Rodrigo Karmy, filósofo: “Una revuelta no es más que pensamiento y, a su vez, el pensamiento es la respiración de los pueblos”
–Algunos de los textos que componen el libro fueron publicados en El Desconcierto. ¿Cómo se fue armando este libro y qué puedes adelantar de él?
–Desde los primeros días de la revuelta no tuve otra alternativa que escribir. La reacción de los medios de comunicación y de los partidos políticos expusieron su desesperación al copar los espacios mediáticos para neutralizar con su supuesto saber-poder la asonada popular. Pero no se pudo. Ese dispositivo explicativo y causal que nos decía “no se pueden hacer cambios porque los militares pueden volver o porque los empresarios pueden huir”, dio origen a lo que llamo la episteme transicional que había terminado por saltar en pedazos. En ese sentido, me parecía que ya no era posible "explicar" el famoso "estallido", sino dejarnos atravesar por su experiencia. Me ayudé de las lecturas que venía haciendo de la Primavera árabe desde el año 2011.
–¿De qué formas lograste "palpar la atmósfera" y dar cuenta de esta lectura de lo que estaba/sigue sucediendo en estos breves ensayos?
–Los ensayos aquí vertidos son inútiles porque el lector no encontrará nada que le permita comprender o explicar al famoso "estallido". La premisa de este libro es que la política es atmosférica o no lo es. Y que una revuelta no sería otra cosa que un trastorno radical de la atmósfera de un pueblo puesto que solo en ella el pueblo puede volver a respirar. ¿Por qué? Porque una revuelta no es más que pensamiento y, a su vez, el pensamiento es la respiración de los pueblos. Como decía Gonzalo Rojas en algún poema: "un aire nuevo, no para respirarlo, sino para vivirlo".
–¿Qué es la anaeconomía de la revuelta y cómo interrumpe/ irrumpe en el normal funcionamiento del país?
–Eso que Piñera quiso llamar "normalidad" no es más que una confiscación de nuestro tiempo por el tiempo del capital. La revuelta destituye ese tiempo de los vencedores, si se quiere, y abre un terreno exento del cálculo donde múltiples voces, asonadas y batallas se juegan intempestivamente.
Más profundamente: la revuelta es aneconómica porque siempre va a pérdida. En esto quisiera detenerme: nunca una revuelta "gana", pero tampoco "pierde" en el sentido habitual del término (como aquella acción que debe cumplir un objetivo preciso como, por ejemplo, la toma del poder estatal). Está más allá del bien y el mal, del éxito y el fracaso.
Tal como ocurrió en la intifada palestina de 1987 o en la propia Primavera árabe de 2011, tiene lugar solo como invención de formas y nuevas prácticas y no en base a una receta preconstituida o mucho menos, como una determinada "filosofía de la historia" que pueda ilusionarnos con una suerte de futuro garantizado al que llegar. La impureza de la revuelta la vuelve una tensión permanente sobre sí: en esa tensión surgen creativamente estrategias pero entendidas no como caminos trazados de antemano en abstracción del proceso, sino como fuerzas rítmicas en las que los cuerpos descubren nuevos usos: por ejemplo, LasTesis introdujeron otro ritmo, otra marcha a la revuelta que permitió sustraerla de la campaña de criminalización operada desde el gobierno.
La revuelta es conjunción imaginal: por un lado, desde un análisis vertical nos encontramos con la jerarquía de clases en la que encontramos una alianza clave entre capas medias y populares (cuya conjunción sensible lucha contra el 1% de la oligarquía financiera); por otro, horizontalmente se han desplegado cuatro potencias actuando en estos 60 días: la irrupción secundaria, los movimientos feministas, la asonada encapuchada (primera línea) y la ciudadanía en general que se ha integrado a uno de estas potencias y que, en conjunto han configurado una constelación que baila a sus propios ritmos y que los ha ido modificando a medida que el poder intenta imponer los suyos, sustrayéndose, cada vez, a la posibilidad de su captura y consecuente parálisis.
La revuelta muestra nuestra fragilidad, la condición de que en nosotros nada ni nadie está detrás dirigiendo el mundo. El carácter aneconómico de la revuelta hace que los ciudadanos se junten de otro modo, que sus cuerpos se toquen de otra manera y que todos, de una u otra forma, devengamos otros.
–¿Cómo este movimiento nos ha devuelto el poder por sobre nuestros cuerpos?
–No diría que nos ha devuelto "poder" sino más bien, que ha restituido la "potencia" de los cuerpos. Frente a las estrategias de separación de la vida, la revuelta no hace más que restituirla a sus múltiples e inmanentes formas. Eso es justamente lo que el poder no puede soportar. Porque no entiende que los pueblos pueden hacer uso de su potencia, que sus cuerpos pueden abrazar las superficies en las que se juega la sensibilidad común. Y entonces, los poderosos inventan "detrás": "detrás" de la revuelta estaría la estupidez del castro-chavismo, el anarquismo, los narcos, en suma, los alienígenas. En la intifada palestina de 1987 –y la nuestra hoy en 2019 es una intifada porque la intifada se ha vuelto paradigma de subversión mundial- los israelíes no dejaron de perseguir a los “líderes”, con la consecuencia de que la sublevación se mantuvo y persistió por casi cinco años. El poder siempre se abalanza sobre "alguien" a quien la asonada policial del pensamiento intenta identificar y apresar. Pero justamente una revuelta no tiene nada más que la superficie de sus cuerpos, su vida sensible. No lleva nada "detrás" de sí más que la sensibilidad por la que fluye la imaginación popular.
–¿Cuál es el oportunismo de la oposición frente a la exigencia ciudadana de Asamblea Constituyente y qué consecuencias tendrá?
–Dado el tenor imprevisible del fenómeno que experimentamos me resulta imposible contestar esa pregunta. Lo único posible de decir es que la fórmula "Asamblea Constituyente" devino epifanía popular, es decir, se volvió una imagen en la que el pueblo juega su historicidad. Está escrita en las calles, clamada por la voz popular y no por el discurso de los expertos. Me atrevería a afirmar que cada marcha, en diferentes zonas del país, funciona como una suerte de Asamblea Constituyente. Y, de hecho, la asonada popular ha encontrado formas alternativas de organización como los cabildos autoconvocados y otras organizaciones paralelas que se han creado en diversas instituciones del país y que la desarticulan internamente promoviendo la democratización.
No se trata de ofrecer una democracia formal a la ciudadanía. Eso es como darle una "agenda social" como la que ha ofrecido Piñera. Se trata de una apuesta mucho más radical que implica destituir la desigualdad económica y política que fueron legalizadas por la Constitución guzmaniana. Por eso, cuando desde el Acuerdo firmado por los parlamentarios se nomina el segundo tiempo como una "Convención" ello implicó de inmediato dejar fuera la voz popular que traía el significante "Asamblea". Y ese "dejar fuera" ya era una decisión política que iba a contrapelo de la democratización en juego. Diría que en estos 60 días podemos ver dos tipos de oportunismos. El primero sería el "oportunismo" típico de ciertos partidos que intentan liderar o conducir algo imposible de conducir e intentan lavar su imagen o hacer "gestos" como se hacía durante la transición. En este sentido, Piñera es el más oportunista, pero también la ex Concertación.
Pero hay otro oportunismo: uno más radical que consiste en que en la suspensión del tiempo histórico abierto por la revuelta se apropia de ese precioso tiempo sin reloj (aneconómico, si se quiere) para potenciar la sublevación de los cuerpos.