“Donde niños nacen solo pa' ser reo”: Clasismo e hipocresía sobre Pablo Chill-E
Como resonancia de un país que lleva casi tres meses crispado, pareciera que algunos estaban esperando un error, una caída, un punto débil en Pablo Chill-E. En realidad, lo esperaban de cualquiera que haya sido una voz en semanas donde justamente los discursos y las representatividades están en crisis y no dan el ancho de una ciudadanía que exige cambios. Pudo ser Mon Laferte, Héctor Morales, Patricia Muñoz, pero fue Pablo Chill-E y la ecuación cerró perfecto para quienes esperaban golpearlo en el piso, como chivo expiatorio del terror que habita en sus almas cuando sienten que el sistema como lo conocen podría desvanecerse. Y mejor aún, para ellos, el error de Pablo era un delito.
Bastaba una mirada rápida por Twitter para leer comentarios de todo tipo (que no vale la pena reproducir) donde asomaban ciertos rasgos en común, sobre todo clasismo y superioridad intelectual. Desde la intención discursiva de considerar la cárcel como destino irrenunciable de los cantantes de trap, hasta argumentos que llenaban en el mismo saco a todos quienes oían esa música. Porque claro, en el rock, el jazz y el metal estos casos no son comunes, sin embargo, “¿qué bueno podemos esperar de un cantante de trap?”
En primer lugar, desconocer el origen obrero del rock es, sencillamente, no conocer la historia del rock. La raíz blusera originada en los esclavos norteamericanos, el campesinado hillbily y de los Apalaches tan ofensivamente estereotipados y el sustrato suburbano de una clase media aspiracional, más no dueña de los medios de producción, encontró su eco en la más proletaria clase baja inglesa, para parir el fenómeno musical de masas más importante de la segunda mitad del siglo XX. Roger Daltrey de The Who mencionó en una oportunidad que “si no era cantante de rock, iba a ser futbolista o delincuente” y ni hablar de las letras de Ray Davis de The Kinks y las facetas más políticas de John Lennon y Roger Waters. Más allá, el punk, el metal, el grunge y el britpop, son estilos que definitivamente no pueden entenderse sin la experiencia de quienes viven en el lado menos acomodado de la ciudad.
Solo por mencionar algunos casos, que Chuck Berry, Jimi Hendrix y James Brown hayan sido detenidos en diferentes momentos por delitos sexuales, de armas y vinculados a los narcóticos, solo da cuenta de que, la experiencia de la marginalidad social, lamentablemente mantiene una estrecha relación con el mundo carcelario, así en Chile como en el resto del mundo.
Otros casos que, si bien no fueron demostrados como delitos en su tiempo –aun siéndolo-, hablan de un comportamiento moral completamente criminal, como la historia sentimental de Jerry Lee Lewis con su prima de 13 años de edad, las fiestas eróticas de Led Zeppelin (donde más de una mujer drogada y embriagada fue usada sexualmente) o los atropellos sexuales de Mötley Crüe que son expuestos con orgullo en la película The Dirt. No hablamos de las jugarretas de niño que son los desórdenes de Jim Morrison, David Bowie, Axl Roses, Kurt Cobain o Pete Doherty –que se parecen más a los desórdenes de Britney Spears y Justin Bieber en sus momentos más alocados– sino, de delitos serios y que hoy serían duramente cuestionables.
Pablo Chill-E fue tomado detenido por una causa de la que ni siquiera había sido notificado. En el comunicado que la Coordinadora Social Shishigang subió en su Instagram, dan cuenta de la naturalidad del delito que se le inculpa según los códigos de su población, donde ingresar a un lugar abandonado no es considerado un acto delictual, similar a lo que ocurre en la cultura okupa.
En un estado de derecho, la ley es un imperio sagrado e inviolable y, claramente, el estallido social ha levantado la necesidad de que así sea. Pero en un contexto histórico como el que vivimos, con delitos millonarios que vinculan el mundo empresarial con el político y que no tienen condenas justas, vestirse de paladín de la moral y la justicia solicitando juicio implacable a Pablo Chill-E no es nada más que gárgara. Una gárgara más cercana al juicio ético del programa En su propia trampa o de la serie Better Call Saul, que al espíritu que Andrés Bello intentó imprimir en el Código Civil. Es hipocresía.
¿Se acabó la carrera de Chill-E? No lo creo. Es más, puede que con esto consiga un segundo aire. El joven cantante de trap no está siendo acusado de ningún delito sexual, que si sería una forma rápida –y merecida– de morir públicamente. Además, para mala suerte de los cosmopolitas que lo critican desde su pulpito de rockeros celestes, la ética shishigang está lejos de mirar a las portadas de Billboard. Su público está en las plazas y cunetas, en los liceos industriales y en la primera línea de la protesta y a ellos, lo que ocurrió, no les perturba éticamente. Porque esa generación conoce su obra y se identifica con él y las acciones de la Coordinadora Social Shishigang en las poblaciones, en las canchas de barrio, en los centros del Sename y, como ocurrió recientemente en Valparaíso, en las catástrofes sociales.
Johnny Cash también estuvo preso y su carrera no se acabó, es más, se reinventó desde la cárcel, grabando luego uno de los álbumes en vivo más icónicos de la historia (At Folsom Prison, 1968) y justamente por eso es que es admirado en todo el mundo como símbolo de un artista con calle. ¿Qué hay detrás de tanta alegría por la detención de Pablo Chill-E? Clasismo, superioridad moral e hipocresía. La misma que acusó despectivamente de mala madre a Violeta Parra, de yeta a Palmenia Pizarro, de borracha a Cecilia, de narco a Zalo Reyes y de grosero a Mauricio Redolés.
"Vente pa' Puente Alto, por la pobla te hago un tour".