El Cacique Allende: La Unidad Popular como indiada
Al tiempo que Ecuador muestra el límite mortal del neoliberalismo, expone una resistencia india siempre porvenir. El instante en que las fuerzas se aprontan para un nuevo consenso de Washington capaz de arrasar a los pueblos nuevamente no con las dictaduras militares, tampoco con las transiciones pactadas, sino con las democracias carcomidas. Y es que, la estructura republicana sobre las que estructuró el Estado en América Latina ha sido enteramente carcomida por la razón neoliberal: en Chile, la “república” ha terminado convertida en una pieza de museo y la “deliberación política” una comedia reducida a la obscenidad del matinal.
Desde los 17 años de dictadura, pasando por la transición de los 90 hasta el actual escenario de “democracia carcomida” asistimos a tres momentos de la razón neoliberal: el primero, sólo impuesto por la violencia estatal; el segundo por el consenso cupular; el tercero por la intensificación neoliberal.
No se trata de una “crisis”, sino de la rearticulación de un proyecto político a partir de una sistemática penetración de la razón neoliberal al interior de las diversas instituciones de la república. Uso el término “penetración” para subrayar cómo es que la instalación de la razón neoliberal implica reeditar el viejo y siempre nuevo dispositivo “conquistador” de violación. Violación a las indias por parte del Imperio hispánico; violación a la potencia popular por parte del Estado conducido por la oligarquía chilensis, violación a la república después de 1973 por parte del Capital financiero que adquiere conciencia política en la razón neoliberal.
Violar significa marcar cuerpos con el sello de una guerra sin contemplaciones e incluso, no declarada: Imperio, Estado y Capital son tres nombres yuxtapuestos en el continuum de violencia en el que aún vivimos. No se trata de un país en “crisis” sino de un país desaparecido: no habrá más cuerpo de Chile, no habrá posibilidad alguna de rastrear su “anatomía”, porque no habrá muerte sobre la cual hacer autopsia, ni cadáveres que enterrar, sino el silencioso exterminio de un preciso trabajo de desaparición.
La oligarquía neoliberal de Chile se arropa en un partido único que impone sus prerrogativas, sea en la forma del progresismo o en la forma del conservadurismo. Un partido fundado por Pinochet cuya figura condensa al Imperio, Estado y Capital en un mismo uniforme, en un mismo juego. La oligarquía devora al país gracias a su organización partidaria, lo destroza en sus partes medulares para imponer la única lógica que conoce: el sacrificio y su estética de muerte. Pero, si el nuevo régimen del Capital no es más que el triunfo del antiguo régimen transmutado (el Imperio y el Estado), entonces la asonada neoliberal liderada por los Chicago Boys fue también la asonada orientada no sólo a detener, sino a hacer desaparecer de la faz de la tierra al rostro del indio.
Siempre se trató del indio. Que no cruzara la frontera, que no atormentara a los “hidalgos” con sus asonadas, que no permeara a los hijos con sus lenguas y sus corajes. La Unidad Popular fue exactamente eso: la experiencia del cruce, sobrevenida de la indiada sobre la pestilencia de la ilusión civilizatoria. Transfigurados en “upelientos”, los indios fueron más allá del Bio Bio y se apropiaron de las Alamedas. Y las hicieron grandes. Tan grandes que el pacto oligárquico cristalizado en la Constitución de 1925 fue enteramente excedido: cuerpos que jamás tuvieron lugar en dicho pacto, marchaban fieles al gobierno popular, cuerpos de miles upelientos que, en su transfiguración indígena, no hicieron más que abrazar intensamente a Allende como un nuevo cacique.