La única que habló sobre capitalismo en la ONU fue Greta Thunberg
Luego de que la activista sueca Greta Thunberg diera un emocionado discurso en la cumbre climática organizada por la ONU, las declaraciones a favor y en contra de lo que la niña dijo no se hicieron esperar. Aparecieron teorías conspirativas acerca del origen de los dineros con los que Greta viajaba, advirtiendo que era un instrumento para intereses oscuros; también hubo quienes miraban toda su retórica con algo de desdén intelectual, y por supuesto, no faltaron los que la desautorizaron por su condición de asperger. Todos hablaban de ella y lo que representaba o dejaba de representar.
Como es de esperar, que una menor de edad esté liderando un movimiento medioambiental es un hecho noticioso en sí mismo; su postura, su rostro extremadamente preocupado por algo que pareciera que sus mayores no entienden, sirve para llenar portadas de revistas y establecer el problema climático como una crisis generacional, entre los malvados mayores y los jóvenes extremadamente conscientes de no oscurecer más aún el futuro de la civilización. Es decir, se reduce lo que está en juego a un problema de conductas y no de ideología, que es tal vez en lo que estamos profundamente entrampados.
En televisión repetían, una y otra vez, las imágenes en que la menor casi al borde del llanto increpaba a estos grandotes líderes mundiales, los que prometían hacer algo al respecto sin hacerlo realmente. La furia de Thunberg era transmitida como la de una muchacha que había postergado su niñez por hacer algo que los mayores, quienes se supone deberían estar haciendo estas cosas, no estaban haciendo. Pero, ¿y si no quieren ni pueden hacerlo? ¿Si acaso no es una opción real hacer algo no solo porque no se quiera, sino porque no saben hacer las cosas de otra forma? Esto nos llevaría a preguntarnos otra cosa que no se rescata lo suficiente en la discusión medioambiental, y es: ¿qué hacemos con el capitalismo?
A diferencia de lo que se cree, Greta lo plantea, tal vez someramente, pero es la única que lo ha hecho. Ella, desde su perspectiva infantil sobre el bien y el mal, identificó sin quererlo una lógica perversa, que es la conexión entre el crecimiento excesivo y daño del planeta. Lo hizo-de nuevo- centrándose en “conductas”, como si el problema no fuera la manera en que estas conductas son direccionadas por un relato ideológico.
Y es que lo más curioso de lo que está sucediendo en Nueva York, es que hay una cumbre sobre los estragos que está dejando en el planeta el triunfo del capitalismo, pero nadie se pregunta por el capitalismo; muchos hablan de regulaciones, de disminución de impacto, pero nadie se cuestiona la razón por la que realmente ese impacto ambiental sucede. Y esto pasa porque ya no hay alternativa, es lo que tenemos, ya no hay más opciones, no hay propuestas, no hay visiones antagonistas acerca del modelo económico, y la prueba es que la principal guerra de estos días es una de aranceles entre dos gigantes potencias mundiales.
¿Qué se hace con la falta de debates reales en torno al principal tema que afecta al planeta? Lo más sensato sería romper con este interminable debate político en el que todos están de acuerdo con terminar con la crisis medioambiental, pero nadie quiere solucionarla realmente, porque eso implica cambiar radicalmente ciertas lógicas. Ya que lo único radical esta semana, fue el discurso de una niña chica que, sin identificar el problema, se quiso acercar más a él que quienes podrían hacerlo.