Abrir la política para un verdadero pacto social
La mayor y más transversal protesta de los últimos 30 años desborda y enmudece a la política de matinal y de columna de domingo, y a un gobierno que lleva dos años empantanado en su propia incapacidad. Frente a los oráculos cortesanos que declaran el éxito del modelo, la revuelta de cientos de escolares por el alza del pasaje del transporte público gatilló un estallido social cuya magnitud señala un malestar profundo y extendido con la repartición de derechos y deberes en nuestra sociedad.
Descontento expresado en el apoyo ciudadano a los estudiantes secundarios en 2006, universitarios en 2011, más recientemente a las protestas feministas, del movimiento No + AFP y el inédito reconocimiento que adquirieron las demandas de libertad sexual, entre muchas otras, demandas todas que siguen sin encontrar espacio y representación en la política.
Esta revuelta marca el agotamiento de la utopía elitaria de hacer política sin sociedad. La política de la transición se construyó sin apostar a un genuino acuerdo social, en la ilusión de que era posible organizar y hacer funcionar una democracia sin abrir diálogo ni reconocer como legítimos los intereses de la gran mayoría de la sociedad. La fantasía de una democracia sin un verdadero pacto social.
Son décadas de privatización de la vida cotidiana. Neoliberalismo de moros y cristianos devoró la educación, la salud, el derecho a la vejez digna, olvidó a niños y mujeres, arrasó con los barrios y el medio ambiente, ¡se llevó hasta el agua! Un modelo de acumulación que fijó uno de sus pilares en la mercantilización de los aspectos más básicos y esenciales de la vida de las personas, y que terminó expropiando al individuo de la soberanía y control sobre su propia existencia.
La sordera e indolencia de la política frente a este malestar ha generado una aguda desconfianza en la ciudadanía, que ya no encuentra en las representaciones de izquierda y derecha que tiene ante sí contenidos relevantes para forjar su propia identidad. De ahí que la protesta la encabece una sociedad carente de representaciones política significativas, lo que incluye al Frente Amplio.
Esta coyuntura representa un desafío político mayúsculo. Quienes se manifiestan son hijos de medio siglo de neoliberalismo, socializados al calor de nuevas contradicciones, cuyos anhelos mezclan de forma novedosa e impredecible demandas por mayor autonomía individual y derechos sociales. Se trata de franjas sociales con una alta propensión a la movilización, pero que no tienen la experiencia, ni el hábito de asociarse ni organizarse.
Encarar este momento histórico implica abordar el proceso de mercantilización de la vida cotidiana y, de la mano de ello, enfrentar al empresariado rentista y las cúpulas políticas de ambas veredas que lucran con ello. Reclama, por tanto, pensar cursos de acción política que asuman una dimensión de disputa de modelo de desarrollo, lo que solo será posible superando la política como mejor oferta de administración -en que se ha encerrado el Frente Amplio-, que no ofrece más futuro que quedar a expensas de la decadencia de la Concertación.
En paralelo, la derecha se reorganiza y recurre a su más oscuro y añoso expediente. Parálisis del gobierno señala una falta de consenso interno, vacío frente al que parecen imponerse los sectores más reaccionarios y represivos. No es de extrañar el recurso a la sobre visibilización de la violencia, incluido el estímulo a la violencia, para deslegitiminar la protesta de la sociedad.
Por ello la crisis interpela a una defensa irrestricta de la democracia. Debemos contraponer la democracia a su violencia, y no caer en el juego de la “guerra” que están invocando. Ellos están apostando por la constricción de la política; nuestra tarea es ensancharla, hasta que tengan lugar las reformas que esperamos hace treinta años.
Situaciones como éstas tienen la posibilidad de ser parteras de un nuevo ciclo histórico. Se trata de la oportunidad que por décadas cerró la vieja Concertación, y que hoy la sociedad ha terminado por instalar. Sobre las nuevas fuerzas políticas descansa la responsabilidad de asumir la tarea histórica que esto representa, y ofrecer el liderazgo y conducción que permita transformar la fuerza expresada en las calles en la semilla de la que emerja un verdadero pacto para nuestra sociedad.