El paro docente y la urgencia de reconstruir movimiento pedagógico
Asumir que la organización y la lucha es el camino para mejorar las condiciones de trabajo, construir una nueva escuela, un nuevo sistema educativo y sociedad, supone tener presente el contexto en el cual nos desenvolvemos; solo desde ahí es posible comprender los alcances y límites de lo que se realiza.
En este sentido cabe preguntarse, ¿en qué marco se desplegó el paro docente? y ¿qué debemos proyectar desde ella?
Partamos reconociendo que recién en los últimos años se ha reinstalado, en el panorama nacional, que la educación sea un derecho. Como chilenas/os pudimos ser testigos de las grandes movilizaciones nacionales de las/os secundarias/os el año 2006 y de las/os universitarias/os el 2011. Con ellas se inició un ciclo de movilizaciones que por primera vez, después de los años 80’, cuestionó radicalmente la educación de mercado. Las y los profesores de Chile hemos agregado a este ciclo las históricas movilizaciones del año 2014/2015-2019.
Hoy, cuatro años después, nos encontramos con un nuevo escenario de movilización que cuestiona el mercado educativo. Nuestra lucha, por tanto, forma parte de un proceso mucho mayor y de gran complejidad, (¡40 años de políticas neoliberales ininterrumpidas no se terminan de un día para otro!) orientado a restituir la educación como un derecho social, cuestión que supone condiciones dignas de trabajo para el profesorado.
No es la primera vez que el gremio se enfrenta a Piñera; en su anterior administración se generó una frustrada mesa de conversación entre éste y el Colegio, por entonces dirigido por Jaime Gajardo. El gobierno impuso una ley que aumentó las causales de despido en el mundo docente (Ley Lavín).
En este marco estructural de fondo que opera como camisa de fuerza nos hemos levantado como magisterio.
Con este gran paro docente se marcó una ruta dentro de un camino mayor. Hoy se logró instalar una mirada y crítica estructural ante un sistema educativo segregador, mercantil y con lógicas privatizadoras de administración. Durante más de un mes de movilizaciones se escucharon cánticos, consignas y gritos que apuntaban al neoliberalismo en la educación, a la ideología dominante detrás del currículum, a la discriminación machista dentro de la estructura salarial de las y los trabajadoras/es y a la necesidad de reconstruir, de una vez por todas, la Educación Pública que nuestro pueblo merece.
Una Educación Pública desmantelada por la elite política y económica devota del neoliberalismo que no dudó en mantener e incluso profundizar los pilares del sistema educativo impuestos por la dictadura: sostenedores, financiamiento a las escuelas vía subvención por asistencia de alumnos, libertad de abrir establecimientos a privados subvencionados por el Estado con posibilidad de lucrar con dichos recursos, por solo mencionar algunas medidas privatizadoras que asfixiaron a la Educación Pública que atiende a los/as estudiantes más vulnerables del país.
En esta paralización se sembró una primera semilla para volver a la lucha por demandas estructurales que vayan en la senda clara de construir un movimiento social por la reconstrucción de la Educación Pública, dentro de la cual cabe repensar el financiamiento, el currículum, los sistemas de evaluación y la democracia en nuestras escuelas.
La madre de todas las batallas es levantar un nuevo proyecto educacional por la vía de Reconstruir el Movimiento Pedagógico en Chile, y ello requiere el desarrollo histórico de un movimiento docente que actúa con inteligencia colectiva y que se perfila en alianza con la clase trabajadora. Este es el principal desafío del período que se abre.
El objetivo estratégico del Movimiento Pedagógico es la construcción de un proyecto educacional para un nuevo Chile y su consiguiente proyecto de desarrollo.
Reconstruir el Movimiento Pedagógico en Chile significa recuperar el proyecto público de profesionalidad construido por el profesorado durante el siglo XX, asociado a la capacidad de organizar su resistencia no solo a través de la respuesta inmediata en una determinada coyuntura (como puede ser una paralización), sino por medio de la auto organización donde los/as docentes, construyen y reconstruyen permanentemente un poder colectivo que le es propio, a través de la sistematización de sus saberes de experiencia pedagógica, y generando acción transformadora. Ello, requiere recuperar el poder de la voz de la profesor/a, entendida como la capacidad de “auto representación”, hablando de educación y evitando ser suplantado por los “expertos” de la educación. Tras los modos de organización de un Movimiento Pedagógico hay una búsqueda de identidad tanto individual como colectiva, asumiéndose como un/a trabajador/a asalariado/a que, a la vez, es pedagogo/a, pensante y deliberante. Las y los docentes ganan, en este proceso, su derecho a transformar el proceso pedagógico, transformando su propia práctica, entendiéndose como trabajadores de la cultura, en un proceso de recuperación y creación de una nueva cultura y sociedad.
El concepto de Movimiento Pedagógico es recreado y dado a conocer por el Colegio de Profesores hacia fines de la década de los noventa, en el Primer Congreso Nacional de Educación de 1997. En dicha ocasión, la organización, respondiendo al mandato de las bases del Magisterio, creó un Movimiento Pedagógico para el magisterio. A través de este se recuperaba el protagonismo de las y los docentes en el fortalecimiento de la educación pública, señalando, explícitamente, que este dependía de una capacidad de lucha y negociación no sólo en el plano reivindicativo laboral sino también en el plano educativo pedagógico. De esta manera, se concluía que, para ello, debía construirse un pensamiento educativo-pedagógico, que además de reposicionar la importancia de la tarea de la enseñanza, relevara al magisterio nacional como interlocutor válido en el debate y en la implementación de políticas educativas.
Junto con ello, se recuperaba una larga historia de experiencias organizativas en que los saberes y prácticas docentes tensionaron, no una, sino varias veces, el marco regulatorio de la educación. A principios de siglo XX, se desplegaron los primeros espacios magisteriales que dejaron oír su voz autorizada, a través de las agrupaciones provinciales que constituyeron la Asociación General de Profesores de Chile. Este ideario educativo y pedagógico, puede encontrarse presente, en mayor o menor medida, en las Escuelas Consolidadas de Experimentación 1946 y 1973, los Talleres de Educadores entre 1972 y 1973, los Talleres de Educadores Democráticos (TED) entre 1980 y 1994 y los grupos de investigación-acción del Colegio de Profesores entre 1997 y 2010. Todas estas experiencias históricas, son parte de las luchas contra hegemónicas libradas por el magisterio, más a nivel de localidades articuladas que una organización nacional, pues apuntaban directamente al desarrollo de un nuevo sujeto docente, escuela y sociedad.
El legado que nos dejan estas múltiples y diversas experiencias, desplegadas en diferentes contextos, es el de una y un docente investigador de su práctica, que, reapropiándose teóricamente de la corriente Escuela Nueva, desarrolla una interpretación curricular, para implementarla en el Sistema Público de Enseñanza, en función de la centralidad del sujeto niño y niña, considerados como sujetos históricos y corpóreos.
También, el de una y un docente que se replantea la relación con sus pares, y que entiende que solo un colectivo docente puede desarrollar la capacidad de una transformación real del sistema educativo. El de una y un docente que se relaciona con otros actores de la comunidad, como lo hizo en la Asamblea Constituyente de Obreros e Intelectuales de 1925, o impulsando escuelas consolidadas en los barrios periféricos y sectores rurales de nuestro país entre 1940 y 1970, y amparándose en pequeños grupos de pares en talleres de reflexión y acción crítica de sus prácticas pedagógicas entre 1970 y 2010. El de una y un docente que se replantea su relación con el Estado, y que es crítico de la actividad política cupular desarrollada en el parlamento y los partidos políticos, elaborando política pública desde los microespacios de la actividad docente, apuntando al recambio de la política educacional vigente. El de una y un docente que estudia el tiempo que le tocó vivir, leyendo, estudiando, escribiendo, haciendo arte, autoformándose, desarrollando consciencia regional latinoamericana, que habita una sociedad que se constituye pluriculturalmente, pero donde no todas las culturas son reconocidas de la misma manera.
Bajo las nuevas lógicas de evaluación por desempeño escolar y de mecanismos de rendición de cuentas para las escuelas, el proyecto público de profesionalidad construido por el profesorado durante el siglo XX, asociado a los movimientos pedagógicos, fue quedando atrás, siendo reemplazado por uno basado en la carrera individual. El nuevo marco regulatorio de la educación chilena ha condicionado el accionar, el saber y la subjetividad de los docentes inhibiendo su despliegue como sujeto autónomo, deliberante y constructor de conocimiento.
Los puntos que quedaron pendientes del petitorio constituyen los vínculos ineludibles con la historia del Movimiento Pedagógico chileno. La demanda por el pago de la mención de las docentes de párvulos y diferenciales además de combatir la persistente idea en la cultura discriminatoria de género de las políticas educativas que sostienen que las docentes se ocupan en “trabajos menores”, se relaciona con una ya antigua demanda que es la unificación del magisterio. En los movimientos pedagógicos no hay distinción de status dentro del profesorado.
La deuda histórica, por su parte, nos conecta con un momento dramático para el magisterio y la aniquilación de su capacidad histórica de agencia en materia educativo-pedagógica. La reestructuración privatizadora del sistema escolar público chileno de 1980, lo despojó de su condición histórica de trabajador público. Con ello el profesorado del sistema escolar perdió las garantías laborales conquistadas durante el siglo XX, siendo traspasado al régimen contractual privado. La demanda por participación en la revisión de las nuevas bases curriculares, por último, nos habla de un magisterio que quiere volver a discutir de educación.
Resolver estas demandas implica pronunciarse sobre la refundación de la política educativa chilena, dándole nueva vida a los antiguos principios que dieron vida al Movimiento Pedagógico chileno, aunque probablemente haya que remirarlos y resignificarlos. No es lo mismo hablar de descentralización curricular y de la gestión educativa, protagonismo de las y los docentes, y de las comunidades educativas, en el marco de un Estado Subsidiario. Recuperar la memoria del Movimiento Pedagógico, implica resignificar, actualizar y establecer nuevo trato entre el profesorado, la sociedad y la cultura.
Prepararse para la gran batalla, desde una perspectiva histórica, significa retomar el ideario del Movimiento Pedagógico, recuperando el sentido público del trabajo y la profesión docente, en un nuevo marco dado por un Estado que regula el mercado. Desde lo político, implica repensar el sentido público de la educación, en el marco de una escuela que despoja a la comunidad educativa de su “memoria pedagógica”. Desde lo pedagógico, se proyecta como un profesorado que vuelve a tomar control individual y colectivo de su práctica docente, a través de su palabra, experiencia y acción transformadora, posibilitando pasar de un movimiento docente meramente reivindicativo a un movimiento de transformación cultural. Desde lo organizativo implica pensar y trabajar para procesos de transformación y no solo para coyunturas; en definitiva participar y fortalecer la organización docente, permanentemente más allá de una coyuntura de movilización.
Desde nuestro presente, prepararse para dar la gran batalla, es recuperar el principio transhistórico de los movimientos pedagógicos, que es pasar de la demanda a la propuesta de un modelo educativo de recambio.