que sumidos en la miseria (adivinamos quiénes serían los miserables que verdaderamente se salvarían). Las señales que da el gobierno indican que no hay aprendizaje alguno, no hay pandemia que valga para alterar el modelo económico que solo beneficia a los de siempre. Para evitar la quiebra, necesariamente los malls tienen que abrir sus puertas, los bancos deben cobrar sus créditos, los niños deben retornar a clases. Debemos recuperar la normalidad a como dé lugar, aunque sea a costa de los pulmones de los que deben salir a la calle para ganar el diario sustento. Un ínfimo margen de pérdidas humanas no justifica el desplome de los indicadores macroeconómicos. No hay historias ni nombres, solo números, porcentajes y curvas que enderezar. El derecho a la salud ha quedado reducido al tráfico de insumos, respiradores adaptados a la chilena y homenajes al personal médico que arriesga su pellejo, como si la salud no fuera un derecho, y la vida, mucho menos importante que la nueva normalidad.
Ayer pudo haber sido un día de fiesta y hoy estaríamos celebrando. Pero estamos confinados dentro de un paréntesis. Esta crisis ha dejado en evidencia la fragilidad de la vida, la precariedad de la estructura económica y social en la que transitamos. Hemos experimentado la certeza de que todo es incierto, nada es seguro ni está comprado. Pero hay un libro que escribir y es el libro de la nueva conciencia. En esas páginas quedará escrito con letra de todos que cualquier orden deberá tener como centro el bien y la felicidad de las personas, el bien y el respeto por el medioambiente. Así, frente a lo inesperado, se optará siempre por la dignidad y la vida.
Los que tenemos el privilegio, nos guardaremos en nuestras casas para volver pronto a las calles a exigir ese derecho. Demostraremos respeto al otro y cariño a los que más queremos, guardando distancia física, para que no nos falte nadie y para que cuando vuelva el tiempo de los besos podamos celebrar el triunfo. Será un día de victoria, cuidémoslo, nada está comprado, todo es incierto.