Virus y revolución
De manera indirecta el cólera ayudó a preparar la revolución rusa. Es lo que se desprendería de las investigaciones de Joshua S. Loomis, autor de “Epidemics: the impact of germs and their power over humanity” y biólogo citado en un artículo de The New Yorker sobre cómo las pandemias han incidido en las revoluciones y han cambiado la fisonomía de la historia y la política.
En otro artículo, el licenciado en historia Gabriel Muñoz trae al presente el virus que llegó a Valparaíso en un buque norteamericano en 1957, un intenso año de movilizaciones sociales. Muñoz señala que “las precarias condiciones de vida y un sistema de salud a medias gestaron la gran cantidad de muertos (20.000) y la culpa fue también adjudicada al gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (anteriormente dictador entre 1927 y 1931) quien llevaba 5 años de gobierno asediado por huelgas”. En abril de 1957, continúa, se produjo la llamada “Batalla de Santiago” tras la inflación y el anuncio de recorte de salarios.
Casi 40 años antes la gripe española había llegado a Chile, en plena I Guerra Mundial y cuando las movilizaciones populares eran crecientes en nuestro país. “Es posible considerar que, más allá de la coyuntura que representó la influenza, ese episodio emergió como una oportunidad para que una elite médica ligada al mundo de la salubridad hiciera presente una vez más una suerte de desiderátum sanitario que se había gestado desde fines del siglo XIX y estaba condensado en un propósito: la solución a la cuestión social sanitaria dependía de la instauración de una salud pública moderna y de un papel activo del Estado en ese campo”, señalan Marcelo López y Miriam Beltrán en “Chile entre pandemias: la influenza de 1918, globalización y la nueva medicina”.
Son diversas las referencias que podemos leer en estos días a los momentos históricos en que las grandes transformaciones de los países han estado vinculadas, de una u otra forma, a movilizaciones sociales y políticas contemporáneas o precedidas por enfermedades. En algunos casos, crisis sanitarias impulsaron a los estados a reformar los sistemas de salud y, en otros, el pueblo -tras sufrir las peores consecuencias de estas emergencias sanitarias- contribuyó a empujar cambios radicales. En el siglo XIX, por ejemplo, se decretó una ley de sanidad y en 1909 un código sanitario, así como programas para educar sobre la importancia de la higiene. En general, estas mutaciones ya venían preparándose y los virus o pestes no hicieron más que develar las fragilidades de los sistemas.
Hay otro factor que no hay que olvidar y que puede jugar un papel importante en los próximos meses: la reflexión que –tras un periodo de shock y desconcierto- producen estos fenómenos en distintos niveles de nuestra sociedad. En nuestra historia reciente, el Chile post estallido, ese proceso reflexivo y de actuación política callejera llevaba meses. Nos preparábamos, este marzo, para la continuidad de esa lucha.
Reflexionar y actuar para un mundo distinto
La pregunta de diversos pensadores en estos días ha girado en torno al mundo que queremos construir, partiendo de la premisa que este ya no es el mundo en el que queremos vivir.
La revisión de algunos elementos históricos más la puesta en común de las ideas de quienes están madurando los desafíos sociales y políticos post virus, puede contribuir a mirar con más esperanza el futuro, que bien vale la pena decir, no ofrecía muchas luces antes del virus, cuando el cambio climático y el voraz neoliberalismo nos venía aniquilando.
“Muchas personas se están dando cuenta de que el capitalismo no está preparado para satisfacer las necesidades de las personas”, dijo Ángela Davis en una conversación en directo y en línea donde también participó Naomi Klein, junto a otrxs activistas.
En esta conversación sobre la construcción de movimiento social en tiempos de coronavirus hubo un consenso: el capitalismo global es el responsable de la pandemia y debemos tener la capacidad de entender esto para crear un mundo distinto.
Tampoco hubo dudas sobre la oportunidad que constituye este momento para organizarnos en torno a una solidaridad internacional, en un periodo donde el multilateralismo ha fallado. Slavoj Žižek también ha hablado del “urgente trabajo de establecer una especie de coordinación global eficiente”. Hasta ahora no han servido las grandes estructuras globales para dar respuesta a esta pandemia. Cada país se las arregla como puede y, es más, en episodios vergonzosos y miserables, los gobiernos “secuestran” o se roban entre ellos los insumos médicos.
Es una evidencia más de un sistema que sacrifica vidas a cambio de ganancias. “El gobierno y las multinacionales farmacéuticas saben desde hace años que existe una gran probabilidad de que se produzca una grave pandemia, pero como no es bueno para los beneficios prepararse para ello, no se ha hecho nada”, sugiere Noam Chomsky.
“Estamos en una mejor posición ahora” -decía Naomi Klein en la conversación con Davis- para empujar las transformaciones a una globalización y un sistema que ya no es sostenible. Necesitamos construir fuerza entre la clase trabajadora que es quien sostiene el mundo y está viviendo las consecuencias devastadoras de esta pandemia y, por supuesto, lleva décadas pagando las del neoliberalismo extremo.
Esta urgencia por dar un giro al rumbo de nuestras sociedades también la advierte Chomsky, para quien la crisis es “el enésimo ejemplo del fracaso del mercado”. Que este giro sea hacia un mundo mejor, para Chomsky, depende de nosotrxs.
Memoria para el presente y el futuro
Vivimos un tiempo que ha dejado al descubierto las características de una sociedad tremendamente desigual, donde solo los grupos privilegiados tienen derecho a condiciones laborales plenas, a salud, a educación o a pensiones dignas al envejecer. Hoy la realidad, para la mayoría de la población, ha revelado hasta qué punto nuestra vida y salud se ha convertido en materia de negocios garantizados constitucionalmente por el Estado subsidiario chileno.
La necesidad de encontrar nuevas explicaciones para el presente nos indica que estamos en tránsito hacia un modo de ser, de saber, de pensar y de organizarnos distinto. Un mundo otro, una sociedad alternativa, que potencie un tipo de conocimiento nuevo que reconozca otros valores más allá de los estándares: el valor de la asociatividad, la solidaridad, el respeto por la naturaleza entendida no como recurso sino como fuente de vida y, también por ello, una definición de lo público acorde con la realidad y donde el bien común vuelva a adquirir supremacía.
La historia puede brindarnos algunas luces de lo que sucedió en Chile hace 63 años atrás.
En efecto, no pasaron tantos años para que luego del virus de 1957 la ciudadanía se reorganizara y diera paso a las mayores transformaciones políticas de izquierda que ha vivido nuestro país. Dicho virus proveniente de China mató a 20.000 personas (sobre todo niños/as y adultos/as), afectando sobre todo a la población más pobre, un número significativamente importante considerando que nuestro país tenía seis millones de habitantes.
Era el contexto de un país constituido de familias muchísimo más extendidas y acostumbrado a vivir en condiciones higiénicas más difíciles. Una sociedad pobre y famélica pero con mucha dignidad, consciente de su realidad y condiciones de clase, tal como lo había expresado los días 2 y 3 de abril del ‘57, cuando se levantó una movilización ciudadana poderosa y espontánea, detonada también por el alza de la tarifa del transporte público. Miles de personas participaron de esta protesta, cientos fueron heridos y 16 asesinados. No obstante el accionar de la fuerza, nada pudo detener el proceso de concientización y participación.
Recordemos que un año más tarde, el año 1958, Salvador Allende obtuvo la segunda mayoría como candidato a la presidencia, para en 1970 conseguir la mayoría simple en una elección ratificada por el Congreso, lo que dio paso a un proceso revolucionario sin precedentes mundiales como lo fuera la Unidad Popular.
Será difícil que una pandemia pueda hacer olvidar las razones que explican por qué nos venimos movilizando desde octubre del año pasado. Este virus nos ha recordado que la salud, además de ser un derecho que debe estar garantizado por el Estado, es un bien público y un tema esencialmente público sobre el cual no deberían saldarse más negocios privados.
La enfermedad, así como la conciencia de la muerte hacen a los/as sujetos conscientes de su finitud, conscientes por ello de su tiempo y espacio. La tragedia que implica la enfermedad debe ser, entonces, un factor que acelere un cambio en la visión de mundo y en las políticas que lo deben regir en pos de sociedades justas e igualitarias.