La gran mentira de José Antonio Kast y el insondable vacío que esconde #PanamáJAK
Estamos acostumbrados a las mentiras de José Antonio Kast. El hombre ha basado su aventura política haciéndose la víctima de escándalos provocados por sí mismo, ventilando rumores sin ninguna vergüenza, así crece y hace feliz a su público; pero hoy ha dicho una mentira que el país no debe dejar pasar. Porque ya no se trata de inventar que Bachelet traficaba haitianos. Se trata de la forma en que un político considerado nacionalista ha construido la fortuna que supuestamente le da libertad para no deberle nada a nadie.
Kast ha dicho en televisión, luego del profundo reportaje de La Tercera que devela su participación en tres empresas creadas en Panamá para controlar las firmas chilenas de la familia y los negocios en el extranjero, que no declaró esas propiedades porque “uno no puede declarar lo que no existe”. Esta es la mayor mentira que un aspirante a La Moneda haya dicho: porque ya no se trata de maquillar la realidad, de esquivar comportamientos anti éticos usando la legalidad como escudo -el estilo Piñera-, se trata de negar la realidad. ¿Hasta cuando aguantará el rostro circunspecto de Kast el rechazo a lo real? ¿En qué momento su negación de lo concreto dará paso al ridículo? Es algo que ni siquiera él sabe, porque es la primera vez que le toca enfrentarse a sí mismo y no a los enemigos inflados que son el alimento de su personaje. Es la primera vez que el escándalo del que se beneficia no lo encuentra como víctima, sino como responsable.
Luego de la mentira sostenida por Kast en el matinal Bienvenidos, La Tercera debió publicar los papeles de las escrituras, con firma notarial, que lo acreditan a él -entonces diputado de la República que por esos días se negaba a la pastilla del día después para las mujeres chilenas- como el único dueño, junto a su hermano, de la tres sociedades con que este político se enriquecía en base a negocios alimentarios e inmobiliarios. Kast ha quedado al descubierto, pero ¿aceptará la evidencia de la realidad? Bien podría no hacerlo, lo que a la vez se podría constituir en su propia trampa, pues, la negación definitiva de lo existente lo pondría a habitar en una fantasía de la que le costaría un mundo salir de cara a una elección presidencial, en un contexto en el que hasta sus socios naturales hacia la obtención de un gobierno -La UDI- apuntan que su validez política es insostenible. Kast, al no hacerse cargo de su historia, está jugando con el fuego que jamás imaginó. Hoy la mentira, la cultura de las fake news, por primera vez no están a su favor, no impulsan su expansión, sino que son su techo. Feliz podría estar, confiado en que sus devotos fieles no cambiaran su adhesión ante esta bomba noticiosa, pero preocupado debería estar ante el bloqueo que sufre su nombre entre los chilenos moderados, juiciosos y sensibles a la mentira que necesita para llegar más alto.
Pero más allá de esta deliberada mentira, que es también un atentado a la validez del trabajo del periodismo de investigación, hay un universo de dudas que quedan sembradas entre la ciudadanía. Las sociedades offshore en Panamá se han usado durante décadas, desde todo el mundo, para conseguir ventajas fiscales: el no pago de impuestos sobre las ganancias del capital, el no pago de impuestos sobre la renta; y hasta el ocultamiento de negocios ilegales. Es aquí en que surge la interpelación hacia la impronta nacionalista del dirigente derechista ¿Cómo podemos saber que no ha habido flujo de dinero de Chile hacia Panamá para ahorrar impuestos acá? ¿tiene cómo comprobarlo, el señor Kast, o debemos confiar en su palabra, ya descubierta en la mentira? es, a lo menos, sospechoso, mientras no muestre documentos que lo justifiquen en su respuesta. Cuando los muestre, será un alivio incluso para sus seguidores más acérrimos, que hoy están desnudos ante las burlas que sufren cuando les piden que cambien su bandera patriótica de redes sociales por la centroamericana.
Kast, que dice que se deshizo de su propiedad panameña, hoy cuenta con un patrimonio de más de cuatro mil millones de pesos, con el que financiaría su actividad política sin deberle nada a nadie, como ha dicho. Pero lo cierto es que con su mentira sobre la inexistencia de su nombre en las sociedades creadas en Panamá -sociedades de las que nace su riqueza-, con la insolvencia de su versión sobre el no envío de dineros de Chile a Panamá para no pagar impuestos, y con su poca convincente respuesta sobre la venta o cesión de sus acciones panameñas -en cuanto a detalles de modalidad, plazo y receptor-, sí está debiendo: primero le está debiendo verdad y ética a un país al que jamás le declaró -ni como diputado ni como presidenciable- la existencia de sus negocios en el paraíso fiscal de Panamá; segundo, le está debiendo consistencia discursiva y ética a sus seguidores que diariamente se enfrentan al mundo defendiéndolo de supuestos ataques coordinados por el planeta marxista; y tercero, está debiendo a su sector, la derecha chilena, la competitividad de su carta en los próximos comicios parlamentarios y presidenciables, porque será difícil cohesionarse en dos años más si hoy Jacqueline Van Rysselberghe dice que “una situación similar le costó la candidatura a Golborne”, y JAK pide en portada de La Segunda que también investiguen a Joaquín Lavín. Hay un quiebre que asoma como definitivo. En síntesis, su negación de la realidad y el rechazo a hacerse cargo de lo que se ha descubierto está generando puro daño, y del irreparable.
Hace un tiempo escribí que no volvería a escribir sobre JAK. Pero hoy no se trata de reaccionar o no a la difusión de sus palabras para funcionar como eco de su publicidad. Hoy se trata de alumbrar un vacío que demuestra la calidad ética y política de un personaje que por primera vez no se beneficia de la amplitud que alcanza su voz de falsedad planificada.