Su guerra, presidente

Su guerra, presidente

Por: Elisa Montesinos | 16.04.2020
Esto es una guerra, presidente, diferente a todas las anteriores. Aquí no se trata de sacrificar, sino de proteger. El impulso vital es salvar, no dejar perecer. Es otra era, un tiempo nuevo. Es inédito. Invierta las tácticas, no importa el precio.

Este gobierno sabe exactamente lo que está haciendo, no se confundan. Tiene que pasar la pandemia con el menor costo económico posible, necesita ser de los pocos, sino el único, que quiere vencer esta catástrofe en el mejor estado financiero.

Cuando todo pase y se hagan cuentas, será el menos averiado del vecindario, un ejemplo para el mundo. Pero hay costos, como en toda guerra (finalmente la frase desafortunada del presidente, resultó una premonición). En la batalla primero muere la infantería. Son la carne de cañón de la estrategia militar, el costo inevitable en pos de la victoria final. Los militares lo saben y también los ciudadanos medianamente informados. Ellos son la primera línea, los que van resignados a la lucha, porque saben que muchos perecerán. ¿Quiénes son? Obreros que no pueden dejar de trabajar porque comen y viven al día; los pensionistas más desvalidos, que se aglomeran para cobrar un cheque porque no tienen acceso a un computador y menos pueden abrir una cuenta en el banco, como dijo tímidamente la ministra haberles advertido. Las empleadas domésticas, amenazadas pues si no acuden al trabajo no les pagan. Los y las trabajadores sin redes de apoyo, que trabajan solitarios e informales, que no cuentan con leyes de cesantía, ni respaldos financieros, etc. Ellos son la infantería descartable. 

Generalmente no alegan ni se rebelan, entienden esto como un destino fatal, que solo depende de un dios conmiserativo. Si mueren es su voluntad, no la del gobierno. Rezan, lo nombran como último responsable y exoneran el actuar humano de sus fatalidades. Y si se rebelan no alcanzan a ser escuchados, porque están fuera de agrupaciones, sindicatos, comunidad. Dependen de una caridad que practica la clase alta y que poco alcanza en estos momentos.

Luego vienen los grupos más preparados bélicamente. Gente que se ha especializado, tienen redes y son la clase media que puede hacer el trabajo desde casa, porque su educación se los permite. Ellos se defienden y pelean a conciencia. No salen, se organizan, priorizan gastos. O sea, desarrollan estrategias y miran a largo plazo. Desde sus computadores comparten experiencias, advertencias, humor, todo lo que ayude, pero que circula entre ellos mismos. Posiblemente enfermarán menos y si lo hacen, están insertos en el sistema para optar a cuidados, remedios, contención, etc.

Por último está la clase alta, que nada teme. Son los que están en el campo de batalla, pero arriba, en el cerro, mirando cómo se desarrolla la batalla, intocables, emitiendo órdenes. No es que sean inconscientes, tampoco son infalibles, solo saben que si enferman, serán extremadamente atendidos, los tests estarán de inmediato para ellos, pueden pagar lo que sea, aún con precios desorbitados, atenciones de primera, etc. Siguen sus vidas, van a matrimonios, a la playa, se pasean  en malls y plazas. Tienen razón, fueron criados con la memoria centenaria de los vencedores, ellos siempre sobrevivieron (hasta sus viejos están confortablemente aislados), se sienten los encargados, los que portan el cetro, los millones de dólares. No pueden morir.

El gobierno transformó la pandemia en un campo de batalla y pertenece a esta clase. Cumple con su deber de protegerla, porque íntimamente los reconoce como los legítimos, los aptos para gobernar, los únicos capaces de controlar un caos social.

Y como en toda guerra, han de haber sacrificios. El Estado ayuda, por cierto, incluso emite decretos que parecen ir en protección de la infantería, pero son tibios, escasos y siempre, curiosamente, tardíos.

La economía es una buena razón para detener medidas absolutas, responde sin dudas al sistema global que tenemos. Les aseguro que el Banco Mundial y los expertos aplaudirán si pasamos esto con mejores resultados económicos. ¿Y los muertos? Mínimos en comparación a aquellos países que paralizaron todo, populistas que buscan crédito político, como dice el ministro, y no salvar vidas, no enviar al matadero a la infantería.

Pero esto es una guerra presidente, diferente a todas las anteriores. Aquí no se trata de sacrificar, sino de proteger. El impulso vital es salvar, no dejar perecer. Es otra era, un tiempo nuevo. Es inédito. Invierta las tácticas, no importa el precio. Ni su historia de vencedores le puede asegurar desenlace alguno. Los errores de ahora, los escribirán muchos y serán implacables, porque si algo sí es seguro, es que ahora no puede decir que no se dio cuenta, que no sabía, que lo pilló desprevenido.