O si no: El regreso de Carlos Altamirano
La exhibición es una retrospectiva de trabajos realizados entre 1976 y 2019, a los que se suman la inédita instalación 1.044 flores, con una flor por cada día del gobierno de la Unidad Popular. Además de La historia de un hoyo y Cuarenta relatos inconclusos. El libro da cuenta de un año de conversaciones con Balcells a propósito del proceso de preparar la exhibición, conversaciones en las que se revisa la historia de Altamirano como artista que ha debido desarrollar otros oficios como diseñador, publicista y vendedor, dejando el arte por momentos pero nunca del todo. Reproducimos parte de este diálogo, y anotaciones de Altamirano y Balcells sobre algunas de las piezas que el artista ha desarrollado en estos años:
Hacia el final del día 27 de noviembre de 1989, entré a una casa todavía sin habitar en la comuna de La Florida. Mientras me adentraba agazapado en lo que sería el hogar de alguien, y firmaba repetidamente mi autorretrato en el piso de baldosas sin pulir, se escuchaban a través de parlantes los sonidos que presumiblemente colmarían el lugar en un futuro cercano: voces infantiles, agua que corre en el baño, puertas cerrándose, pasos. Colgada de mi cuello una cámara de video registraba mis pasos a su arbitrio. C.A.
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Fernando Balcells: Quiero partir por el contraste entre el trabajador y el artista porque parece que efectivamente hay algo con los ciclos del interés y de la pasión artística que es propio tuyo.
Carlos Altamirano: Después de un tiempo se me acaban las ideas relacionadas con el arte, no se me ocurre qué más hacer, sencillamente se me agota el tema. Eso, junto con el poco afecto que tengo por el oficio, hace que el arte desaparezca de mi imaginario. No soy de esos sujetos que necesitan expresarse continuamente ni tampoco siento un placer sensual con el roce del pincel sobre la tela, o lo que sea, así es que cuando se acaba, se acaba. Nunca me pareció que se tratara de algo cíclico, más bien lo pensé como un abandono, el fin de algo, aunque ahora es evidente que no es así. El año 81 dije no más, me despedí de todo y cambié de profesión, después recaí. El 85 hice Pintor como un estúpido; volví a recaer el 91 e hice Pintor de domingo; luego Exposición de cuadros el 94 y Retratos el 96. Retratos me mantuvo ocupado un par de años, pero después el interés se diluyó otra vez por un buen tiempo. Parecía que esta vez era definitivo hasta que el 2007 hice Obra completa. Ahí ya estaba pensando que no era realmente un abandono, sino algo más complejo.
B: ¿Y cómo se retoma, cómo vuelve, qué es lo que vuelve?
A: Vuelve, así nomás, de a poco, una idea pequeñita que comienza a orbitar mi cabeza como una mosca molestosa hasta que le presto atención. El 2007 fueron los lentes rotos de Allende; ahora, el principio fue el libro.
B: Ah! Los días felices.
A: Sí. Con ese libro encontré una manera de reinventarme, no tenía que ver directamente con el arte sino más bien era una prolongación de mi trabajo editorial. Estuve dos años revisando y escaneando mis negativos antiguos, tratando de volver al espacio mental en el que alojaba cuando hice esas fotos, pisando mis huellas en reversa.
B: No puedo dejar de pensar en el “ángel de la historia” de Benjamin y su tesis sobre la historia a partir de Paul Klee. El ángel es empujado por el viento de la historia hacia adelante, al futuro, mientras su cuerpo permanece atónito, como herido y tensado hacia el pasado, contemplando el desastre que ha dejado a su paso. Tu “ángel”, en cambio, logra remontar los vientos unidireccionales del tiempo, ver detalles en la masa de los restos y rescatar objetos y situaciones que, devueltos al presente, construyen una historia de temporalidades mezcladas y abiertas.
A: En la introducción del catálogo de Obra completa (2007) relaté una anécdota que hablaba de eso: “Una vez, en el norte de Chile, un amigo de bar me dijo que para los aymara el pasado se encuentra al frente de uno, ante los ojos, y que el futuro, invisible, se acarrea en la espalda. Al oírlo pensé que describía, con inalcanzable sencillez, mi anhelo de trabajo artístico: un deambular por mi imaginario, donde el pasado está a la vista, consumiendo, durante el trayecto, el contenido de mi mochila. Desprovisto de certezas, excepto la de estar ahí, ese recorrido sin proyecto transcurre sobre el inconfiscable lugar de quien recuerda lo que vio y dice lo que ve, como uno entre muchos, único y laico, que testifica civilmente, sin himnos, y construye con la libertad de un pintor de domingo el relato de una historia intransable: la mía”.
En 1976 hice una serie de 12 xilografías que expuse en la galería Paulina Waugh. La totalidad de las copias se quemó en el incendio que afectó a la galería a raíz de un atentado incendiario. El pintor José León, que tenía su taller en la galería incendiada, encontró entre los escombros dos copias parcialmente quemadas de uno de los grabados y me las entregó posteriormente . Después del atentado hice otras cinco xilografías (tres de ellas se reproducen en estas páginas) que estuvieron expuestas en la inauguración de la galería Cromo el año siguiente. La muestra se tituló Cuatro grabadores chilenos y en ella participaron, además del suscrito, Eduardo Vilches, Luz Donoso y Pedro Millar. C.A.
En la sala Matta de O si no, los muros estarán convertidos en un perímetro de módulos que constan de tres operaciones del vacío. Primero la imagen fotográfica de una excavación, luego el relato jurídico de la pasión de un cuerpo y finalmente como reflejo hueco y material. Ante estos muros, un jardín de flores se entrevera con el público. La alambrada de púas que se extiende ante la pared socavada dispara la imaginación lejos del hogar, hacia la intimidad, en las cercanías de un campo de batalla.
“Si el que entra aquí no está dispuesto a entrar en contactos peligrosos, manténgase alejado”. La petición que llama a un reconocimiento previo del lugar al que se ingresa rompe con la contención del arte. El arte juega a la casualidad de su apreciación y deja al espectador el trabajo de establecer relaciones entre la obra, el lenguaje y el mundo. Si la obra opera como experiencia, si es capaz ella de suscitar una inflexión, una rotura de ligamentos, una duración en el recogimiento, una insistencia, una vacilación o una herida, tal vez, el deseo de tomar una flor en tus manos y dejar que las púas entren al goce de tu carne, entonces sí, habrá un valor en la pena.
Si el espacio al que es convocada la memoria fuera un lugar sin riesgos, las manchas quedarían expulsadas, libradas a su suerte, autorizadas a una existencia azarosa e indiferente a los ojos de una comunidad impasible. Este es el lugar donde la tribu se tribaliza. Aquí se ha construido un espacio para dar una mirada al presente, pasado como contrafactura y demolición de los ejes ópticos y corporales.
Y nosotros, que abominábamos la trascendencia porque la confundíamos con la gloria de una espiritualidad ilusoria y opresiva. F.B.