Política Mediática: Breve nota acerca del modo en que “cubren” el conflicto palestino-israelí
Los medios de comunicación no han dejado de lanzar pequeños titulares indicando que Israel ha bombardeado Gaza “en respuesta” al lanzamiento de cohetes ejecutado por Hamas. A esta altura, ya estamos premunidos del modo en que los medios “cubren” los hechos. Y subrayo el término “cubren” en el sentido en que Edward Said ironiza con el título “Cubriendo el islam”, libro en el que analiza el modo en que los medios de comunicación occidental “cubren” (ocultan, tapan) al fenómeno islámico. Como si en Medio Oriente todo pasara por un conflicto religioso o, en el mejor de los casos, cultural y como si, por tanto, el llamado “conflicto palestino-israelí” no fuera más que la milenaria repetición de un conflicto religioso entre “judíos y árabes”.
Sin embargo, las cosas siempre adquieren un matiz diferente más allá del televisor. Porque en él, las grandes cadenas que “cubren” o “encadenan” los hechos, hacen un trabajo espeluznante al convertir al último problema colonial del siglo XXI, en un conflicto milenario de tipo etno-religioso.
Sin embargo, como plantea la filósofa Judith Butler prontamente de visita en Chile y quien se ha comprometido abiertamente a favor del pueblo palestino promoviendo el Boicot a Israel, no se trata sólo de “cubrir” como de “producir” un hecho gracias a la existencia de determinados “marcos de guerra” que operan como pequeñas estructuras que condicionan los límites de lo visible y lo invisible. Tales marcos, no son necesariamente coactivos, pero sí condicionantes, no necesariamente “obligan” con la fuerza de la ley a decir o mostrar tal o cual cosa, sino basta declarar una línea editorial para no sólo censurar lo que haya que censurar, sino también, para condicionar lo que podrá ser dicho o visto.
La clave de los medios consiste en incitar, promover, inducir una determinada visión de las cosas, pero no necesariamente obligar, en lo que de coactivo tiene dicho término. Pues, aunque el dispositivo de tipo disciplinario, sigue funcionando vía la censura, éste mecanismo no resulta ser tan importante como el de instituir un “marco de guerra”.
Como una ventana que simula que hay un “afuera”, que hay “hechos” efectivos, tal “marco” produce un tipo preciso de realidad. En el caso del mentado “conflicto palestino-israelí” lo primero que habría que interrogar sería tal denominación: el “marco de guerra” operante en dicho término empuja a pensar que tal conflicto tiene lugar entre dos fuerzas equivalentes, una israelí representante de la civilización (democracia) y otra palestina representante de la barbarie (el autoritarismo).
Nadie nos dice explícitamente que tengamos que denominar así a dicho conflicto. Pero el “marco de guerra” prevalente nos induce a ello al plantearlo como premisa. Los palestinos, como los árabes en general –salvo en casos en que el petróleo esté en juego- serán visto como los usurpadores, pueblo que ocupa una tierra que, supuestamente, habría sido milenariamente del “pueblo judío” (una noción marcada por un identitarismo nacional y racial).
Algunos medios han mostrado pocas imágenes de los bombardeos a Gaza. Incluso hubo uno que mostró imágenes falsas –imágenes grabadas en otro momento. Como si los bombardeos fueran “excepcionales” (es decir, como si éstos no hubieran tenido lugar “antes” que los medios los mostraran) o como si éstos fueran de exclusiva responsabilidad de un ente monstruoso que los medios nombran sin parar, pero que jamás pretenden interrogar: Hamas.
El “conflicto palestino-israelí” –que tendría que denominarse “conflicto colonial-israelí”- siempre es abordado por los medios bajo la existencia de dos fuerzas equivalentes y, por tanto, bajo la neutralización proveída por la forma del “empate” en el que supuestamente dos representantes “étnicos” podrían eventualmente discutir en una misma mesa y bajo un mismo moderador (el periodista). Después de tal neutralización somos inducidos a pensar en el registro del “cliché”: un discurso pre-formado que se repite ad infinitum y que, sin embargo, no significa nada, está vacío. Precisamente en virtud de su vacío es que puede ser tan eficaz.
La filósofa Hannah Arendt decía que los regímenes totalitarios se caracterizaban porque su lenguaje utilizaba el “cliché”, un conjunto de enunciados estandarizados que nadie interroga y que sin embargo, operan como si fueran verdad. En nuestra sociedad, donde el totalitarismo se ha volcado en la versión intensiva del capital, los grandes medios de comunicación se han vuelto verdaderos dispositivos de propaganda produciendo “clichés” dirigido a consolidar una determinada “opinión pública”.
Como tales, los medios oficiales no hacen más que ser los grandes apologetas del poder que, en este caso, dejan a Israel como la gran víctima de la historia que unos desalmados musulmanes quieren destruir. Musulmanes pobres, por cierto, mientras los saudíes ríen a carcajadas con Trump y este último le hace el favor a Netanyahu para su próxima elección reconociendo a las Alturas del Golán como israelíes. Algo, por supuesto, enteramente rechazado por el derecho internacional.