El día que Rigoberta Menchú marchó por la Alameda con el pueblo

El día que Rigoberta Menchú marchó por la Alameda con el pueblo

Por: Elisa Montesinos | 05.11.2019
No todos los días viene Rigoberta Menchú a Chile en una viaje relámpago que ni siquiera le da tiempo de visitar la escuela en La Pintana que lleva su nombre. La sala Eloísa Díaz de la casa central de la Universidad de Chile está repleta de académicos, activistas, estudiantes y ex estudiantes. Han sido días intensos y es reconfortante verla llegar, imposible no emocionarse, como cuando personalidades del mundo venían en dictadura a ser testigos de lo que pasaba en nuestro país.

Los fotógrafos se le abalanzan. Su traje, sus zapatos, su peinado, su collar de jade, tal como las mujeres mayas de su país, son un símbolo para el mundo. La casa central nos acoge y juega su rol al amparar la actividad en estos momentos complejos. El rector Ennio Vivaldi defiende la importancia de lo que es una universidad, y que justamente “es lo que se intenta disminuir desde hace algunas décadas”. Y por supuesto, de “los derechos humanos, quizás lo más importante en una universidad”.

“Soy bastante chaparra”, dice Rigoberta al comenzar, bromeando respecto a su altura. Entonces se para y así habla del calendario maya y del sagrado día en que nos encontramos, un día de sagrado fuego. “Una luz que brilla más allá de nuestros ojos y de nuestra fuerza”, dice. “Saludo a las energías de cada uno de ustedes, si incrementamos la energía personal, crece también la energía colectiva”.

De pie, se ve gigante.

Saluda también a las mujeres, los jóvenes y a sus hermanos de los pueblos indígenas, especialmente al pueblo mapuche. 

[caption id="attachment_322517" align="alignnone" width="1024"] Foto: Carlos Santos @carlossantosfoto[/caption]

“Le rindo homenaje a las víctimas”, expresa la premio Nobel de la Paz 1992, quien da cátedra de Derechos Humanos en la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM. Sabe de lo que está hablando. Un tema que afortunadamente las organizaciones de derechos humanos y sitios de memoria se han encargado de inculcar junto al nunca más, pese a que algunos sectores se quejaran de que “hasta cuándo con la misma cantinela”.

Los hechos recientes demuestran que habrá que seguir entonando la cantinela por siempre. 

“Venimos para expresar nuestra profunda solidaridad. Aquí, de antemano, somos víctimas del pasado, yo soy víctima del genocidio guatemalteco del pasado y no podemos permitir que vuelva a ocurrir”, explica a los asistentes, y se define como “activista social”.

Junto con dar los saludos de las organizaciones de derechos humanos de Guatemala y otras partes del mundo, cuenta que se ha levantado temprano para oír los medios de comunicación local. Está bien informada.

“Lamento mucho que la mayoría de los chilenos está endeudado. Si no se hacen reformas profundas, la crisis chilena va a tardar algunas décadas. Ojalá les salga la Asamblea Constituyente”, dice, y la audiencia estalla en aplausos. De ahí Rigoberta se levanta junto a Guillermo Whpei, presidente de la Fundación para la Democracia que la ha traído a Chile, para caminar hasta La Moneda.

Entregarán una carta en la oficina de partes para exigir, entre otras cosas, “detener inmediatamente la violencia policial y militar”.

Joan Turner, la viuda de Víctor Jara, toma a Rigoberta de un brazo, del otro va gente de su comitiva, formando una cadena humana. A Joan, a su vez, la toma del brazo y le lleva el bastón el realizador audiovisual Cristian Galaz, actual director de la Fundación Víctor Jara. Rápidamente la caminata se transforma en una pequeña marcha.

“Ninguna democracia se puede levantar sin terminar primero con tanta impunidad!”, gritan quienes acompañan a la defensora de derechos humanos.

Frente a La Moneda chocamos con el cerco policial. Las asistentes empapelan a insultos a los guardianes del orden. “Para eso te pago paco culiao. Devuelvan la plata”.

El grito de “asesinos, violadores” y otros epítetos, hacen peligrar nuestro ingreso. Pero levanto mi credencial piñufla, recién impresa, y por arte de magia, funciona. 

[caption id="attachment_322519" align="alignnone" width="1024"] Foto: Carlos Santos @carlossantosfoto[/caption]

Entre los compañeros de prensa distingo a un excolega de TeleSur que cuando fue a Venezuela a cubrir las protestas y la represión a los estudiantes, decía que a diferencia de Chile allá “los militares son los buenos”. Derechos humanos son derechos humanos, pienso; aquí y en la quebrada del ají, y lo saludo de lejos.  

“Estamos completamente indignados”, dice Rigoberta a la salida. Le preocupan en especial las denuncias de violación a niños, los disparos al rostro. “Eso quiere decir que el victimario estuvo muy encima, y dice mucho de la deshumanización de las fuerzas de seguridad”.

El enjambre de periodistas está encima de ella y no le da tregua. La pasan una bandera mapuche para que pose y luego se la quitan. A través de un micrófono saluda a los niños de la escuela que lleva su nombre, promete que volverá un día a comer con ellos.

Su teléfono suena.

“Sí, soy yo, soy Rigoberta, aquí estoy”.

Luego, con la sencillez que la caracteriza, se sienta a hablar en un pilar en la calle, afuera del Teatro Antonio Varas. 

[caption id="attachment_322523" align="alignnone" width="1024"] Foto: Carlos Santos @carlossantosfoto[/caption]

Un furgón blanco se la lleva a su hotel en la calle Serrano. Hasta allá nos dirigimos con Carlos para hacer las fotos. La puerta del hotel está bloqueada con un palo y las paredes del frente y de todo alrededor, tapizadas de graffitis, al igual que el 98% del centro de la ciudad. 

El furgón de la premio Nobel se tarda en llegar. En la espera nos cruzamos con los corresponsales del canal C5N de Buenos Aires. Están nerviosos, sienten que están perdiendo el tiempo con la larga espera para sacar la cuña a Rigoberta. Quieren ir a la fábrica Kayser, estar en las calles, registrar todo lo que puedan. Les preguntamos si antes les ha tocado cubrir algo así y no, no les había tocado algo tan importante como esto.

“Estar en Chile en estos momentos es un privilegio”, nos dice el periodista Mauro Fulco.

¿Irán a la marcha por la tarde?, ¿tienen máscaras?, preguntamos.

Se ríen. Con Carlos recordamos las marchas en su país, Venezuela, y el equipamientos de los fotógrafos de agencias internacionales: máscara antigases, chaleco antibalas, las letras de prensa muy grandes inscritas en el mismo chaleco, casco. No muy distinto de lo que se puede ver en las marchas hoy; falta el puro chaleco antibalas. 

Rigoberta Menchú pasa rauda por su hotel para irse a la sesión de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, pero se retira antes porque tiene un compromiso más importante. Luego aparece en la marcha, respirando lacrimógenas junto al pueblo chileno.

Es lo que ella quería: acompañar y estar cerca de los manifestantes, de las organizaciones, de esa “linda juventud”. Ya ha aguantado tanto, desde la desaparición forzada de su propia familia hasta observar crímenes de lesa humanidad en distintos países del mundo, que un poco más de lacrimógenas no le hará nada. Logran llegar hasta Plaza Italia antes que el zorrillo. Yo me pierdo en el camino, en medio de humo y  chorros de agua picante.

En casa veo que en su cuenta de Twitter el reportero argentino relata que a la llegada al hotel les daban agua con bicarbonato de bienvenida. Posterior a la marcha, ya en la noche, registra la barricada a unos pasos de su hotel, el mismo de Rigoberta. Se acaba este día de fuego en el calendario maya, y queda en la impronta como otra jornada histórica en que una premio Nobel marchó por la Alameda.

[caption id="attachment_322521" align="alignnone" width="1024"] Rigoberta Menchú marchando ayer en Santiago. Foto tomada de su cuenta de Facebook.[/caption]