PSU: la pobreza es una rastra

PSU: la pobreza es una rastra

Por: Elisa Montesinos | 11.01.2020
El cambio de paradigma incluye una nueva forma de pensar la educación y su modelo. Como dijo mi sobrina antes de ir a dar su prueba: “Si tengo que esperar un año más, habrá que hacerlo. Ese será el costo para que esto cambie. Esto es más grande que lo que yo quiera.” Nuevamente secundarias y secundarios nos dan clases de ética e integridad, porque es por ti, por mí y por todxs lxs compañeros.

Una prueba de selección que más parece una condena. Una forma perversa de segregar y mantener un sistema que hace agua (irónico) por lo obsoleto. Una prueba que inscribe en los cuerpos adolescentes la norma y la diferencia. El que paga puede y el que no jode. La pobreza es una rastra: máquina que inscribe en el cuerpo del condenado la ley infringida, nacer. 

“¿Comprende el funcionamiento? La rastra comienza a escribir. Cuando termina el primer borrador de la inscripción en el borde del individuo, la capa de algodón gira y hace girar el cuerpo, lentamente, sobre un costado, para dar más lugar a la rastra. Al mismo tiempo, las partes ya escritas se apoyan sobre el algodón, que, gracias a su preparación especial, contiene la emisión de sangre y prepara la superficie para seguir profundizando la inscripción.

A medida que gira el cuerpo, los dientes al borde de la rastra arrancan el algodón de las heridas, lo arrojan al hoyo y la rastra prosigue su labor, indolente. Sigue inscribiendo cada vez más hondo  por doce horas. Durante las primeras seis, el condenado solo sufre dolores. Después de ocho horas se le quita la mordaza de fieltro: ya no tiene fuerzas para gritar.

¡Qué tranquila se queda la criatura después de la sexta hora! Hasta el ser más estoico comienza a comprender.

La comprensión se inicia en torno a los ojos, desde allí se expande. Uno desearía estar con él en la rastra. No ocurre más nada, apenas comienza a descifrar la inscripción estira los labios hacia afuera como si escuchara. No es fácil descifrar la inscripción con los ojos. La criatura la descifra con sus heridas. Se necesitan seis horas por lo menos, en ese momento la rastra lo ha atravesado completamente. Ha rasgado la carne punitiva y arroja el bulto al hoyo al que cae en medio de la sangre y el agua y el algodón.

“La sentencia se ha cumplido. Lo enterramos”.

Si la forma de acceder a la universidad devela la injusticia, no puede considerarse válida. Si quien paga puede sacar un buen puntaje, seguimos repitiendo la sentencia. Miles quedan marginados año a año, pero hoy los medios “oficiales” de comunicación se lamentan por quienes no pudieron rendir su prueba. Por años decidieron obviar a los segregados de un sistema mal llamado meritocrático. Se levantan voces, principalmente de adultos acostumbrados al egoísmo, que alimentan la miopía apelando al esfuerzo monetario que hicieron por sus hijos para que puedan tener un buen puntaje. Tan cristalizada está la tontera que no ven que ese es el punto, justamente. El cambio de paradigma incluye una nueva forma de pensar la educación y su modelo. Como dijo mi sobrina antes de ir a dar su prueba: “Si tengo que esperar un año más, habrá que hacerlo. Ese será el costo para que esto cambie. Esto es más grande que lo que yo quiera.” Nuevamente secundarias y secundarios nos dan clases de ética e integridad, porque es por ti, por mí y por todxs lxs compañeros.