Una ética feminista del fútbol

Una ética feminista del fútbol

Por: Constanza Schönhaut | 11.07.2019
Me quedo con la ética de entender que el fútbol es también política, que ser parte de la selección de fútbol de tu país es tener una llave de emociones, una pluma que escribe historia y relato, es tener el superpoder de convertirse en héroes y heroínas, es tener el privilegio de inspirar o interpelar con una voz mundial. Y en esta dimensión de la ética del futbol, las chiquillas de la selección gringa brillan. La irreverencia de la capitana ante Trump, su implacable activismo por la igualdad y la no discriminación, su rechazo a presentarse ante una Casa Blanca que promueve el odio y la pobreza, es la ética que me gusta para el fútbol.

En mi vida de deportista, creo haber tenido la suerte de tener entrenadores y entrenadoras de voleibol que me enseñaron que ser una buena deportista no es solo tener un buen desempeño técnico sino también tener valores deportivos. Como las cosas me las tomo a pecho, terminé siendo más buena para ganarme los premios al espíritu deportivo que los de mejor jugadora. Entendí que ser buena deportista y no solo buena jugadora, era llegar a la hora, tener disciplina en el entrenamiento, estar donde se me necesitara, alentar siempre al equipo y cuidar el colectivo. Luego empecé en el fútbol, fui aprendiendo del roce, a jugar con el cuerpo a cuerpo, sin mañas, aprendiendo los límites con las faltas, con mañas, las formas de fabricarse y de hacer faltas. Fui aprendiendo del fútbol que más conocíamos, del fútbol masculino.

Es interesante hablar de la ética del fútbol, porque la selección masculina en esta década dorada nos ha forzado a tomar posiciones en diversos momentos. Desde el “oso” de Bielsa a Piñera, pasando por el “bautizazo” de los cabros, el “no fue culpa mía” del rey, hasta la actual exclusión de Bravo y Díaz por asuntos de camarín o los pechazos del Pitbull al diez argentino en el tercero y cuarto de la recientemente finalizada Copa América.

Así, algunos han defendido siempre que en la cancha tienen que estar los mejores y ya. Otras nos hemos inclinado más por la idea de que ser un buen futbolista no es solo ser bueno pa’ la pelota, es también construir equipo. Algunos defienden la idea de que así son los cabros y que hay que pedirles que jueguen bien nomas. Otras defendemos que el fútbol no es solo lo que pasa en la cancha, es también lo que deja hacia afuera. Así, algunos celebran los frente contra frente que ocurren en la cancha o las simulaciones que terminan en penales o los tumultos de jugadores alrededor del juez del partido alegando por un cobro o una tarjeta, y otras que -para ser honestas, aunque también a veces caemos en la trampa y la animalidad- nos gusta más el fair play.

Y en esa batida ética que nos conflictuaba a muchas, llega una ola feminista refrescante y con ella el mundial de fútbol femenino, ¡qué suerte la nuestra! Y es que, aunque me encanta nuestra selección masculina, me interpela tanto más la femenina, y aunque abrazo las copas américas del bicampeón, el mundial femenino nos deja una estética y una ética que abre otro ciclo para el fútbol.

El desenlace en paralelo del Mundial femenino y la Copa América masculina, nos dejó tantos contrastes que vale la pena hacer una recopilación de momentos, partiendo por las desafortunadas declaraciones del King despreciando y ninguneando la disputa del tercer lugar frente a Argentina, en comparación al respeto y la pasión que los equipos de Inglaterra y Suecia se mostraron mutuamente hasta el pitazo final del encuentro. De igual manera contrastan la dignidad con la que se paró Tailandia en la mayor derrota de la historia de un mundial con un 13-0 ante Estados Unidos; ni espacio a la condescendencia por un lado ni espacio a la desesperación por el otro, pero permitiéndose los abrazos de consuelo entre ambos equipos. Muy distinto, por cierto, a como vivimos el enfrentamiento ante Argentina, donde terminamos jugando un fútbol 10 tras tener que bancarnos el inoportuno momento que eligieron dos jugadores para descargar su ira.

Vale la pena contrastar también las celebraciones en unos y otros estadios. Mientras las celebraciones en los estadios franceses nos sorprenden con la elegancia de Rapinoe al abrir sus brazos con delicadeza y potencia ante la hinchada, o con los besos entre parejas lesbianas que se felicitan aun participando de equipos distintos, en el fútbol masculino siguen de moda las consignas homofóbicas al rival, se repiten los gestos de tener testículos grandes o, peor aún, se viralizan videos donde se imita entre risas una violación de Yotún a Advíncula en los camarines luego del partido que los hizo pasar a la final. Pero claro, la crítica fue a Alex Morgan por celebrar haciendo como que se tomaba un té, luego de un gol ante Inglaterra.

Me quedo con esta ética de terminar lo que se empieza con la vocación de hacer lo mejor posible, con la ética del fair play, de partidos más fluidos de fútbol que de exabruptos. Me quedo con la ética de la fraternidad y la sororidad, con la ética de la diversidad, de la pasión no sexista, del llanto y la rebeldía de ser quien se es. Y caguémosla de vez en cuando, no hay problema, pero no renunciemos a tener una ética deportiva.

Pero sobre todo me quedo con la ética de entender que el fútbol es también política, que ser parte de la selección de fútbol de tu país es tener una llave de emociones, una pluma que escribe historia y relato, es tener el superpoder de convertirse en héroes y heroínas, es tener el privilegio de inspirar o interpelar con una voz mundial. Y en esta dimensión de la ética del futbol, las chiquillas de la selección gringa brillan. La irreverencia de la capitana ante Trump, su implacable activismo por la igualdad y la no discriminación, su rechazo a presentarse ante una Casa Blanca que promueve el odio y la pobreza, es la ética que me gusta para el fútbol. Las declaraciones de nuestra volante Claudia Soto cuando dice que no luchan por un trofeo, sino por igualdad, es la historia que me gustaría que escribiera el fútbol de nuestra era. La alegría dicharachera pero sana en los camarines es la que me gustaría inspirara a las nuevas generaciones. Lamentablemente, por el otro lado, los grandes referentes de la selección del jogo bonito ni se arrugaron apareciendo sonrientes en la misma foto con el presidente que por estos días defiende el trabajo infantil y se niega a tomar medidas contra el cambio climático.

Dudé por varios años si mis entrenadores del pasado tenían razón sobre qué es ser una buena deportista, faltaba el remezón del feminismo para convencerme de que el deporte no es solo cuerpo, es también mente, es también ética. Ética feminista, pasión feminista.