El Indulto que quiere Piñera, la pandemia y el capitán Herrera Jiménez
Pasan tantas cosas a la vez y en tantas direcciones que cada vez que he querido escribir algo respecto de lo mucho que está pasando, se superpone una atrocidad mayor. Somos una humanidad extraviada; no están claros los sentidos. Así damos vueltas, colisionamos, competimos, nos pasamos a llevar. Como quien dice: nos falta “señal-ética”. Es una batalla campal de todo vale, en condiciones desiguales. No diversas, desiguales. Ese es un hecho y una causa. Podemos tener distintas perspectivas de un hecho, pero el hecho es el hecho.
Ahora por ejemplo quería escribir una carta ante el hecho indigno y ratero del gobierno de querer dar libertad a criminales de lesa humanidad, con la excusa de la pandemia…vaya razón, cuando no podrían estar más seguros de contagio, que donde están ahora.
No es una buena señal-ética, no tiene un sentido, no lleva para ninguna parte. No hay gesto de humanidad posible cuando ellos han seguido ocultando información, justificando crímenes y presionando por beneficios. Incluso aquel que aparece en la prensa como arrepentido y no lo está; es evidentemente una manera de lograr su propósito. Y hablo del jefe operativo de la CNI en Viña del mar. A él le vi la cara cuando me sacaron la venda: estaba sentado frente a nosotros, los cinco que liberarían de los once que estábamos secuestrados por la CNI y que gracias a una gestión jurídica valiente sobrevivimos…¡¡mírenme bien –nos dijo- y no olviden esta cara, porque si la vuelven a ver, será la última que vean!!
Yo aún, no se la he vuelto a ver. Estuve a punto de hacerlo en un careo que finalmente no fue necesario; era para ser testigo en un juicio. Mi testimonio serviría para acreditar un hecho que él negaba y que era evidencia en la configuración de su autoría en dos de los tres asesinatos por lo que está preso: el de Juan Alegría Mundaca y en el de Tucapel Jiménez.
Me refiero al capitán Carlos Herrera Jiménez.
Herrera Jiménez ha dado decenas de entrevistas desde Punta Peuco para dar a conocer que “está haciendo el bien”, que está arrepentido; incluso ha dicho que pide perdón por los crímenes que ha sido condenado, dando además, bien argumentadas razones de contexto, para su prontuario.
Hasta ahí, una podría decir que es razonable y que por qué no creerle.
No se le puede creer por los hechos, sólo por los hechos. Es evidente que ha mentido todo el tiempo; no es confiable su palabra, ni su pedido, ni su actitud. No podemos olvidar que ha sido formado para desarrollar estrategias y cumplir misiones a cualquier costo y además, es su vocación hacerlo.
En uno de los juicios, respecto a los homicidios de prisioneros en Pisagua, Herrera Jiménez asegura no recordar cuál fue el número de personas que él fusiló. "Nunca se me ocurrió anotar sus nombres o haber hecho marcas en mi pistola", afirmó.
Varios años después me gritó: ¡¡¡Estira la mano mierda!! lo hacía prácticamente en mi oído; yo casi no escuchaba por el estruendo que me reventaba la cabeza producto del “teléfono” que acababan de infringirme. Yo estaba casi desvanecida de dolor, desnuda y con la vista vendada; él tiró con violencia mi brazo y puso mi mano encima de la de él…¡¡apriétamela bien, que esta manito se echó a Daniel Mede…escuchaste!!, me dijo, antes del siguiente golpe. Daniel era un compañero y amigo que fue asesinado el 28 de abril de 1983, en Quillota.
Por ese crimen, otros siete antes en Pisagua y el de Luis Tamayo Lazcano, después, en agosto del año siguiente en el Cerro Placeres, Herrera Jiménez no ha sido juzgado. La razón: exigencias administrativas ligadas a su extradición.
Aun así, sabiendo lo que ha hecho y lo que no ha dicho, ha tenido el descaro de decir en una entrevista que: “lo que sostengo es que, si la legislación penal permite la acumulación de las penas, yo ya cumplí la mía. Si el Estado, con toda justicia, fue tan ágil para juzgarme y condenarme, hoy con esa misma agilidad debe dejarme en libertad. También hay que respetar los derechos humanos de quienes los violamos. De lo contrario, se transforma en una venganza”.
El Capitán, perverso y manipulador nunca ha reconocido, referido, admitido y menos pedido perdón por las otras muertes; los otros crímenes que cometió y que permanecen impunes. No puede haber arrepentimiento verdadero si no hay reconocimiento, reparación y aceptación de las consecuencias de esos actos.
De modo que en lugar de insistir en beneficios que no merece de manera alguna, además de ser ilegales e inmorales- y esto se lo digo a usted condenado- le sugiero que ayude a poner las cosas en su lugar: Haga que tanta lectura en su celda tenga sus frutos y dé una señal-ética: póngase a disposición de recibir el castigo que merece, sin esquivarlo; agradezca que lo está haciendo en condiciones de privilegio y sea lo suficientemente valiente para -por una vez en la vida- responsabilizarse de las consecuencias de sus actos. Hágalo por su descendencia; no los obligue a ser leales con lo peor de su vida, libérelos de esa carga. Tenga la nobleza y el honor pagar su deuda y libérenos de tener que recordársela.
Por cierto, no me olvidé de su cara, ni de la sonrisa amable de mi amigo Daniel Medel.