Gabriel Boric, el “traidor” que ha logrado más que los “consecuentes”

Gabriel Boric, el “traidor” que ha logrado más que los “consecuentes”

Por: Francisco Mendez | 24.12.2019
Hay que ser claros y no equivocarse: la calle y la política de pasillo se fusionaron en estos dos meses y lograron cosas. Si no fuera por la presión popular, jamás esa gente supuestamente cochina y sucia se hubiera sentado a conversar; y si no fuera por esa conversación y esa representación de personajes como Boric, el grito de la calle no se hubiera materializado en una opción de asamblea constituyente. ¿Por qué no se llama así? Porque, lamentablemente, aún hay resabios de los eufemismos transicionales que, con el tiempo, hay que superar. Pero para eso hay que seguir trabajando.

Le gritaron traidor y le tiraron todo tipo de líquidos para mostrarle su molestia. Era la oportunidad de oro para un grupo de indignados, los que querían mostrarse traicionados, molestos e inconformes con la participación de Gabriel Boric en la contingencia de las últimas semanas. Necesitaban decirle que él había cometido un gran delito: hacer política.

El actuar de Boric ha dado que hablar y ha generado odio y aplausos. Primero fue su participación en el acuerdo constitucional del 15 de noviembre, con un resultado que algunos llamaron histórico y otros vergonzoso, y luego su torpe y bastante inaceptable votación a favor de la ley “antisaqueos” en la Cámara de Diputados, lo que fue acumulando una rabia en quienes lo vieron alejarse de lo que querían que él hiciera. Aunque pareciera que se quería que no hiciera nada.

Ese es el problema de quienes atacan a Boric: está actuando. Se está equivocando, pero también está acertando; está cometiendo errores, pero también logrando cosas que no se podían conseguir hace muy poco tiempo atrás, como por ejemplo botar la Constitución de Pinochet. Y eso les asusta a algunos detractores del texto constitucional del dictador porque las contradicciones y las victorias les incomodan. Están poco acostumbrados a ellas.

Ahora, claro está, sería iluso decir que el cambio constitucional es la gran victoria, porque faltan varias otras, pero negar el hito es desviar la mirada y preferir quedarse entrampado en el eterno discurso testimonial de la constante derrota. Es no querer ver que la represión que está ejerciendo este gobierno es parte de los últimos pataleos de un ahogado que no quiere hundirse en el mar, porque perdió donde no quería perder: en el campo de las ideas. Sus integrantes ya no son “los que saben”, sino los que no quieren admitir que todos descubrimos que no tienen idea de nada.

Sin embargo, hay quienes prefieren sentirse traicionados, mirar con sospecha a los que creían eran de los “suyos”. La acción contra Boric fue eso. Dudaban de su pureza ideológica y política por haber conversado en los pasillos del viejo Congreso y firmar un documento sin someterse a las reglas de su partido. Ya no era el que marchaba, sino el que se había manchado y había entregado al pueblo ante una elite de la que él ahora era parte importante.

Esto es preocupante porque denota una ignorancia sobre el quehacer político. Hay quienes quieren héroes altisonantes y no gente que negocie, ponga sus ideas en disputa y logre triunfos en ciertos lugares que les parecen espurios y sucios por ser concretos, palpables, y no parte de un discurso en el que las ideas grandilocuentes bailan al son de un ritmo que no logra nada al final del día.

Hay que ser claros y no equivocarse: la calle y la política de pasillo se fusionaron en estos dos meses y lograron cosas. Si no fuera por la presión popular, jamás esa gente supuestamente cochina y sucia se hubiera sentado a conversar; y si no fuera por esa conversación y esa representación de personajes como Boric, el grito de la calle no se hubiera materializado en una opción de asamblea constituyente. ¿Por qué no se llama así? Porque, lamentablemente, aún hay resabios de los eufemismos transicionales que, con el tiempo, hay que superar. Pero para eso hay que seguir trabajando.

Por todo esto es que pareciera que los actos de rabia hacia el diputado magallánico son una mezcla de muchas cosas: algo de ignorancia, como también inmensas ganas de escuchar los gritos de quienes les dicen lo que quieren escuchar y no lo que está pasando. Es claramente más alentador para el espíritu rebelde ver a diputadas que van con capuchas al hemiciclo y dicen ser de la “primera línea” (cuando jamás han arriesgado ni un poco de lo que los primera línea reales arriesgan en la calle) , que ver a alguien poniendo su capital político al servicio de un cambio estructural en el que se logre, finalmente, avanzar hacia una conversación que pruebe con fuerza el derrumbe de las coordenadas ideológicas en las que hemos transitado por varios años.

Si Boric es tan traidor como se dice, entonces la traición no es algo tan malo. Al menos mueve más los límites que la consecuencia estéril de quienes quieren lucirse antes de hacer algo al respecto.