San Borja: el suplicio de vivir en un barrio intervenido por Fuerzas Especiales
– ¡Se está quemando el edificio! ¡se está quemando!
Cuando Carlos Astorga escuchó los gritos, el viernes 13 de diciembre, recordó que la torre 2 del barrio San Borja no cuenta con vía de escape en caso de incendios y se angustió. Su esposa preparó un bolso con lo indispensable para su hijo de cuatro meses, si es que se hacía urgente salir. Él, mientras, bajó a ver el piso desde donde venía la humareda. En el departamento se sentía un intenso olor a lacrimógenas y los petardos los hacían saltar.
– Cuando llegué al tercer pisó había ya varios vecinos y era el propio dueño de casa quien había controlado el amago de incendio. Se generó un tremendo pánico en toda la comunidad durante el incidente del fuego. Se trató de evacuar, pero no se pudo porque las mismas Fuerzas Especiales no dejaba ni entrar, ni salir del edificio– recuerda.
Desde su piso observaba una cantidad excesiva de funcionarios policiales atrincherados en el acceso del edificio, muchos buses que se estacionaron al costado, piedras y lacrimógenas que iban y venían, más allá estallaban fuegos artificiales y, por si fuera poco, un helicóptero de Carabineros sobrevolaba el sector. En resumen, una batalla campal. Y aunque tenían ganas de comprar el departamento, se hacía inviable vivir con una guagua bajo esas condiciones.
– A mi especialmente me gustaba el barrio, hay harta cultura, es como un barrio de verdad y eso se agradece. Fue una lata abandonar y, de algún modo, haber sido vencidos por las circunstancias–, comenta a El Desconcierto.
[caption id="attachment_350403" align="alignnone" width="1280"] Foto cedida por Ximena Cifuentes.[/caption]
Así como ellos, varios arrendatarios han decidido irse del barrio y propietarios han puesto en venta sus departamentos. Algunos incluso ya están desocupados. En sus chats de WhatsApp, los vecinos hablan de salidas temporales, una o dos semanas, como una suerte de terapia para sortear esa incómoda sensación de inseguridad. También suelen avisarse si están las condiciones para entrar o no al edificio. O si el inmueble está rodeado de carabineros.
Ximena Cifuentes es vecina de la torre 2 y esta situación la hace sentir como “un pez en un acuario”: debe conformarse con observar todo desde afuera. En el edificio tampoco hay vía de evacuación en caso de incendios, lo que la mantiene aún más alerta. Ha visto a los carabineros lanzando lacrimógenas y perdigones desde la calle Carabineros de Chile hacia Alameda por el espacio trasero del edificio y a los manifestantes tirándoles piedras y bombas molotov de vuelta. “Mientras ellos están enfrentándose, somos nosotros los que estamos entremedio”, alega. Y no han sido los únicos afectados: Clío y Polilla, dos perritos de casa, murieron intoxicadas por comer pasto con lacrimógenas.
Como otros tantos vecinos del barrio que han estado expuestos a ese ambiente tóxico, Ximena experimentó una intensa sequedad, sangramiento nasal reiterado y espontáneo, sumado a una sensación de pérdida de capacidad olfativa. Hoy su olfato sigue igual, la sequedad nasal ha disminuido y el sangramiento nasal por suerte ha cesado.
Vivir en este barrio ocupado por Fuerzas Especiales -hoy denominadas Unidades de Control de Orden Público-, se ha convertido en un verdadero suplicio para los vecinos.
Encerrarse en el baño por los proyectiles
Francisco Valenzuela, vecino de la Torre 3 y funcionario judicial, vio desde su departamento, ubicado en el piso 13, como partía el segundo aire del estallido, con la marcha convocada para el primer viernes de marzo. Eran poco más de las 19:30 horas y ya se sentía un clima más agitado que las tardes anteriores. Se habían preparado para eso porque al tener un hijo de siete meses tenían que tomar todos los resguardos. Y como se había hecho costumbre, compraron antes todo lo necesario para comer. Les ha cambiado completamente la rutina, sobre todo los viernes.
Cuando comenzaron a sentir la lacrimógena, su pareja cerró el ventanal y, los pocos segundos en que se alejó, vino el primer impacto en el vidrio. Él con su hijo en brazos, se alejó buscando algún rincón seguro. Todavía impactados, vino el segundo golpe. Y aunque el ventanal se trizó, nunca pudieron encontrar el proyectil que lo impactó.
Francisco dice que, en los momentos de mayor angustia, se han encerrado en el baño con su hijo para aislarse de todo esto. Algo que también le ha pasado a Sara Rojas, presidenta de la comunidad de la torre 3. Ella grabó al supuesto “funcionario municipal” que fue a dejar escombros en la calle Carabineros de Chile, y que andaban en una camioneta con patente de Carabineros. Ese día después de difundir la información, se fue al trabajo en bicicleta como todos los días y, en la tarde, al volver, después de un rato, sintió fuerte un golpe en la ventana. Como tiene termopanel el proyectil rebotó, pero quedó un hoyo de 8 milímetros, según midieron. Quedó en shock. “El ánimo decae por la inseguridad”, explica Sara.
Camila Galaz es otra víctima de los proyectiles, además, con su compañera fueron apuntadas por láser desde abajo. Posiblemente porque estaban mucho rato mirando. Vive en la torre 2 y se ha sentido muy insegura desde esa oportunidad.
Con todo esto los vecinos están evaluando presentar un recurso de protección para sacar a los funcionarios policiales del lugar. Después de varias conversaciones, en su mayoría por WhatsApp, Javiera Toro, abogada y vecina de la torre 2, quedó de coordinar esta acción. Por ahora, dice que están recogiendo testimonios y antecedentes para ver si lo presentan como comunidad, con el apoyo del administrador, o si solo lo harán como un grupo de vecinos.
Javiera espera que Carabineros deje de ocupar la calle que lleva el mismo nombre de la institución uniformada, que dejen de atrincherarse y generar enfrentamientos ahí. “Creemos que la Corte debería acogerlo, aunque sabemos que recursos que han presentado en otros sectores [barrio Parque Bustamante] no han sido exitosos”, sostiene Javiera, segura de que la acción está completamente justificada.
Trabajar respirando lacrimógena
El puesto de trabajo de Sixto Santini, conserje de la torre 2, se ha convertido en una pequeña fortaleza. Antes de marzo, colocaron mallas en las rejas y reforzaron el frontis con unas planchas de cholguán, aluminio y cartones. También tiene su mascarilla antigases en el mesón de la recepción.
Sixto es venezolano y hace ocho años trabaja ahí. Su turno hasta las 22:00 horas lo ha hecho conocer bien el tejemaneje especialmente de los viernes. “Ellos se ponen por allá”, apunta con un dedo, identificando el sector donde se ubica Carabineros. “Y de este otro lado les responden ¡Les trajimos la once, pacos culiaos!
– Los viernes es caótico y mientras ellos se paren aquí, esto no se va a apagar. (…) Pasa que nosotros venimos de algo más fuerte. Allá disparan balas, tiros. (…) La otra vez cayó una lacrimógena acá, fatal, qué íbamos a sacar devolviéndola como lo hacen los mismos muchachos, y ahí todo controlado. Desde acá adentro pam, pam, pam se escucha. También caen en el patio. No está fácil–, relata.
En esta torre han bajado también los arriendos, dice Sixto. Si antes, en general, los precios iban desde los $380.000 a los $400.000, ahora están arrendando entre $350.000 a $300.000.
Luis Poblete también trabaja respirando lacrimógena y es conserje de la torre 1, frente al GAM. En uno de sus turnos le tocó ver que lanzaron una lacrimógena que llegó al balcón de un departamento. “Acá estaba la escoba. Un show, de allá pa acá. Tiene que haber sido un viernes. Estábamos dos. Pero aquí siempre hay jaleo. Lo peor, dice, fue cuando se quemó el Centro Arte Alameda, ahí la cosa se puso brígida”, cuenta.
Los trabajadores se han visto expuestos constantemente a respirar estos gases y, a la vez, otra de las dificultades que se suma es el regreso de madrugada cuando no hay transporte público. “Voy hasta Carlos Valdovinos. No hay locomoción. Me ha tocado caminar, he llegado hasta las dos de la madrugada porque no tenía cómo atravesar”, dice.
“Ya no quieren arrendar aquí”
El impacto inmobiliario no ha sido menor en el barrio. Las bajas en los arriendos busca captar a personas que estén dispuestos a vivir bajo estas condiciones.
Además de que le llegara un proyectil a la ventana, Camila Galaz tuvo que asumir el pago total del arriendo porque su compañera prefirió irse. Durante dos meses estuvo trabajando en el día en Casa Ideas y en las noches trabajaba de babysitter. Idealmente, prefería tomar los turnos de los viernes para salir temprano.
– Tengo miedo, la incertidumbre de que en algún momento me diga que ya no puede seguir en el departamento. Ella también está a favor de lo que está pasando, pero de a poco se ha ido dando cuenta lo difícil que es sobrellevar esto. Pienso en lo que voy a tener que hacer de nuevo, sabiendo que, además, entre ocho a diez departamentos están deshabitados en esta torre–, expresa.
Camila no quiere dejar el departamento porque están todas sus cosas acá, vive hace tres años en el lugar, cuando estudiaba en la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. Siempre le ha favorecido la ubicación. Aunque a veces duda por el estrés que le generó el doble trabajo y la posibilidad latente de que esta pesadilla no termine tan rápido.