Cuando Vodanovic, el pollo Fuentes, Chadwick y Lavín fueron los elegidos de Pinochet
Entre los escogidos para el acto de Chacarillas, haciendo gala del atávico machismo de la derecha conservadora, solo se contaban nueve mujeres contra sesenta y ocho hombres. El grupo era variopinto, había jóvenes líderes políticos como Andrés Chadwick Piñera, Juan Antonio Coloma y Joaquín Lavín; deportistas como Hans Gildemeister y Jorge Socías, la periodista Patricia Espejo y diversas figuras del espectáculo como la cantante Michelle Astaburuaga, su colega José Alfredo Fuentes, el humorista Coco Legrand y el sempiterno animador Antonio Vodanovic. Precisamente este último ha sido el que más ha negado su adscripción al evento. En diversas entrevistas, ha afirmado que “nunca se abanderó” por ningún régimen, y que el acto no era una celebración dictatorial sino un premio al “joven del año”.
Incluso en un acto absurdo y desesperado, Antonio aseguró que al evento también había ido gente de izquierda, entre ellos el ídolo futbolero Carlos Caszely, público simpatizante del gobierno de Allende. La falacia es significativa pues durante junio de 1977, el goleador se encontraba viviendo en España, alternando titularidad en el RCA Español, equipo que obtendría el puesto número catorce en la tabla de posiciones de ese año. Lo cierto es que todos los invitados fueron informados de la trascendencia que tendría el evento, del apoyo mediático que significaría para el régimen militar. Como reflexiona el historiador Matías Alvarado Leyton, en un crucial artículo sobre el hecho: “Los jóvenes se volvían entonces en depositarios de los valores propugnados por la dictadura, una especie de tabla rasa sobre la cual imprimir su sello, en esta ocasión, bajo el fuego que el nacionalismo buscaba avivar”. Y Gabriel Salazar agrega: “Fue una organización de un acto de masas, con antorchas y juventud formada; característico de la parafernalia propagandística de un acto fascista”.
---
Las cimas de Chile serán iluminadas: los preparativos de Chacarillas
El invierno de 1977 fue particularmente frío para la dictadura cívico-militar. Las ramas de la Junta estaban divididas y la distancia entre Pinochet y Leigh se agudizaba. Paralelamente, se anulaba cualquier atisbo de oposición al declarar la disolución de todos los partidos políticos, agrupaciones o movimientos que no adhirieran a la dictadura en base al Decreto Ley n° 1697, publicado en el Diario Oficial el 12 de marzo de 1977. La cantidad de personas apresadas ilegalmente por la DINA en vehículos Ford Falcon sin patente, los innumerables recursos de amparo alojados en la Vicaría de la Solidaridad que consignaban torturas sistemáticas y desapariciones, generaban un ambiente tenso donde, pese a toda la maquinaria sanguinaria en desarrollo, la continuidad de la Junta Militar estaba en duda.
Un titular publicado en La Segunda durante mayo llamó poderosamente la atención: “Chile busca el camino de la normalización institucional”. La frase había sido proferida por el gurú de los Chicago Boys, Jorge Cauas, en calidad de embajador chileno en Estados Unidos, quien al igual que muchos otros civiles cómplices de la dictadura, comenzaba a visualizar una salida de los militares para que el nuevo orden económico y político se consumara. Quizá para contrastar ese titular, el periódico publicó semanas después una impresionante columna donde figuraba una foto del dictador y justo al lado, a modo de título, lo siguiente: “El mejor defensor de los derechos humanos”. El texto, firmado por un desconocido E.V.E, aseguraba que: “En ningún país del mundo se han dictado tantas y tan importantes medidas constitucionales, legales, administrativas, etc., tendientes a dar amnistías, indultos, mayores derechos judiciales e innumerables otras protecciones a los ciudadanos, como las que personalmente ha dispuesto en Chile el Presidente Pinochet. Y todo este constante y efectivo fortalecimiento de los derechos humanos se ha estado realizando en medio del ataque marxista al país”. No contento con tamaña falacia, la columna cerraba así: “No hay gobernante que se haya preocupado tanto de defender y aplicar los derechos humanos como el general Pinochet”. El objetivo que guiaba estos inauditos mensajes no era otro que limpiar, de forma desesperada, la imagen del dictador. La negación radical era y es un antídoto que permite ganar tiempo, aferrarse unos meses, años, décadas más al cargo. Y eso lo sabía el asesor más astuto y raquítico de Pinochet, Guzmán, que urdía por esos meses un plan que calzaba perfecto con esos fines.
La semana de la juventud
En 1977, la dictadura celebra su cuarto año en el poder bajo la embriaguez de un efímero éxito económico. Las políticas de la doctrina del shock impulsadas por los Chicago Boys, habían creado la ilusión de un milagro económico reduciendo la tasa de inflación y aumentando la producción de forma sostenida a tasas superiores al 8% anual. Crecían las exportaciones y la circulación de créditos del exterior como prueba de confianza en nuestra economía por parte de los bancos extranjeros, ratificada por las continuas visitas de inversionistas y especialistas que alababan la política seguida por el gobierno militar, aplicación que dejaría un alto costo social de profundas consecuencias.
Ese año también comienza a regir el IVA a los libros y el Ministerio del Interior prohíbe la importación de las obras de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar; es inaugurada la extensión de la Línea 1 del Metro entre las estaciones Moneda y Salvador, y la DINA –dirigida por el coronel Manuel Contreras, el protegido de Pinochet– vivía sus últimos días debido a las presiones de Estados Unidos de acabar con el organismo de represión por el crimen de Orlando Letelier ocurrido un año antes, en septiembre 1976 en Washington.
Bajo ese panorama, como en una realidad paralela, la celebración del Día de la Juventud debía ser en grande. Entonces, se determinó que la efeméride del 10 de julio, estratégica para las pretensiones de Pinochet, debía extenderse y se decretó “La semana de la juventud”. Para ello se desplegó una gran campaña comunicacional, diversas actividades en regiones, la ceremonia militar de juramento a la bandera y la realización de un gran acto para ese mismo día sábado 9 de julio –transmitido en cadena nacional de televisión– en la cumbre del cerro Chacarillas, el mismo lugar que dos años antes había sido el escenario de la fundación del Frente Juvenil de Unidad Nacional, el brazo operativo para las pretensiones de liderazgo y posteridad del dictador. Las actividades concluirían el domingo con una maratón por las calles de Santiago, con la participación de destacados atletas del medio nacional.
Esa semana los integrantes del Frente Juvenil se desplegaron por diversos medios de comunicación “invitando” a los jóvenes a asistir al gran evento del día sábado. Al correr de los días no fueron pocas las notas de prensa grandilocuentes y sin firma que reforzaron “la importancia del evento”, repitiendo la monserga nacionalista, el libreto ad hoc, como la aparecida el jueves 7 en el diario La Segunda titulada La juventud unida ilumina presente y futuro de Chile. En ella se leía: “Serán los jóvenes de hoy, los mismos que encabezan las jornadas más difíciles y las cruzadas más ambiciosas. Identificados con los principios que inspiran la junta de gobierno, estarán representados los símbolos supremos que la encarnan: la cruz y nuestra bandera. Frente a ellos estará nuestra juventud, que tiene resolución firme para vencer los obstáculos que afronta la nación, porque está consiente que su superación tendrá como premio una patria libre”.
Extractos del libro Chacarillas, los elegidos de Pinochet
Editorial Alquimia
Guido Arroyo y Felipe Reyes