Mimesis y desarticulación

Mimesis y desarticulación

Por: Miguel Valderrama | 15.08.2019
Decíamos, a propósito de la pregunta ¿se puede pensar la política?, que pensar la política hoy es entrar necesariamente en la imagen de su acabamiento. La pregunta que Villalobos-Ruminott parece legarnos en el seminario es si en este tiempo a-principial, en el tiempo de una época sin época, es posible todavía preguntarnos por la posibilidad de pensar la política. ¿Qué hacer con esta pregunta en el final de la metafísica? ¿Se puede pensar la política en el final de la metafísica? Dos preguntas contenidas en una. Dos preguntas sobre la posibilidad: de la historia, de la política. Dos preguntas que en la imagen de su acabamiento tienden a desdoblarse la una en la otra, la una en otra, bajo los juegos de la semejanza, la mimesis, el doble, y la alteridad.

¿Se puede pensar la política? La pregunta que Alain Badiou se hiciera a mediados de los años ochenta del siglo pasado, a propósito de la crisis del marxismo, de aquello que en esos años se presentaba como la necesidad de un cierto despliegue, de completar esa crisis para entrar en la imagen de su acabamiento, es una pregunta que el marchitamiento del marxismo ha legado a todo pensamiento presente de la política[1]. Hoy pensar la política es entrar en la imagen de su acabamiento. De modo que la pregunta por la política es una pregunta por las figuras de su extinción, por las formas en que asistimos a lo que se ha dado en llamar el retraimiento, la retirada o la ausencia de la política. El prefijo post, o si se prefiere, las formas sincategoremáticas son las que hoy predominan al momento de pensar ese vacío o ese retraimiento. Pero, qué es lo que se retira en esta retirada de la política, qué es lo que se busca pensar bajo las formas del retraimiento, de la desistencia, del vacío o del nihilismo. El advenimiento histórico y nacional de una retirada de la política, que aquí podemos identificar genéricamente con el marchitamiento del marxismo, obliga a interrogar con insistencia todas estas figuras que se identifican con las formas del retraimiento, que buscan aprehender esa imagen de la retirada, de la renuncia, de la sustracción. Pensar esa interrogación demanda, sin embargo, pensar el mismo reparto en que esas figuras se presentan como lo más propio de la política, como aquello que la presenta y divide en la lógica del Uno y del Dos, que la da a leer según oposiciones y distinciones que la computan en una dialéctica del original y el doble, del antecedente y el consecuente, haciendo de la política una mímica y una mimesis, perdiéndola en oposiciones tales como lo social y lo político, lo político y la política, la política y la policía. Pues, la propia pregunta por la política no debe desatender o descuidar el hecho de que ella presupone el objeto de su pensamiento, que de algún modo se lo da ya a sí misma en el movimiento de la interrogación. Esta cuestión, la cuestión de la cuestión, anticipa o anuncia una verdad sobre la pregunta misma, verdad que nos advierte que en toda pregunta se despliega una cierta proyección del sujeto, un proyecto, una protección, acaso un proyectil. A su amparo se constituye un tema, un sujeto, un lugar, un orden de visibilidad infinito que se recorta sobre los límites finitos de su definición, que se organiza sobre un campo de visibilidad que no recae sobre el objeto, sino sobre la vista misma, sobre aquello que se adelanta en la pregunta como cuestión no del objeto, sino del ver, del ver mismo como forma o relación.

Ahora bien, que es aquello que se adelanta o se sustrae en la pregunta por un pensamiento de la política, en la pregunta por la posibilidad, la potencia o el poderío del pensamiento. La crisis del marxismo, su marchitamiento, nos lega la imagen histórica del acabamiento, nos obliga a pensar la política bajo el signo de su clausura o de su fin. La palabra “clausura”, como la palabra “fin”, indican en primer lugar el acabamiento de un programa y la coacción de una programación[2]. ¿Acaso esta clausura nos abre a la posibilidad de un pensamiento de la política, acaso ella nos revela en el vacío que deja la retirada de la política una homología estructural entre filosofía y política, entre el pensar y lo pensado, entre teoría y práctica? Soy sensible a la impaciencia que puede provocar en la audiencia este tipo de cuestionamientos, pues advierto que el propio preguntar puede presentarse como un escudo, como un resguardo, como una protección, al mismo tiempo que un obstáculo, algo que se pone delante del sujeto y que da lugar a un impasse, pero también a un rodeo, a un asedio, a un trabajo de reflexión sobre el objeto. El mismo vocablo “reflexión” puede aprenderse aquí como un memorial, como un envío mimético del sujeto, como una relación de sí a sí. La pregunta por la política, y más precisamente la cuestión de si se puede pensar la política, nos lleva a interrogar, en otras palabras, aquello que pensamos o imaginamos como política, nos obliga a no tomar por seguro esa actividad, pasaje, o interrupción que designamos con la palabra política. Pues, no es seguro que haya claridad respecto a las figuras que se nombran bajo la acción del retraimiento y la retirada. ¿Qué es lo que se retira o sustrae? ¿Un determinado pensamiento de la infinitud o la trascendencia? ¿Una idea de otredad o alteridad? ¿Un pensamiento de la comunidad o de lo común? ¿Qué subyace a esta retirada o retraimiento de la política? ¿Un determinado pensamiento del lazo o la relación? ¿Un pensamiento del “hay” del acontecimiento?

Como se puede advertir, la cosa en disputa, aquello que constituye la cuestión de la cuestión, no se da sin un cierto reparto, sin una decisión que compromete al sujeto de la pregunta.

La desarticulación. Epocalidad, hegemonía e historicidad, de Sergio Villalobos-Ruminott se compromete de lleno en estas cuestiones. Bajo la forma del Seminario, de una exposición en voz alta que adelanta un trabajo de pensamiento, Villalobos-Ruminott arriesga una respuesta a la pregunta por la política en el momento de su retraimiento. Diría que esa respuesta sitúa la política en el orden de la relación, y más precisamente, piensa la política a partir de cierta frontera o problemática heredada de la crisis del marxismo. En este sentido, se puede observar en el título que da lugar al seminario, y posteriormente al libro, una definición negativa de la política, una especie de envío mimético que presenta como equivalentes, o bajo una homología estructural, política, hegemonía y articulación. La política, modernamente entendida, es hegemonía, es pensamiento de la relación, es articulación. Para Villalobos-Ruminott la verdad de la política parece jugarse en el orden de la relación, del lazo social. Su problema es menos el “hay” del acontecimiento, es menos el real sobre el que se precipita toda relación, que la relación misma. Si pensamos la relación en el momento de su retraimiento, si la pensamos bajo las figuras de la retirada de la política, ahí donde esa retirada nombra la extenuación de formas históricas de estar-en-común, y con ello de formas históricas de lo común, de la comunidad y del comunismo, tendríamos que aceptar que uno de los nombres con que nombrar o caracterizar esta retirada es el de la “desarticulación”. En este sentido, y como afirma el mismo Villalobos-Ruminott, desarticulación es otro nombre para hegemonías rotas[3].

En tanto “noción descriptiva que intenta nombrar una serie de procesos de crisis, agotamiento y desactivación de la arquitectura conceptual moderna”[4], la desarticulación apunta a un interregno, a una cierta suspensión de lo que se denomina “la lógica progresiva del relato sobre la historia”. Esta suspensión de la ficción histórica es presentada bajo la forma del agotamiento de la filosofía de la historia del capital. Lo que no impide, por cierto, inscribir la desarticulación bajo los signos de la epocalidad, la hegemonía y la historicidad. Esta inscripción viene dada por la propia naturaleza descriptiva de la noción de desarticulación, que la obliga a un trabajo de historización radical. La vieja consigna jamesoniana voceada en tiempos de crisis del marxismo, vuelve ahora como imperativo de lectura de la desarticulación. Pero, cómo puede ser de otro modo, cómo desleer la política como hegemonía, como práctica articulatoria, sin recurrir a un cierto “exterior”, a un metacontexto que dé lugar al trabajo de contextualización, que informe la operación descriptiva inscrita en la noción de desarticulación. Si lo que con la política emprende una retirada es, al mismo tiempo que la figura narrativa y lineal de la novela, la ficción de una medida, la idea de que el lugar social es mensurable en el pensamiento según la norma de la ficción historiadora, cómo aprehender filosóficamente ese nudo donde lectura e historia se encuentran, cómo desanudar el nudo de la ficción historiadora como ficción política. O, en otras palabras, quizás más atentas a las referencias que animan el seminario sobre la desarticulación, cómo desactivar o interrumpir ese dispositivo ficcional que bajo el nombre de historia o metafísica refiere la acción a un principio al que puedan referirse las palabras, las cosas, las acciones. Principio que tendría, a un tiempo, valor de fundamento, de comienzo, de mandamiento. Siguiendo la lógica de este razonamiento, no solo aparece como problemática la tesis que advierte que en cada era de la historia los principios epocales ordenaban los pensamientos y las acciones, sino que la propia comprensión del siglo veinte, como una época en la que se agota la derivación de la praxis a partir de la teoría, termina por revelarse aún sujeta a la semántica de una ficción histórica poblada de épocas, eones, periodos y ciclos.

Si como afirma Willy Thayer, “la época no va más”[5], si nociones como lo actual, la actualidad, lo contemporáneo, la epocalidad o la historicidad, exigen un trabajo de desleimiento, de desnarrativización continua, cómo pensar entonces el momento de la desarticulación, como aprehender aquello que despunta sin orden ni principio, sin trascendencia ni trascendentalidad, en la singularidad de un acontecimiento.

Advierto en este orden de cosas una diferencia de lectura que interrogada en aquello que hemos dado en llamar la cuestión de la cuestión —los límites o fronteras de la problemática de la desarticulación—, nos llevaría a repasar una vez más lecturas comunes en torno a Patricio Marchant, la catástrofe, o la escena de las artes visuales. Lecturas comunes a una escena chilena que ha pensado ese orden de cuestiones a través de una interrogación extenuante y extenuada en torno a la crisis de la representación, a esa escena o arquitectura que se constituye a partir de las figuras de la crisis y de la crítica, de la distancia y la complicidad, del límite y la ilimitación, del aferramiento y la singularidad. La desarticulación, en este sentido, al igual que Soberanías en suspenso,[6] el primer libro de Villalobos-Ruminott, es un libro familiar e infamiliar a la vez, un libro que hace entrar a la “escena chilena” en la imagen de su acabamiento, que nos obliga a pensar la política bajo la figura de la retracción o de la retirada. Desarticulación, ya lo hemos indicado, es el nombre que Villalobos-Ruminott da a ese retraimiento de la política, retraimiento que más comúnmente se describe en la lengua de los tiempos bajo los clichés de la “postpolítica” o la “postdemocracia”. Algo ha cambiado, es cierto, vivimos lo que con Antonio Gramsci se puede caracterizar como un interregno, como un tiempo de claroscuros, un tiempo sin tiempo. Habitamos en la noche del después, en el después del después, y en esa noche necesitamos orientarnos, mantenernos en vela y en velación. Esa noche del mundo ya no es la noche de la historia, ya no se organiza según el paciente trabajo negativo del espíritu, ya no puede ser aprehendida según una elaboración del trabajo del  duelo llamada “normal”.

Al identificar la política con la relación, al buscar hacer el duelo de la relación aprehendida bajo la intimación de la hegemonía, al identificar política y articulación, Villalobos-Ruminott se ve en la necesidad de pensar esa elaboración según las modalidades del duelo cumplido; es más, la propia declinación de la desarticulación en las nociones tumbales de epocalidad e historicidad suponen ya ese trabajo de separación y reunión, de inscripción y delimitación (formas propias de una filosofía de la historia que se identifica con un régimen de historicidad que cabría identificar con la modernidad). Nunca se sale de casa, es sabido, siempre se habita en su umbral a fuerza de vivirse en ella como un exote,  imagen huidiza que W. Thayer ha movilizado recientemente como una clave de lectura de las aeropostales dittbornianas y la filmografía de Raúl Ruiz[7]. Esa condición de cercanía y extrañamiento obliga a leer el seminario La desarticulación en un contexto más amplio, en la traza de lo que podría identificarse con las disputas de campo de un latinoamericanismo de segundo orden, o más precisamente, de un proyecto intelectual que cabe describir en el seno de la infrapolítica y de la posthegemonía. Como se ve los elementos prefigurales dominan la caracterización de este tiempo, determinándolo como un tiempo sincategoremático, prefigural. Como se ve, estos mismos elementos terminan por exhibir la enseñanza del seminario según un movimiento parergonal que la sitúa dentro y fuera de la “escena chilena”, en casa y fuera de ella, en ese límite o umbral que hace de La desarticulación la prolongación de una cripta en el campo del latinoamericanismo, especie de perífrasis hiperbólica de un cierto fin del duelo del duelo ya anunciado en Tercer espacio de Alberto Moreiras[8]. En este sentido, las partículas infra-, des-, post- dan lugar a una elaboración del duelo del duelo que bien puede ser presentada como una manera parergonal de habitar instituciones fallidas, hegemonías rotas, según la expresión  schürmanniana que retoma Villalobos-Ruminott a lo largo de todo el seminario.

Y sin embargo, sería injusto con toda la complejidad que el seminario de la desarticulación despliega, y sobre todo con esas dos secciones que en el libro se presentan bajo los títulos de “Hegemonía y anarquía” y “Deconstrucción e historicidad”, si no advirtiera que la cuestión de la desarticulación está pensada fundamentalmente para interrumpir “la relación determinativa entre teoría y práctica, entre filosofía e historia”[9]. La desarticulación es ante todo “una noción apta para pensar la sintomatología de una crisis generalizada”. Definida así nos mantenemos a un nivel descriptivo del concepto, y en tanto tal, la noción de desarticulación puede ser presentada como una categoría historiográfica. El primer capítulo del libro, que lleva justamente por título la expresión “La desarticulación”, puede describirse como la construcción de un verosímil, de un verosímil del tiempo histórico. Las secciones que informan este primer capítulo así parecen indicarlo: soberanías en suspenso, la cuestión de la catástrofe, devastación sacrificial, mundia-latinización, equivalencia y nihilismo. Estas secciones, en tanto muestran el agotamiento de la serie de esquemas y marcos conceptuales con los que habitualmente pensamos la historia y sus procesos, pueden leerse como modos de “habitar el momento mismo de la dislocación”. La observación domiciliaria es de Villalobos-Ruminott y da cuenta de esta primera dimensión de la noción de desarticulación. No obstante la dimensión “sismográfica” o “descriptiva” que acusa la introducción del vocablo, éste está lejos de agotarse en el campo semántico de un vocabulario o una noción de orden historiográfico. Pues, si bien la palabra desarticulación parece apuntar a la singularidad de un tiempo para el cual no son suficientes las categorías habituales que constituyen el entramado conceptual de la filosofía y la historia, esta referencia historiográfica a la historia es solo el pretexto o el punto de partida para introducir retraducida una problemática de raíz schurmanianna. Parafraseando la paráfrasis que Villalobos-Ruminott nos presenta de la cuestión, se podría decir que habitar el agotamiento fáctico de la soberanía es también un modo de resistir la tentación de transitar a un nuevo —más moderno— idioma metafísico, a una nueva institución categorial. Ya la pensemos como interrupción o arruinamiento, ya recurramos a nociones tales como a-principialidad, desistencia, interregno, an-arquía, o crisis de la epocalidad, nuestra posición es siempre una posición postrera, póstuma, epigonal en el momento del agotamiento fáctico de la historia como historia principial.

En la singularidad de un momento así, en ese tiempo del después, del después del después, cabe entonces preguntar ¿qué hacer?, “¿qué hacer al final de la metafísica?”[10].

Esta pregunta es la pregunta central que Villalobos-Ruminott parece heredar de Reiner Schürmann. Pregunta central no solo porque en ella busca concentrar toda la empresa schürmanniana, sino porque le permite pensar la desarticulación como posibilidad. En un pasaje del seminario donde puede decirse que toda la argumentación se precipita de un modo absoluto, se nos dice que la “articulación es un nombre que apunta a un espacio otro que el espacio de la onto-política, que el espacio de la excepcionalidad y de la promesa vacía, y como tal, es solo un nombre, una posibilidad, y no una categoría que pueda ser claramente determinada e instrumentalizada en beneficio de algún concepto convencional de lo político, concepto que no puede sino estar abastecido por una comprensión historicista de la historia. Como posibilidad, no se puede confundir con ninguna noción fundacional de lo ‘nuevo’, con ninguna apelación al ’fin’, con ninguna noción de ‘ruptura’, ‘quiebre’ o incluso ‘realización”[11]. Aquello que la desarticulación pone en juego es la relación misma de lo que se puede pensar en el llamado “fin de la metafísica” sin caer en la “metafísica del fin”. Esta afirmación debe leerse como una especie de advertencia conceptual, como un reparo metaepistemológico realizado contra todo intento de pensar la noción de desarticulación como una noción epistemológica, ya inscrita en una problemática de la relación, del correlacionismo, de la referencia. En tanto posibilidad, la desarticulación es ante todo suspensión de la problemática correlacionista y suspensión de la relación en todas y cada una de sus manifestaciones. En términos estratégicos, de aquello “que [se] quiere poner en juego”[12], la desarticulación apunta o busca intervenir en el orden de la historia y de la política. Uno y otro concepto, una y otra “realidad”, son leídos en una especie de double bind, en una relación imposible que cabría caracterizar quizás como aporética, sin salida. Y nuevamente, sin embargo, pareciera que la noción de desarticulación no tiene otra finalidad que la de pensar juntas una y otra realidad, uno y otro concepto. La trayectoria de enseñanza del seminario, lo que podríamos denominar su natural inclinación, puede ser referida aquí como testimonio de una cierta desinencia (si se me permite la expresión), de un modo indudable de marcar o determinar esa posibilidad que es la desarticulación. En efecto, todo el movimiento especulativo del seminario parece apuntar en última instancia a la política, a aquello que en el seminario, y en el libro, se da a conocer bajo los términos de infrapolítica y post-hegemonía[13]. “Hemos llegado al último día”, dice Villalobos-Ruminott, después de “un recorrido complejo y agotador” que comenzó por “plantear el contexto en el que emergen las preguntas que hemos ido desarrollando, particularmente en lo referente a un cierto desencanto con los procesos transicionales y un cierto desengaño con respecto a sus lógicas discursivas”[14]. De la historia a la política, del problema de la historia al problema de la política. O, más precisamente, de las relaciones de la desarticulación con la posthegemonía, de los modos de pensar esa doble no relación en la relación.

Decíamos, a propósito de la pregunta ¿se puede pensar la política?, que pensar la política hoy es entrar necesariamente en la imagen de su acabamiento. La pregunta que Villalobos-Ruminott parece legarnos en el seminario es si en este tiempo a-principial, en el tiempo de una época sin época, es posible todavía preguntarnos por la posibilidad de pensar la política. ¿Qué hacer con esta pregunta en el final de la metafísica? ¿Se puede pensar la política en el final de la metafísica? Dos preguntas contenidas en una. Dos preguntas sobre la posibilidad: de la historia, de la política. Dos preguntas que en la imagen de su acabamiento tienden a desdoblarse la una en la otra, la una en otra, bajo los juegos de la semejanza, la mimesis, el doble, y la alteridad. Juegos que se sostienen en elementos prefigurales, que se apoyan en figuras parergonales al momento de “poner el cuerpo a danzar en el abismo de una escritura constituida en la inmanencia radical de su posibilidad”[15]. De alguna manera, ambas preguntas interrogan la relación, ahí donde la relación es siempre un pensamiento de la mimesis, de la anterioridad y la secundariedad, de la presencia y la representación. Hay mimesis en la historia cuando esta se nombra a sí misma, hay mimesis en política cuando esta deviene imagen y relación.

La desarticulación, el libro, la noción, este “momento singular”, no parecen escapar a la economía mimética de la historia. Del mismo modo que el vocablo desarticulación no parece escapar a la mimesis de la hegemonía cuando esta es pensada como articulación, como relación. Si la lógica hegemónica es capaz de acoger a la mimesis, esto ocurre porque ella misma es también mimesis y su discurso pertenece al ámbito de la imago, del fantasma, de la imaginación, de la relación.

La grandeza del libro de Villalobos-Ruminott es que nos obliga a pensar juntas mimesis y desarticulación.

[1] Alain Babiou, Peut-on penser la politique?, Paris, Seuil. 1985.

[2] Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, “Le ‘retrait’ du politique”, Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy (eds.), Le Retrait du politique, Paris, Galilée, 1983, pp. 183-200.

[3] Sergio Villalobos-Ruminott, “Introducción”, La desarticulación. Epocalidad, hegemonía e historicidad, Santiago de Chile, Ediciones Macul, 2019, pp. 13-50 [p. 20].

[4] Ibíd., p. 13.

[5] Willy Thayer, “Para un concepto heterocrónico de lo contemporáneo”, en Miguel Valderrama (ed.), ¿Qué es lo contemporáneo? Actualidad, tiempo histórico, utopías del presente, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Finis Terrae, pp. 13-25.

[6] Sergio Villalobos-Ruminott, Soberanías en suspenso. Imaginación y violencia en América Latina, Buenos Aires, La Cebra, 2013.

[7] Willy Thayer, Exote, Santiago de Chile, Palinodia, 2019.

[8] Alberto Moreiras, Tercer espacio: Literatura y duelo en América Latina, Santiago de Chile, Universidad ARCIS/lom Ediciones, 1999.

[9] Sergio Villalobos-Ruminott, “La desarticulación”, La desarticulación, op. cit., pp. 13-53 [p. 15].

[10] Ibíd., p. 71.

[11] Ibíd., p. 157.

[12] Ibíd., p. 157.

[13] Para una lectura general de la infrapolítica y de la posthegemonía, véase, Papel Máquina, núm. 10, Santiago de Chile, 2016. Número dedicado al trabajo de Alberto Moreiras y la infrapolítica.

[14] Sergio Villalobos-Ruminott, “Infrapolítica y post-hegemonía”, La desarticulación, op. cit., p. 175.

[15] Ibíd., p. 193.