El COVID-19 y su impacto en la vida de las mujeres en un Chile desigual
Son pocas las personas que hoy continúan con una actitud de inconsciencia frente al problema que estamos enfrentando en todo el mundo con el COVID-19. La angustia que tenemos varias feministas -que observamos hace muchas décadas los impactos que tienen para la vida de las mujeres las crisis y desastres- es la ausencia de conexión entre la conciencia y la posibilidad de desarrollar cuidados en muchos y muchas, pero particularmente en las mujeres, y más aun en aquellas que viven en condiciones más vulnerables como las pobres.
La cuarentena ha sido una recomendación desde el primer día, dadas las limitaciones de nuestro sistema público de salud para acoger los casos graves. La suspensión de las clases de las y los niños y jóvenes no podía esperar. Sabemos que la escuela educa, sin embargo, para muchas mujeres cumple una función de cuidado que ellas necesitan para poder trabajar remuneradamente.
Cuando enfrentamos la emergencia del 27F, muchas escuelas y liceos fueron espacios de albergue para las familias que quedaron sin casa. Muchos jardines infantiles suspendieron sus servicios porque estaban en el suelo o siniestrados por el tsunami. La división sexual del trabajo –mujeres en los cuidados y los hombres en las actividades productivas- se agudizó considerablemente en esos meses. Muchas mujeres, por las necesidades de cuidado perdieron sus empleos, no teniendo quien cuidara de sus hijos/as/es. Tampoco buscaban rápidamente un empleo por la misma condición. De hecho, en Chile más de 1.300.000 mujeres no trabaja remuneradamente por razones familiares de cuidado, cifra que podría aumentar gravemente con la emergencia por el COVI-19, porque el mandato cultural sexual se refuerza y rigidiza: las mujeres somos las únicas o principales responsables del cuidado.
Hay que recordar que las mujeres no sólo cuidan a sus hijos/as/es, también a nietos/as y a familiares dependientes, variando según la etapa del ciclo de la vida en el que se encuentren. Muchas mujeres traspasan a sus madres el cuidado de sus hijos en contextos de “normalidad”. He escuchado en estos días que lamentablemente muchas abuelas piensan que el amor las vuelve inmunes. ¡¡¡NO!!! Aunque duela, las y los nietos pueden contagiarlas y poner en riesgos sus vidas. Por ende, las redes informales también desaparecen para las mujeres trabajadoras remuneradas.
Las mujeres que pueden acceder a teletrabajo, pero en condiciones complejas donde separar la vida familiar, personal de la laboral es casi imposible también tienen problemas. Por ejemplo, mujeres docentes en centros de educación superior, han sido llamadas a seguir con sus clases por video conferencia “en los tiempos normales en los que ellas hacían sus clases”. ¿Puede ser normal hacer clases en la casa, con los hijos/as/es pequeños/as/es dando vueltas?
Los empleos a los que acceden las mujeres, una vez más por la mencionada división sexual del trabajo, son en aquellos rubros de la economía que hoy están siendo fuertemente impactados por esta crisis, principalmente, el sector de servicios como ya lo ha anunciado el gran empresariado.
Por otro lado, aquellas mujeres que trabajan informalmente ¿pueden tomar la decisión de estar en cuarentena? ¿Cuántas trabajadoras de casa particular con empleos con contrato o sin ellos, podrán dejarlos y continuar siendo remuneradas para garantizar su salud y la de sus familias?
Para las mujeres el desempleo o el no pago de su trabajo, no sólo significa -como en el resto de los trabajadores- no contar con un ingreso. Para ellas conlleva que sus vidas se vean más precarizadas, dependan económicamente de otros y con ello pierdan autonomía para tomar decisiones sobre sus vidas.
Sabemos que muchos chilenos y chilenas reciben pensiones que son una miseria, ¿ustedes creen que aquellas pensionadas pobres, pueden comprar mercadería para 15 días y así estar encerradas en sus casas sin el contacto con otros? Muchas de ellas, seguirán saliendo de sus casas a comprar al boliche de la esquina, el kilo de pan y comida básica para subsistir como lo han hecho diariamente.
La cuarentena se vuelve un privilegio, entonces, al alcance de sólo un sector de mujeres.
Hace pocos días Ciper publicaba una columna de opinión que mostraba el impacto del orden social y cultural patriarcal sobre la vida de las mujeres pobres. Las mujeres que experimentaron una infancia pobre tuvieron un 13% más de enfermedades crónicas en la vejez respecto a quienes tuvieron una infancia no pobre. Por otra parte, descender económicamente, en comparación a quienes ascienden, aumenta el riesgo de enfermedades crónicas en un 9.4%. Finalmente, se observa que las mujeres que tuvieron una trayectoria laboral durante su adultez caracterizada por permanecer largos períodos fuera del mercado laboral, así como aquellas caracterizadas por estar durante largos períodos de tiempo empleadas pero en trabajos informales (sin contrato, ni cotizaciones previsionales), poseen un 21.4% y un 22.2% respectivamente más de enfermedades crónicas que aquellas mujeres que estuvieron empleadas en trabajos formales y que no experimentaron interrupciones laborales prolongadas. Mientras el New York Time en un artículo señalaba que este virus afecta de manera desigual a las y los pobres, fundamentalmente por el acceso a la salud, así como también por las enfermedades crónicas que presentan las y los más pobres . Cabe preguntar ¿cómo afectará el COVID-19 a la población indígena empobrecida a propósito de un despojo territorial? ¿Cómo afectará a las mujeres pobres con enfermedades crónicas de estos territorios? ¿Cómo afectará a las mujeres pobres con enfermedades crónicas que trabajan en los hogares más ricos y donde probablemente ya se han contagiado, y bajaron a sus hogares el sábado para descansar junto a sus familias pobres?
Por otro lado, la segmentación laboral por razones de género no sólo afecta en la calidad del trabajo y sueldos de las mujeres. Prestar servicios donde se relacionan directamente con personas (bancos, supermercados, malls, servicios públicos con atención a público, entre otros) y contagiados (sector salud) las hace más vulnerables a contagiarse del virus. En el rato que estoy escribiendo esta columna, las y los trabajadores de los malls de los sectores más ricos de este país, se manifiestan para que cierren sus servicios. No dejo de pensar en que para algunos (los dueños de este país) hay vidas que valen más que otras, al parecer no todos respetan la idea que la dignidad es inalienable a todo ser humano.
Finalmente, el Informe “El progreso de las mujeres en el mundo 2019-2020: Familias en un mundo cambiante” de ONU Mujeres, da cuenta que en muchas familias se observan las violaciones fundamentales de los derechos humanos y desigualdades graves que enfrentan las mujeres. Las familias pueden ser espacios de cuidado, pero también de conflicto, desigualdad y, con demasiada frecuencia, de violencia. En Chile una de cada tres mujeres vive o vivió violencia de pareja, este año llevamos 11 femicidios. Para muchas mujeres la cuarentena en sus casas será una situación de riesgo de vida para ellas y sus hijos/as/es. Cabe preguntarse qué está haciendo la institucionalidad que debe garantizar la vida de las mujeres para prevenir que las dinámicas de violencia se complejicen y tengamos que lamentar más mujeres viviendo violencia machista, una violencia que sabemos es mortal.
Las crisis y emergencias nos permite ver que un país tan desigual requiere de un Estado que garantice derechos sociales poderosos a todos/as/es desde la infancia más temprana hasta la vejez, así como también de políticas que permitan alterar la división sexual del trabajo y erradicar las relaciones desiguales de poder que permiten la discriminación y la violencia contra las mujeres que, en tiempos “normales” genera malestar y riesgo de vida para muchas mujeres, pero que en tiempos de crisis como los que atravesamos hoy puede ser mortal para muchas más.