La salud elástica del ministro Mañalich: Que gane el que aguante

La salud elástica del ministro Mañalich: Que gane el que aguante

Por: Elisa Montesinos | 20.04.2020
Parece que ahora cambió la fórmula, apareció la esperanza económica. Se llama inmunidad. Al elástico le hicieron una rosita para que parezca cinta de regalo y viene en un paquete de oferta, cual vendedor de micro que por pocas monedas ofrece la vida con salida a la calle, paseo por el mall y un carnet que es el rompe filas de la pandemia, quien lo tenga puede andar por la vida muerto de la risa, escupir al aire si quiere, porque no se enferma ni contagia ¡Dan ganas de salir a la calle, subirse al metro, tocar todo y no lavarse las manos, refregárselas por la cara y se gana el combo!

Ministro, estamos en sus manos. Ya no se trata solo de nuestra salud, sino de nuestras vidas. Moriremos o viviremos según sus números, sus decisiones, sus ajustes y no podemos creerle, por más que tire o afloje el elástico de sus informes.

Las cifras y los hechos nos gobiernan en un diario reporte que se aprieta o alarga por razones misteriosas. Como un elástico que se ajusta según quien lo manipula, se estrechan un día los fallecidos para expandir los recuperados, nos convertimos en el hazmerreír del mundo porque nuestros muertos ya no contagian, y después nos advierten que nos vayamos con cuidado, que el elástico no puede tirarse de pronto, corre el riesgo de cortarse, que nos tapemos la boca porque ahora sí que sirve, es ley incluso. Debemos mantener distancia y vemos a la gente apretujada frente a una notaría o a un banco, en una comuna deben caminar en un lado de la calle, con precisión quirúrgica, porque los de la vereda del frente están contagiados, pero si los mismos necesitan comprar o hablar con otros es cuestión que crucen la calle y el virus no les afectará. 

Fuimos advertidos que vendría el peak de la pandemia más o menos a fines de abril, que podía correrse más aún y llegar junto con el temido invierno y su estela de infecciones varias. El panorama era desalentador, peor que en otros países que tenían el verano a la vuelta de la esquina. Acatamos resignados lo que el sentido común hacía caer por su propio peso. Semanas después, al aproximarnos a la temida fecha, nos dicen que los empleados públicos ya deben salir y acudir a sus puestos como leales servidores, porque de pronto sus presencias detrás de los mesones y escritorios son de vida o muerte para el país ¿Y el peak de la pandemia ministro? ¿Desapareció el invierno, se volvió buen chato y no trae este año su variedad de virus? ¿Ya no hay peak?

Ni el curso de las estaciones está en sus manos ni hemos llegado al peak. Parece que todo eso ya no importa, ahora cambió la fórmula, apareció la esperanza económica. Se llama inmunidad. Al elástico le hicieron una rosita para que parezca cinta de regalo y viene en un paquete de oferta, cual vendedor de micro que por pocas monedas ofrece la vida con salida a la calle, paseo por el mall y un carnet que es el rompe filas de la pandemia, quien lo tenga puede andar por la vida muerto de la risa, escupir al aire si quiere, porque no se enferma ni contagia ¡Dan ganas de salir a la calle, subirse al metro, tocar todo y no lavarse las manos, refregárselas por la cara y se gana el combo!

Cada día el ministro y su gabinete aparecen por televisión y responden a las preguntas que les formulan. Lo hacen con un libreto repetido, insistiendo hasta la majadería el tremendo trabajo al que están abocados, como si fuera una gracia, una especie de favor que nos dan y no un absoluto deber de hacerlo bien, como si en su trabajo no se nos fuera, literalmente, la vida.  

Comenzaron asegurándonos lo importante que era para ellos nuestra salud, más tarde, apareció el pero…la palabra enigmática que abre el abanico de infinitas razones, esas que les exigen constante dolores de cabeza para que el elástico no se corte cuando deben amarrar los fajos de billetes, y guardarlos para tiempos peores. Y nuestra inquietud continúa. 

Después que termina el matinal ministerial, viene una fila de expertos, de epidemiólogos, de médicos especializados, de científicos que desmienten, aclaran, contradicen o explican lo que acabamos de escuchar. Algunos ya cansados llaman directamente mentiroso al ministro, otros con cautela le piden que escuche más a los especialistas, pero la mesa social parece que se quedó sin comensales, se fueron los invitados y hasta los políticos enmudecieron. Nadie quiere decirle que no puede equivocarse con el Excel, errar es humano, pero ahora aclararlo a tiempo es vital. La gente se aterró, salió a hacer barricadas y la alcaldesa se pasó la noche en vela dando explicaciones porque desde el ministerio largan las cifras sin revisarlas y salen a explicar el error tarde, cuando ya da lo mismo. Se le cortó el elástico, ministro, y rebotó hacia toda la comunidad espantada.

Y viene la pregunta inevitable ¿Hay más errores de cifras? ¿Cuántas veces se le movieron las columnas, se acortaron números, se omitieron otros, se hicieron los lesos con algunos ceros? Nos asegura, iracundo, que eso no pasa ¿Pero podemos creerle? O más bien, ¿por qué debemos creerle? ¿Porque estamos encerrados, perdidos, desorientados? Las confianzas se ganan o se pierden, es la ley de las relaciones humanas, no se imponen porque usted se moleste o porque el presidente nos hable siempre con el monótono discurso repetido, ese que comienza con las mismas frases, como si fuésemos estúpidos o con problemas de memoria inmediata. 

Habrá protocolos, nos aseguran. También había cuando sacaron ojos y violaron chiquillxs. La desconfianza se instala. Sabemos que los que se mueren son casi todos viejitos y viejitas, que no son productivos. El dogma neoliberal que nos gobierna le hace el quite a los gastos sin sentido, a esos que no reportarán ningún beneficio futuro. Como dijo el presidente de la Cámara de Comercio que se muera la gente, la innecesaria, la vieja, la pasiva, los abuelxs que ustedes tanto pregonan cuidar; son víctimas que no afectan la productividad. Los otros, los que todavía imponen, pero les queda poco, esos van a la tómbola de la suerte, al que le tocó nomás y si le va mal porque tiene una condición crónica, peor para él o ella, anunciaremos sus muertes con palabras de pesar y nos ahorraremos gastos y pensiones, porque las listas tienen que correr y que gane el que aguante. 

Quedarán los deseados, los productivos. Niñxs y jóvenxs que reportarán dinero para las arcas, gracias a los cuales se activarán inversiones, volarán en libre albedrío los helicópteros por la costa a comprar mariscos, las casas aumentarán los metros cuadrados, los cuarenta de otros seguirán igual, el país recuperará sus cifras macro, esas que nos permiten ser invitados a las reuniones de los peces gordos, que nos distinguen pero que la “inmensa mayoría” no percibe, no recibe, ni siquiera se entera, porque para ellos la vida no cambia, salvo la vez que salieron a la calle, rompieron con rabia su propia ciudad, inventaron una plaza, renacieron cantos olvidados que entonaron con los ojos llenos de lágrimas, dibujaron muros y escribieron en frases cortas los sentimientos acumulados por años. 

Pero esa es otra historia, una que está suspendida, pendiente de ser escrita por estos mismos jóvenxs que felizmente sobrevivirán para continuarla.