El virus llama a la puerta
Tengo sesenta y dos años, mi pareja sesenta y siete, ambos con una condición crónica que nos hace más o menos, sujetos de riesgo.
De alguna manera, nada pasará, son otros los que viven esas cosas, una ya tuvo su cuota de tristeza. También sé que es una mentira, porque puede suceder y esto de las cuotas, no está escrito en ninguna parte, más que el anhelo de no sufrir.
Ya he vivido la experiencia de ser partida por un rayo, en cuestión de minutos. Toda tu vida se viene abajo, se da vuelta y lo que era normal y seguro explota, desaparece, se desintegra y te quedas desnuda, en una fría calle solitaria. Y al otro día, el despertar es gélido, oscuro.
A esta edad, ya conocimos la muerte cuando nos creíamos inmortales. Han pasado más de treinta años y otra vez estoy esperando en nuestra casa, a ver si esta vez, la muerte pasa de largo y no nos golpea la puerta. Ahora soy de la tercera edad y estamos advertidos, no podemos decir que no nos avisaron.
Somos muchxs los que sentados en el living, esperamos con ánimo nervioso por dentro, y calmo por fuera. En este encierro, medio cómico y algo macabro, matamos las horas, escuchando noticias que van en un crescendo de cifras y nos convencemos que vamos bien en este ranking mortal, no estamos tan mal, es cuestión de paciencia, en cualquier momento todo cambia. ¿Saben acaso si el virus se volvió buena persona? Mira, en una de esas... pasa de largo, sin colarse por debajo de nuestra puerta, tan desinfectada.
¿Tocará el timbre? ¿Nos sobresaltaremos al oírla? ¿Será silenciosa? ¿Por qué la palabra es del género femenino?
Nunca antes se anunciaba por televisión su llegada. En tiempos de nuestros padres, aparecía y listo. Ahora podemos contar las horas que nos quedan escribiendo frente al computador, como yo en este momento, conjurando palabras para no llamar la mala suerte, pendiente del celular que me recuerda que la vida sigue, que hay reuniones pendientes, a largo plazo incluso. Las deudas se postergan porque nadie espera no estar más adelante, cuando esto pase, para pagarlas. Vivimos suspendidos, colgados en el clóset, como vestido de fiesta, listos para salir cuando el baile vuelva a comenzar.
Te hacen callar, te piden por favor que no sigas con ese pesimismo ¡Si los niños están de vacaciones! ¡Los de la segunda casa salen contentos y se van a comer mariscos frescos y asolearse un poco! Si hasta una doctora le baja el perfil al escándalo y va al supermercado, infectada y pilucha, sin mascarilla. Si los evangélicos desafían a la ciencia y a punta de rezos y cantos, infectan a los concurrentes.
Incluso aparecen cursos de confección y de repente, nadie se acuerda de la Ley de Encapuchados y hace su debut la Mascarilla Fashion. Son de diversos materiales, estampadas o lisas, se lavan y se planchan, se reciclan, se hacen en casa, entre medio de clases de gimnasia, yoga, pancitos para el té y papás jugando al caballito con sus hijos pequeños. Se acabó el apuro, el no tengo tiempo, el después hablamos. Las parejas obligadas a decirse todo lo acumulado por años y las mujeres maltratadas deben buscar un lugar seguro donde esconderse en sus casas, junto con los hijos asustados y de preferencia, con un celular solo para la ocasión. Todo bien explicado en un folleto que se distribuye, ojalá cuando el infeliz no se dé cuenta, así no la pilla y ella puede llamar al número, que si no está ocupado, le darán instrucciones para que no pierda la calma, cuando el borracho la encuentre detrás de la cortina.
Es nuestro mundo que queda al desnudo, sin ropa que cubra sus vergüenzas.
¿No parece esta visita un pretendiente que no deja de insistir? No nos queda otra que esperarlo en el living, sentados en el sillón de tres cuerpos, contando chistes, evocando recuerdos, durmiendo a ratos, escribiendo un poco. Si llega, le diremos que lo esperábamos, y pareceremos viejos amigos, con la casa limpia y ordenada. También con el cuerpo relajado, pronto a pinchazos, a falta de aire, a dolores, a aromas de flores. ¿Llegarás como un amigo íntimo? Ya te conocemos, eres parte nuestra, te colaste en nuestras vidas, como un amante silencioso, con quien basta pasar una noche y ni siquiera es importante preguntar su nombre.