En este país todos respetamos las animitas: una obra sobre incendios forestales en medio del país en llamas
Pero ni en esas circunstancias perdemos el respeto por la muerte. Nos levantamos una y otra vez después de cada terremoto. Nadie profana una animita, a nadie se le ocurre algo así, sostienen los protagonistas de La ruta del fuego, una obra y performance poética que se repetirá una vez más este viernes 10 de enero en el escenario de la ya tradicional tanguería El Cachafaz, de Ñuñoa. Una ironía contingente habida cuenta del cotidiano trabajo de Carabineros en el lugar en que falleció Mauricio Fredes el 28 de diciembre pasado, en Plaza de la Dignidad. Una animita que destruyen a diario y a diario renace.
La animita como marca identitaria, esta relación con la muerte, chilena. Los únicos que no respetan ni a las animitas ya se sabe quiénes son, son reconocibles fácilmente porque portan corvos o armas de fuego. Arrasan con todo, como el fuego. Los bomberos son los héroes en el libreto de nuestro país en llamas. La bandera y las iglesias quemadas. El metro, el comercio, un par de hoteles, un cine. Cuerpos que aparecen calcinados en hornos, en bodegas. Líquidos acelerantes. Los incendios son intencionales. Somos, para el folclore de Netflix, un país de pirómanos. Una mujer que mirando a la cámara dice entre lágrimas imagínese perderlo todo, que tus cosas, que tu casa sea de pronto puro humo y ardor de ojos, una tos que quema, la garganta seca, cenizas y escombros, una mancha grande como un plato de aluminio. Hay un registro poético en este montaje que me hace pensar en dos poetas chilenos actuales. Por ejemplo la juventud incendiada que retrata magistralmente Diego Ramírez en su libro Brian el nombre de mi país en llamas (Moda&Pueblo, 2008 y Ceibo Ed., 2015) y que estaría hoy en la primera línea, quemándolo todo. Y se me vienen a la mente otros versos, de Jaime Pinos:
El fuego consume primero las copas de los árboles.
Avanza desde arriba hacia abajo. Cae como una tormenta
sobre las extensiones artificiales de árboles idénticos como postes de teléfono.
El mudo corazón del bosque devorado por las llamas,
el estruendo de los árboles al caer
bajo la tormenta de fuego.
El país se quema.
¿Quién quemó, quién quema este país?
¿Cuándo se inició el incendio?
El fuego se inició hace mucho tiempo aquí.
Tal vez con la bandera chilena hecha una flama
durante el bombardeo a La Moneda.
Tal vez con la quema de libros en las calles
durante el estado de sitio.
Tal vez con Sebastián Acevedo como una antorcha
en la plaza de Concepción.
Tal vez con Rojas Denegri como una antorcha
frente a la patrulla militar que lo detuvo.
Tal vez con Eduardo Miño como una antorcha
frente al Palacio de Gobierno.
Los árboles y las personas se queman
hace mucho tiempo en este país.
Vivir en un país en llamas,
en un país que se quema.
Vivir a orillas de un largo y angosto río de fuego.
Vivir en el corazón del bosque,
aguantar el desplome.
La tormenta.
Explorando un devenir de lo patrio a partir de nuestros incendios, de las llamas de la historia, del fuego como metáfora del país, la poética de la dramaturgia es un interesante primer acierto del montaje, en un tono no exento de humor y con intelgente pertinencia en el contexto de la crisis que atravezamos, acusando sin siquiera nombrar a los responsables, todo lo cual sumado a sorprendentes interpretaciones que van de la comedia al lenguaje corporal y escénico, constituyen una experiencia que se aplaude con entusiasta satisfacción y hasta gusto a poco.
La ruta del fuego
El Cachafaz, Av. Italia 1679
Viernes 10 de enero, 21:00 hrs.
$4.000
Dirección y dramaturgia: Karin Ahlström
Elenco: Sol Danor, Alejandro Ubilla, Mei Barrueto, Rodrigo Valenzuela
Asistencia de dirección: Javiera Liberona