No, no es una “nueva normalidad

No, no es una “nueva normalidad", es la misma pero más precarizada

Por: Francisco Mendez | 21.04.2020
Y es que lo esencial sigue igual: los trabajadores siguen con el mismo miedo, incluso ahora más grande, de perder sus trabajos, y el Estado sigue actuando mínimamente, con intervenciones esporádicas que solo se deben a esta crisis, sobre la base de las mismas lógicas. Por más que se posterguen algunas decisiones y se decida tratar de dar tranquilidad a la ciudadanía, lo cierto es que todo no es más que demorar lo que de siempre, lo mismo, la misma idea de que el capital está por sobre el ser humano que es capaz de generarlo.

Una “nueva normalidad”. Eso es lo que supuestamente vivimos ahora con esta pandemia, esta catástrofe sanitaria. Algunos dicen que es una nueva manera de relacionarnos, que de esto incluso podríamos sacar conclusiones positivas acerca de nosotros, nuestras formas, nuestro pasado y nuestra manera de afrontar la vida. El gobierno, por otro lado, señala que tenemos que comenzar a adaptarnos a ciertas reglas para volver a funcionar. Es decir, para volver a la vieja normalidad. Para hacer como si el 18 de octubre no hubiera pasado y dejando en claro que el coronavirus ha sido una salvación para poder retomar las antiguas normas de comportamiento que explotaron en aquella fecha, pero ahora con mascarillas, guantes y sin apretones de manos.

Y es que lo esencial sigue igual: los trabajadores siguen con el mismo miedo, incluso ahora más grande, de perder sus trabajos, y el Estado sigue actuando mínimamente, con intervenciones esporádicas que solo se deben a esta crisis, sobre la base de las mismas lógicas. Por más que se posterguen algunas decisiones y se decida tratar de dar tranquilidad a la ciudadanía, lo cierto es que todo no es más que demorar lo que de siempre, lo mismo, la misma idea de que el capital está por sobre el ser humano que es capaz de generarlo.

Si uno lo piensa, es una buena forma de decir que todo ha cambiado sin que nada lo haya hecho realmente. Una manera de desviar la atención de lo que esta pandemia hizo aún más visible: que no hay certezas, que el ciudadano no vive en una sociedad, sino que está solo ante el mundo sin una visión comunitaria que lo respalde.

¿No hemos acaso visto eso en las palabras de este gobierno? ¿Acaso no es más que claro que lo que importa hoy es acostumbrarse a “algo nuevo” para seguir haciendo exactamente lo acostumbrado? La idea de un nuevo ciclo puede llevarnos a preguntarnos sobre las evidentes falencias o, como sucede acá en Chile, continuar en la mirada gerencial de la política y las relaciones humanas. Y con esto no me estoy refiriendo al éxito o el fracaso en la capacidad de manejar la situación sanitaria, sino en mirar, aparte de quienes están enfermos debido al virus, a quienes deben sobrevivir en la incertidumbre diaria desde siempre.

Chile está sumido en lo habitual, lo que pasa es que hoy la fragilidad del supuesto éxito ha mostrado su peor cara. Y sucede porque ni una pandemia de estas características puede intervenir la obsesión ideológica de un poder que prefiere mantener su triunfo sobre lo que “debe ser”, que pensar más allá. Por más que en Europa haya países que han manejado peor la situación en materia de pérdida de vidas, acá no sabemos cómo darles seguridad a los ya inseguros vivos.

La llamada “nueva normalidad” no es más que insistir en las clásicas estructuras, en las clásicas perspectivas sobre los empleadores y sus empleados, pero ahora a distancia, con una modernidad que no ha hecho más fácil la vida diaria sin un Estado que la fiscalice y que ha hecho aún más líquidos los antagonismos hasta invisibilizarlos, como si no existieran. Pero ahí están. Férreos, con la misma fuerza, con la misma desventaja de unos debajo de otros, con la misma sensación de progreso que se termina a fin de mes cuando se deben pagar o postergar los créditos.