Bruno Montané, un detective salvaje de vuelta en Chile
En mayo de 1974, con apenas 16 años, Bruno Montané dejó atrás a un Chile que tenía a los militares desplegados en sus calles y se instaló junto a su familia en México DF. Ciudad en la que junto a los poetas Mario Santiago y Roberto Bolaño fundó el Infrarrealismo, un vanguardista grupo latinoamericano de los años 70 muy poco conocido durante la época, pero que fue mitificado a nivel mundial luego de la publicación de la novela Los detectives salvajes, escrita por Bolaño.
Ahora, con 62 años, Montané volvió por tercera vez al país de origen que, curiosamente, le dio la bienvenida con las Fuerzas Armadas paseando sus tanquetas por barrios cuyos nombres sigue recitando de memoria. Memoria que ejercita con Google, buscador en que algunos días escribe Mapocho 2114, para mirar desde Barcelona (ciudad en que reside hace años) la fachada verde del caserón que fue su hogar en Santiago.
Se bajó del avión a principios de octubre para asistir al Festival Internacional de Poesía, y también para participar en la Furia del Libro, donde recitará algunos poemas de su último libro: El Futuro (El cuaderno), de Hanan Harawi Editores (sábado 21 de diciembre, a las 15:00 horas, sala C2 del GAM). Pero entremedio de estos encuentros poéticos comenzó el estallido social del 18-O y Bruno se transformó en un testigo más de este momento histórico. Testigo que, pese a caminar con una muleta debido a unos problemas en las rodillas y los tobillos, ha asistido a algunas manifestaciones en Temuco, Concepción y Santiago.
–¿Cómo ha sido tu vuelta al país?
–A la semana de regresar sentí que estábamos como hace 45 años, que es cuando me fui. Y te lo explicas por el empresario que dirige el país, porque jamás se puede decir que Piñera es un presidente, ya que no se ha comportado como tal. Ese tipo no gobierna, sino que solo gestiona los negocios de su clase.
–En 1974, con los militares en las calles, tu familia se va del país. Pero ahora te encuentras con lo mismo y decides quedarte. ¿Por qué?
–Me interesa lo que ocurre, pero me sigo sintiendo extranjero en mi propio país. Ahora ese sentimiento es mucho menor, pero los primeros días me sentí un turista cultural. En Temuco estaba muy mal de la pierna, caminaba con dos muletas, y eso me ponía muy aprehensivo para ir a una marcha. Pero igual fui a algunas y en Concepción fui a la acción de LasTesis. En una manifestación apareció el guanaco y se movió como pastoreando a los manifestantes, así que entiéndeme, estás ahí en medio de todo y te das cuenta que entre tú y los demás hay una brecha de al menos 30 años de edad. Había muy poca gente mayor, además que mira mi aspecto.
Piel blanca, ojos claros, pelo canoso, una altura que casi llega al metro noventa, y encorvado para tomar una muleta, resulta difícil que este poeta pase desapercibido mientras camina por alguna ciudad chilena. Y cuando se sienta y comienza hablar, continúa atrayendo las miradas de quienes buscan identificar a la persona que mezcla palabras chilenas, mexicanas y catalanas, en historias que ocurren en ciudades latinoamericanas y europeas.
–¿Qué te parece la búsqueda de un discurso poético que hay en los muros de las ciudades chilenas?
–Me parece fascinante. Le podemos llamar búsqueda, pero me da la sensación que no es que las personas busquen ser poéticas, sino que lo poético ya está impregnado en el espíritu de la gente. Y ahí reconozco esa sentencia que dice: Chile, país de poetas. Porque el lenguaje poético es el de la rayada callejera. Ocurre en el instante en que tienes el tarro de spray y te preguntas qué chucha vas a poner: si “paco culiao”, o “la yuta a la mierda”, u otras reflexiones más puntuales, como “puro chiste es tu cielo asustado”. Detrás de todo eso está el fantasma generoso de la poesía, que es el relámpago del instante, que puede ser cuando estás con el spray en la mano o también cuando estás tirándole algo a la policía.
–¿Y qué impresión tienes del lenguaje que se usa en la calle, que ha reivindicado palabras como pueblo y asamblea?
–Hay una gran brecha entre el discurso político tradicional y esta revuelta que tiene un lenguaje distinto, que es reivindicatorio, pero también ético, cultural y político. El modo en que la gente interpela y explica qué se está reivindicando me parece súper lúcido y con una entereza que emociona. El otro día pasé por el campamento afuera de los tribunales de justicia y escuché a un joven, que era un barrabrava, que hablaba desde la rabia. Eso no solo es explicable, sino que también es natural. En el sentido que es una pulsión antigua que es el deseo de revolución, el deseo que las cosas cambien para todos y que no se queden en esta normalidad democrática, que es burguesa y controlada por empresarios. Además, por primera vez desde los tiempos de la Unidad Popular que hay una transversalidad de personas manifestándose. La clase media se ha implicado de verdad en esto porque también se siente tocada en la dignidad.
–¿Qué te parece que dignidad sea una de las palabra que más se escucha y se lee en la calle?
–Desde el tema más poético y abierto, dignidad puede decir entereza, que es estar pleno y trabajar por la plenitud de todos. Pero las palabras significan según quién las pronuncia. Porque no es lo mismo cuando lo dice el imbécil de Piñera, que cuando se escucha en la calle compartiendo en el lenguaje con los demás, donde todos sabemos de qué chucha estamos hablando: que ahora no es más plaza Baquedano sino plaza Dignidad.
Un detective salvaje
Roberto Bolaño murió el 2003, pero su fantasma sigue presente en la vida de sus amigos. Ya sea en los recuerdos que atesoran, o bajo el manto de mitificación con el que cubrió a un puñado de poetas a través de su narrativa: Montané inspira el personaje Felipe Müller en Los detectives salvajes. Bolaño también reaparece con los casos judiciales asociados a su obra, custodiada por su viuda Carolina López, que esta semana sentó al crítico Ignacio Echevarría en el banquillo (según el diario español La Vanguardia), acusándolo de “atentar contra el honor y la intimidad de su familia y le reclama 150.000 euros”. Ese martes 17 de diciembre Bruno era testigo de la defensa del crítico literario, pero no asistió por estar acá en Chile.
–¿Qué te parece esta pelea por borrar marcas del pasado de Bolaño?
–No quiero ser el siguiente demandado porque no tendría cómo pagar un abogado. Así que solo diré que Roberto no tenía nada que ver con el espíritu de la ley, entonces, que su obra sea defendida por la ley burguesa del sistema jurídico, ya es la cosa más lamentable del mundo. Además, me parece horrible que el dinero que produce la escritura de Roberto sea aprovechado para demandar a sus amigos.
–Has trabajado en cosas muy distintas, como corrector de textos, músico en hoteles, recepcionista de un albergue, entre otros. Da la impresión que sigues siendo uno de los poetas que aparecen en Los Detectives Salvajes.
–Mira, por revolver el gallinero te diré que no considero que el Infrarrealismo esté vivo ahora, pero sí su mensaje. ¿Y cuál es ese mensaje? Pues el de Lautréamont, que la poesía debe ser hecha por todos.
–“La poesía nunca acaba, / ese es su vértigo. / La poesía solo tiene paciencia”, escribes en Vértigo. Lo leo y pienso en otros poemas, escritos hace años, que han aparecido ahora en las calles. Versos de Elvira Hernández, Gabriela Mistral, Nicanor Parra y Gonzalo Millán, por nombrar algunos.
–Finalmente ese es el estado natural y deseable para la poesía. En el momento en que el pueblo se identifica con esa palabra, escrita por un poeta hace años, en un momento totalmente solitario, es la colisión entre el yo y el todos donde el lenguaje bulle en todas sus contradicciones y también en toda su creatividad. Y eso es lo más bonito que puede pasar con un poema.