Altamirano, el PS y Chile
Murió Carlos Altamirano, uno de los destacados dirigentes del Partido Socialista, junto a Allende, Ampuero, Almeyda, Rodríguez. Murió Altamirano, ex Secretario General del PS entre 1972 y 1979, cuando fue expulsado por su rebelión contra la Dirección Interior clandestina del PS, junto a dirigentes como Jorge Arrate, Ricardo Núñez, Erik Schnake y algunos otros. El fundamento de tal rebelión fue su giro hacia un “socialismo renovado” de corte europeizante, influido por la socialdemocracia europea, después de haber sido el líder de los sectores más izquierdistas del PS durante el gobierno de Salvador Allende, a quien hizo extremadamente compleja la conducción y gobernabilidad del proceso que encabezaba.
A partir de 1974 Altamirano acusaba a la dirección clandestina del PS de ser “pro-comunista”, porque en el doloroso documento autocrítico de marzo de 1974 redactado por Carlos Lorca, Exequiel Ponce y Ricardo Lagos Salinas, al frente del PS en la clandestinidad, se atribuía una responsabilidad clave en el desastre en que terminó la UP a las posiciones ultraizquierdistas de sectores del PS, que Altamirano prohijaba o al menos miraba con simpatía, y se valoraba el papel más moderado que había tenido la conducción del PC. Bastó el reconocimiento franco y verdaderamente autocritico de aquello que fue un hecho indesmentible para que Altamirano, en pleno viraje hacia la socialdemocracia, tildara a la Dirección Interior de “pro-comunista” y desatara en su contra una ofensiva que no paró hasta su rebelión, cuando se negó a hacerse parte y desconoció el Tercer Pleno Nacional Clandestino (diciembre 1978-abril 1979) en que participó toda la militancia de Chile y en el exilio, convocado por la Dirección Interior para dirimir políticamente y de manera democrática la confrontación de posiciones que se había venido dando entre él y sus seguidores y la Dirección clandestina del Partido en Chile.
Muchos militantes del PS, e incluso personas desde fuera del PS, han tendido a ver la división del PS de 1979 como una confrontación de poder entre dos fuertes líderes, Altamirano y Almeyda, lo que habría llevado al error histórico de la división. Sin duda que esa confrontación existió, pero ella fue absolutamente secundaria. El tema de fondo fue, por un lado, el viraje ideológico de Altamirano y sus seguidores hacia las posiciones socialdemócratas o “renovadas”, alejándose de las raíces ideológicas del PS y que lo hicieron un partido tan particular entre los partidos socialistas de América Latina. Por otro, la defensa de Almeyda y de la Dirección Interior de las posiciones históricas del PS ligadas a la trayectoria marxista de los socialistas chilenos, aunque también Almeyda y los socialistas que permanecimos en Chile hicimos nuestra propia reflexión autocrítica e ideológica, derivando a nuevas posiciones, aunque también marxistas, pero cercanas a Gramsci más que a Lenin. Si uno quisiera dar una imagen gráfica de ambos procesos, podría decirse que el socialismo “renovado” que encabezó Altamirano barrió todo lo que había en la mesa socialista, lo que no servía junto con lo que servía de la trayectoria histórica ideológico-política del PS, mientras Almeyda y los socialistas en la clandestinidad nos renovamos ideológicamente botando de la mesa socialista lo que evidentemente la historia había decretado como obsoleto, pero dejando todo aquello de nuestra ideología y carácter del partido que aún servía para interpretar la realidad desde la perspectiva de un cambio revolucionario estructural, profundo, del capitalismo, y para mantener en alto un proyecto democrático popular.
Eso abrió una brecha ideológico-política entre quienes seguían a Altamirano y quienes en Chile, en plena clandestinidad y persecución, permanecíamos dentro de la trayectoria histórica del PS, desde una perspectiva de izquierda, anticapitalista. No podía ser menos, ya que los que nos encontrábamos combatiendo en Chile no era sólo una dictadura militar sino la revolución capitalista más profunda que haya vivido país alguno de América Latina, con la implantación militar a sangre y fuego de su versión neoliberal más químicamente pura, apoyada por el empresariado más retrógrado chileno.
Esa es la razón más profunda de la división del PS en 1979. Esos son los hechos históricos. Aquí no hubo iluminados ni tesis elaboradas entre cuatro paredes por intelectuales ajenos a la realidad. Lo que hubo fue la realidad capitalista brutal de una clase social, aliada con la dictadura, que produjo e impuso brutalmente una revolución capitalista neoliberal en este pequeño país, anticipando una era histórica mundial de lo que sería luego la globalización capitalista, en la que hasta ahora nos movemos, que desarmó y destruyó, alimentado por sus propios y profundos errores y crímenes, la experiencia de construcción del socialismo en Rusia y el este europeo.
Creo que nadie quiere o busca la división de su partido. El problema es que a veces se desatan dinámicas cuyo curso casi inexorablemente lleva a la división como única salida, por la exacerbación en la defensa de determinadas posiciones, por las odiosidades hasta personales que la dureza de la confrontación genera, como sucedió en 1979. La mayor responsabilidad en que tales dinámicas no se desarrollen hasta un punto de no retorno radica en quienes tienen los más altos cargos de liderazgo, quienes, en situaciones así, deben apegarse estrictamente a la institucionalidad y a las normas de la organización, respetar hasta la exageración las posiciones del otro, posibilitar todo espacio de participación donde las posiciones se aireen democrática y respetuosamente y respetar más que nunca la convivencia interna. No fue exactamente lo que me tocó ver y vivir en la confrontación de 1979, donde presencié momentos lamentables entre Altamirano y Almeyda, que este último al menos lamentó, y que me imagino Altamirano también lamentó, aunque no puedo testimoniarlo porque después de 1979 nunca más volvimos a conversar.
El papel de Altamirano en la política nacional será siempre controvertido. Pero también lo será en el Partido Socialista que lideró durante un tiempo clave en la historia del país.
Altamirano fue lo que fue, decidió lo que decidió, e hizo lo que hizo en un período histórico complejo. Algunos estamos convencidos que cometió graves errores, que tuvieron grandes costos para nuestro pueblo y para el propio PS, y estamos en nuestro derecho de verlo así. Otros lo alaban como el líder iluminado de un proceso de renovación, que es al menos discutible en cuanto a sus logros, mirados desde la perspectiva del proyecto socialista que abrazamos hace décadas y desde la propia transición democrática que finalmente construimos, pero están en su derecho.
Por ello, no habrá nunca un juicio definitivo y compartido sobre Altamirano y sus circunstancias, en el país y en el PS. Será la historia la que, con mayor distancia y, es de esperar, con una mirada más tranquila y profunda, hará su juicio final sobre su papel en la política nacional, con todas sus luces y sombras.