La necesidad de atravesar colectivamente la pandemia
Hace tiempo que venimos escuchando que el mundo tal como lo conocemos ya no será como hasta ahora. Las razones son varias, entre ellas la crisis medioambiental que ha calado hondo en las posibilidades que tenemos de encontrar refugios naturales para guarecernos de las catástrofes; la uberización del trabajo que ha precarizado nuestras vidas y nos ha transformado en trabajadores/as infrahumanos/as desechables; la impunidad con la que muchos estados dejan morir a personas en sus fronteras; y podría seguir y seguir.
Además, hemos constatado, feminismo y revueltas de octubre mediante, que ya no estamos dispuestos/as a vivirlo de esta manera, porque la vida, el buen vivir, ha comenzado a tener un valor mayor que cualquier mercancía.
Sin embargo, en esa ecuación que ha ido instalándose en el sentido común aún no estaba presente una pandemia de estas características como posibilidad, y volvemos a sentir que estamos en una película, pesadilla o novela, porque guerras o epidemias estaban fuera de nuestro imaginario. Aceptar que vamos a atravesar una pandemia, y con ello, que ahora ser solidario/a es no salir de casa, es lo que nos toca.
Pero con la pandemia se hacen aún más visibles las grandes desigualdades. Basta con preguntarse quienes salen a la calle y se aglomeran en las entradas del metro, cuando lo mejor pareciera ser estar en casa, obligados/as a ser valientes -la “carne de cañón”- en labores muchas veces para nada esenciales para la sociedad, pero urgentes para poner comida sobre sus mesas. A estos se agregan aquellos que deben hacer labores esenciales, como el personal médico, quienes trabajan en la producción y distribución de alimentos, quienes recogen la basura, etc., que, a pesar de contar en algunos casos con las facilidades de un empleo u ocupación más formal, están de todas maneras en medio de la falta de insumos, de protocolos y la poca transparencia en el manejo de la crisis sociosanitaria de este gobierno.
Aceptar y enfrentar que estamos atravesando una pandemia en un contexto neoliberal y profundamente desigual implica pensarnos colectivamente, identificando roles, vulnerabilidades e inequidades, haciendo un balance de los recursos con los que contamos y los que necesitamos conseguir y/o producir e imaginar nuevas formas de organización.
Ahora es aún más claro que ya no cabe el sálvese quien pueda, que se requiere una administración de la pandemia colaborativa donde iniciativas sociales locales y territoriales -muchas de las cuales vienen funcionando desde el último octubre- refuercen el tejido social recompuesto y nos permitan pensarnos de otras maneras. Ejemplo de ello es la atención online que la organización de voluntarios Salud a la Calle, creada para prestar ayuda a heridos durante las protestas, está brindando para quienes presenten síntomas de coronavirus; o la invitación a generar estrategias de cuidado territorial y de autocuidado en clave feminista de la Coordinadora 8M; o aquellas donde vecinas/os están ofreciéndose para hacer compras a personas más vulnerables.
Es ahora cuando hay que sostener este tipo de iniciativas, que son nuestras formas de afrontar este nuevo mundo que se avecina. Se trata de pensarnos de manera nueva, colectiva y creativa, y de exigir una respuesta acorde a las circunstancias como lo hemos visto en otros países, que avance concretamente hacia otros posibles mundos, más dignos y solidarios.