Cuidado con “teletonizar” la marcha del millón
La movilización del viernes 25 de octubre, que fue llamada “la marcha más grande” por convocar a mucha gente y lograr más de un millón de personas en las calles de Santiago, es un hito en la historia reciente de Chile que nadie ha querido perderse, ni mucho menos cuestionar. Mientras una enorme cantidad de santiaguinos marchaba, tanto parlamentarios del oficialismo como el Presidente de la República, sin pudor alguno, decían aplaudir el acontecimiento, como si comulgaran con él. Querían sacar provecho inmediato de un proceso que recién comienza, con tal de relativizar su fuerza política.
Varios “rostros” televisivos destacaban la supuesta ausencia de banderas de partidos políticos. Hablaron de lo sucedido como si fuera el “broche de oro” de toda una semana, tratando de que asumiéramos que era el fin y que “había que volver a la normalidad”. Las autoridades repetían que ya escucharon, que así se hace, con paz y tranquilidad, como les gusta, y que hay que seguir hacia adelante y terminar de una vez por todas con el caos.
Es decir, quisieron “teletonizar” las demandas sociales. Quisieron transformar todo lo que está ocurriendo en algo tan “transversal”, que hasta el mandatario mostraba alegría con lo que realmente no le alegraba nada. Vieron la oportunidad para convertir a un millón de personas y sus reclamos en una marcha por la “unidad”, sin querer decir lo que saben: acá no hay un país unido tras una bonita causa, sino un país fracturado, con ciudadanos hastiados, unos más politizados que otros, que- sabiéndolo o no- están poniendo en duda las relaciones de poder y las normas no solo escritas, sino también las que no lo están.
Y es que eso es lo que ha ocurrido estos días. Como toda explosión en una sociedad de las características de la chilena, todo es claro y disperso a la vez. Las individualidades expresaron el colapso de una totalidad. Hay una conclusión, a veces expresa y a veces no tanto, de que hay algo que terminó; hay discusiones acerca no solo de los abusos, sino también de la manera en que nos relacionamos y cómo nos entendemos de aquí hacia adelante. Y la lógica de la Teletón no tiene ninguna cabida en este contexto, porque lo que se viene es incierto, maravillosamente desafiante, y no una campaña de blanqueamiento de grandes corporaciones a través de la despolitización televisiva.
A diferencia de lo que ven los medios, este no es un momento para “tirar para adelante” sin hacernos preguntas. No. Este parece más bien el momento exacto para replantear el contrato social y el protagonismo que debe tener el ciudadano y sus certezas en él. Y ahí no entra Don Francisco ni nadie parecido. Su llanto televisivo, al ver lo que estaba pasando, no solo era el de un chileno que no había previsto lo que pasaría, sino también la constatación pública de que su discurso había, por años, postergado el derrumbe de las estructuras, gracias a un relato de solidaridad comercial en el que lo único que ganaba era la hegemonía política y económica hoy puesta en duda no solo por quienes han padecido sus vicios, sino también por varios de quienes la han disfrutado.